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Divagaciones cosmológicas sin demasiada certidumbre

La memoria más fiel solo registra contados incidentes del pasado vivido. El resto, otra vez la oscuridad, la nada.

Al menos por un día, en medio de la balumba de noticias y declaraciones, será bueno elevarse por encima de la mísera fuente de Canaletas. Ya usted me entiende, ilustrado lector. Vamos a cuentas. A lo largo del belicoso siglo XX se produjeron dos revolucionarios descubrimientos científicos. De repente, lo que toda la vida había sido el universo se mostró solo como una de tantas (miles de millones) galaxias. La Vía Láctea era la nuestra, las "estrellas fijas" que decían los antiguos, realmente una mota de polvo en la inmensidad del verdadero universo. Tal estructura se mostraba tan inmensa que, entre una y otra estrella, una y otra galaxia, se desparramaba un gigantesco espacio vacío, por mucha materia obscura que pudiera contener. Nada era fijo, todo se movía a velocidades fantásticas. En definitiva, resultó que la mayor parte del vastísimo universo lo constituía la nada. ¿A ver si la creación del mundo se hizo a partir de "las tinieblas y el vacío", como se inicia (ahora se dice "arranca") el Génesis? La sorpresa no termina aquí. ¿Y si lo que llamamos universo no fuera realmente uno de otros muchos, separados por un colosal vacío que nunca se podrá vislumbrar? En cuyo caso, el famoso big bang no vendría a ser más que un modesto episodio en una cadena infinita de ellos.

El segundo descubrimiento no fue menos sorprendente. Resultó que el átomo (literalmente, lo que ya no se puede dividir más, de diminuto que es) dejó de ser lo que había parecido hasta entonces: el gránulo más pequeño de todos los elementos. Cada átomo se trataba realmente del grandioso panorama de múltiples partículas y subpartículas, cada vez más diminutas, trazando incesantes movimientos ondulares en medio de un descomunal vacío.

Súmense ambos portentosos descubrimientos para concluir que el vastísimo mundo se reduce verdaderamente a una entelequia en movimiento. La mayor parte de él no es más que vacío. ¿No tendrá razón el Eclesiastés con su reiterada afirmación de que "todo es vanidad"? La palabra original aludía no tanto a lo que ahora llamamos conductas vanidosas o presumidas como a la sensación de vacío.

Para rematar los asombrosos hallazgos de los científicos, ahora se nos impone la imagen de la sociedad como una red entre múltiples piezas de información. Las personas no serían más que los nudos de donde procede y a donde se dirige ese flujo continuo de mensajes. En consecuencia, lo que destaca verdaderamente en todo ese barullo sería otra vez la vacuidad, la nada; los antiguos decían el "éter". Este parvo manuscrito mío solo existe en la nube.

Todo lo anterior puede parecer una fantasía, una cogitación de gente rara que no sabe ganarse el pan de otra forma. Los humanos corrientes bien saben que se sienten autores de su biografía. Sí, pero aquí también nos invade la duda. Acumulamos en nuestra memoria muchos episodios de nuestra vida, pero, si bien se mira, son solo unas pocas situaciones malamente recordadas. Para empezar, una tercera parte de nuestra existencia nos la pasamos dormidos, grandes perezosos como somos. En síntesis, la memoria más fiel solo registra contados incidentes del pasado vivido. El resto, otra vez la oscuridad, la nada.

Si el fiel lector me hubiera seguido hasta aquí convendrá que bien poca cosa es lo que pueda ocurrir en torno a la fuente de Canaletas y sus aledaños. Me da igual la de Cibeles o cualquiera otra. Quiero decir que los sucesos aparentemente reales, influyentes, no son más que "vanidad de vanidades". Lo fundamental es que de momento nos tienen entretenidos.

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