José Olivares Martí me envía un interesante artículo de José M. Soroa sobre la batallona cuestión de las lenguas oficiales o propias. Sintetizo mucho algunas de sus tesis. Don José critica el principio constitucional de que "el poder público posee el derecho a definir autoritariamente la lengua de sus ciudadanos". Estoy de acuerdo en que ese derecho es un abuso. Es más, yo sostengo que habría que quitar la declaración constitucional de que el castellano o español es la lengua oficial de España.
Fernando M. Montilla se queja de que yo diga "América Latina" en lugar de Iberoamérica, Hispanoamérica, etc. No hay que pelearse por esa nimiedad. En el mundo entero ha cuajado más lo de América Latina, aunque yo utilizo más las otras denominaciones. Se podría recordar lo de Agustín de Foxá: "América Latina, América Latina; así queda más claro que la culpa no fue toda nuestra".
Arsenio Arribas me pide una explicación de esa expresión de moda: "pato cojo". Proviene del inglés. En el siglo XVIII era un coloquialismo para indicar el caso de un negociante arruinado. Luego pasó como despectivo al político desacreditado. El origen está en una máxima de los cazadores: "No vale la pena gastar pólvora en un pato cojo". De forma más concreta, en la práctica política de los Estados Unidos, el pato cojo es un político que no va poder presentarse a la próxima elección porque no quiere o porque no puede. Lo fundamental es que, durante ese interinato en el cargo, el político en cuestión suele cometer toda suerte de arbitrariedades y excentricidades; necesita llamar la atención. Es claro que el término se puede aplicar muy bien al actual Zapatero. Así que mi criterio es que no gastemos la pólvora con él.
José Alberto Torrijos me pregunta por qué llamo "mosén" a don Hug Banyeres. Me salió ese título un poco irónico porque veía en mi corresponsal ciertas maneras curiales. En el antiguo reino de Aragón el "mosén" era un título que se daba a los clérigos o a los nobles. La verdad es que don Hug no es cura, pero sí bibliotecario de una diócesis catalana. Él redarguye que tiene nietos, pero es igual; para mí siempre será un mosén. Dígolo en tono afectivo. Recuerdo una pintada que había en mi antigua facultad. Decía así: "Amando, sacerdote". Supongo que era por el tono sermoneador que a veces daba a mis clases o a mis escritos. Me hizo gracia. Nunca supe si era un halago o un insulto.
Ramón Horrach Aguilar no se cree mi autodefinición de ser "antinada". Es cierto, se trata de una exageración retórica. Quiero decir que, aunque aborrezco algunas cosas, me mueve más mi identificación positiva con ciertas ideas. Don Ramón interpreta que mi iberismo es una "añoranza del imperialismo". No lo creo. La prueba es que, si bien me resulta simpática la idea de la unión confederal de España y Portugal, lo mejor sería que la capital política estuviera en Lisboa. Mi héroe nacional es Viriato, aunque me siento orgulloso de haber recibido la herencia del imperio romano.