Me considero un diligente aficionado a los programas y secciones de opinión en todos los medios: escritos, orales o visuales. Por eso mismo me preocupa el declinar del género. De forma espuria se impone la idea de que los políticos expresan opiniones, y ahí se acaba todo. No, señor. Los políticos hacen declaraciones, naturalmente pro domo sua, que no es lo mismo. Los programas y secciones de opinión se llenan de políticos que declaran lo que no tienen más remedio que decir para seguir en el candelero. Por mucho que sean políticos de una u otra camada ideológica (y así dar la impresión de pluralismo), tales discursos no equivalen a una muestra de la opinión pública.
Es tal el peso del poder político que el sesgo que digo contamina también las opiniones de muchos comentaristas. De tal modo es así que los comentarios de los periodistas o expertos en los programas o secciones de opinión se tiñen de uno u otro color ideológico según sus preferencias. Es decir, también se repite aquí la impresión de que no tienen más remedio que decir lo que dicen. En cuyo caso se produce en la audiencia la misma impresión de tedio.
Otro uso inveterado es que la mayor parte de los comentaristas son periodistas. En cuyo caso, lo que persiguen no son opiniones sino titulares para la prensa. No les importan tanto las ideas como las noticias. No me parece mal, solo que el predominio de esa tendencia desanima a la audiencia.
Hay más elementos que contribuyen al sopor de los lectores, oyentes o televidentes de los programas o secciones de opinión. Se repiten cansinamente las palabras periclitadas que alguna vez movieron al interés. Así, cambio, progreso, regeneración, consenso. Es más, la renovación del léxico político, al carecer de imaginación, refuerza el aburrimiento. Por ejemplo, la sustitución de "pueblo español" por "la gente". Los cordobeses, tan finos, dan en el clavo cuando apostrofan: "Señores de Córdoba, señoritos de Sevilla, gente de Málaga". Es broma, claro.
De todas las expresiones gastadas, me irrita especialmente la de regeneración democrática. Tendrían que empezar por regenerarse los partidos políticos, que ahora gustan de llamarse formaciones, un término militar. Su función principal debería ser la de seleccionar bien al personal político. Dudo de que la cumplan. En su lugar, se organizan más bien como grupos de presión, aunque más parecen ser un conglomerado de señores de presión. No otra cosa son los llamados barones. Su misión principal es llegar al poder, conservarlo todo lo posible y repartir prebendas y favores a los amigos y seguidores. Mientras, la casa sin barrer.
La auténtica regeneración de los partidos debería empezar por la simplicísima norma de que en las Cortes Españolas solo pudieran sentarse los que intentan representar al pueblo español. Es el espíritu de la Constitución y del sentido común, pero nunca se ha cumplido. Así nos va.
Un detalle del lenguaje corporal. Cuando dos líderes de partidos se vean obligados a estrecharse la mano delante de fotógrafos y cámaras, por favor, mírense entre los dos, no miren a los que toman las imágenes. ¿Es que no hay asesores de imagen que les indiquen algo tan sencillo?