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Amando de Miguel

Cándidas cábalas catalanas

A diferencia de lo que ha ocurrido con otras independencias en el último siglo, llama la atención la resistencia de los caudillos separatistas catalanes a pasar por la cárcel.

A diferencia de lo que ha ocurrido con otras independencias en el último siglo, llama la atención la resistencia de los caudillos separatistas catalanes a pasar por la cárcel.
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Las elecciones son una especie de juegos colectivos para determinar teóricamente quién gana (forma Gobierno) y quién pierde (se queda en la oposición). Así que se pueden hacer apuestas y pronósticos que a todos cautivan. Aunque seamos claros: todos los candidatos ganan algo, aunque solo sea notoriedad. Solo así se explica que las listas de los partidos en liza sean tan nutridas. Por cierto, queda claro que no se confeccionan democráticamente.

Las próximas elecciones catalanas, en la víspera de la lotería nacional (la forma más sutil de impuesto), son un juego apasionante, por lo difícil que resulta adelantar conjeturas. En principio, dado que las convoca el Gobierno de España, tendrían que repeler a los partidos independentistas y a los de extrema izquierda. Nada de eso; todas las formaciones políticas participan en la fiesta con entusiasmo. Es la mejor demostración de que se trata de un juego en el que todos aspiran a ganar algo.

Un primer vaticinio es que estos comicios los va a ganar de calle (nunca mejor dicho) Esquerra Republicana. Aun así, se situará lejos de la mayoría absoluta, dado el amplio abanico de partidos. Asombra que, con la ley electoral en la mano, Esquerra no haya formado un bloque o coalición con otros partidos nacionalistas o izquierdistas. De haberlo hecho, estaría cantada la posibilidad de un Gobierno republicano. En cuyo caso volveríamos a la casilla de salida de este apasionante juego. Pero se podrá lograr casi lo mismo con una alianza postelectoral de partidos. Así pues, será posible proclamar otra vez la República Catalana, y no solo de forma simbólica, como en la anterior intentona fallida.

A diferencia de lo que ha ocurrido con otras independencias en el último siglo, llama la atención la resistencia de los caudillos separatistas catalanes a pasar por la cárcel. No les gusta ese sacrificio, tan necesario. Da la impresión de que son demasiado burgueses, en el peor sentido de la palabra.

Cabe otro supuesto (ahora se dice "futurible"), que el partido con más votos sea Ciudadanos, aunque tampoco le quepa hacerlo con la mayoría absoluta. En cuyo caso le cabe la opción de pactar con otros no nacionalistas. Sin embargo, no se ve que el Partido de los Socialistas Catalanes esté por la labor. Tampoco se ha formado una coalición de partidos constitucionalistas, curiosa etiqueta, pues todos deberían serlo.

Resulta extraño que los partidos llamados a gobernar en Cataluña rechacen la posibilidad legal de formar mayorías absolutas. Todos parecen entusiasmados con los posibles pactos y mesas de diálogo, aunque tan difícil sea (por no decir imposible) el acuerdo entre constitucionalistas y separatistas.

Si se formara un Gobierno con Esquerra al frente, lo lógico sería presionar para que los partidos tildados de españolistas se consideraran ilegítimos. Por lo mismo, ante un posible Gobierno de Ciudadanos y aliados, lo natural sería que tratara de hacer la vida imposible a las formaciones separatistas (ellos dicen "soberanistas"). Nos encontramos ante un caso curioso de lo que se llama suma negativa, es decir, una situación en la que todos pueden perder. Siguen jugando con entusiasmo porque les compensa la suma de privilegios individuales.

Cabe todavía una opción a la desesperada: que el Partido de los Socialistas Catalanes, como tercero en discordia, incorpore a nacionalistas y constitucionalistas en una especie de movimiento nacional. Entre tanto, la casa sin barrer. Quiero decir, nadie parece enterarse del problema más grave para Cataluña: su pérdida de masa muscular económica y cultural. Para la necesaria labor reconstituyente se precisan políticos con otro talante. Surgirán, porque la política, como la naturaleza, aborrece el vacío.

La verdad es que la sociedad catalana no está tan preparada para ser una República independiente, y menos por aclamación popular. Por eso dicen ahora sus defensores que la anterior proclamación en el Parlamento fue de mentirijillas. Es lo de la fábula de la zorra y las uvas. Como no logran conseguir el ansiado fruto, dejan caer el comentario despectivo de que "están verdes".

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