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Borgen a la española

Al igual que en la Dinamarca de Borgen, el Gobierno español funciona ahora al ritmo que le marcan las encuestas.

Supongo que el avisado lector ha seguido la serie televisiva Borgen, que podría traducirse por "Moncloa", si se hiciera la réplica en castellano. Es una obra maestra de la televisión danesa, una especie de culebrón político y de costumbres. Dinamarca es un pequeño país, con un censo equivalente al de la comunidad de Madrid, pero con una enorme densidad de creación económica y cultural. Borgen representa un buen estímulo comparado para reflexionar sobre la particular situación española.

En 1876 España se asomó tímidamente a la democracia parlamentaria según el modelo inglés del "turno pacífico" entre los dos partidos, conservadores y liberales. Cuarenta años después el sistema quebró y se pasó a un multipartidismo inestable. La cosa acabó con una sucesión de fórmulas autoritarias. La definitiva fue el franquismo, que duró 40 años.

En 1978 fue la segunda salida de la democracia parlamentaria con la original fórmula de dos partidos (conservadores y socialistas) más los nacionalistas vascos y catalanes. El experimento ha durado otros 40 años. Ahora nos encontramos en una situación crítica, fluida, indeterminada. Se abre paso un esquema multipartidista con el añadido de que los partidos nacionalistas son ahora abiertamente secesionistas (ahora se dice "soberanistas", una nomenclatura con un extraño tirón monárquico).

Al igual que en la Dinamarca de Borgen, el Gobierno español funciona ahora al ritmo que le marcan las encuestas. La originalidad española es que los sondeos más influyentes los realiza una institución oficial, el CIS, un resto del franquismo, como la Renfe o las pagas extraordinarias. Se recordará que el CIS, de soltera IOP, fue una iniciativa del reformista Fraga Iribarne. Siempre se dirigió con un criterio estrictamente profesional. La novedad actual es que el presidente del CIS es un apparatchik del Partido Socialista, autor de plúmbeos catecismos marxistas. Tanto es así que se atreve a pronosticar que su partido va a sacar el doble de votos que el que le sigue, el deuteragonista. A Vox solo le concede una participación residual. Dentro de un par de meses comprobaremos la realidad de tales alucinaciones interesadas.

El sistema de organización política de los daneses puede resultar envidiable para los españoles, más que nada por la escrupulosa libertad de prensa. Sin embargo, aterra pensar que también se pueda imitar una sociedad extremadamente individualista, descoyuntada, desestructurada. Siempre se podrá aducir que son dos países culturalmente muy lejanos. Hay un punto de contacto episódico, la expedición a Dinamarca de las tropas del marqués de la Romana a principios del siglo XIX. Queda una huella simbólica que se puede vislumbrar en la serie dicha: las amapolas de los trigales de Dinamarca. Representan la herencia del cargamento de trigo que llevó consigo la expedición del marqués de la Romana. En él iban mezcladas las semillas de amapola que desde entonces han seguido fructificando en el suelo danés. Es solo una pincelada estética.

Hay diferencias de fondo entre Dinamarca y España que se aprecian a través de la serie dicha. La primera ministra danesa sigue viviendo en su modesta casa de clase media. En cambio, el presidente del Gobierno español traslada su residencia al lugar del trabajo, el hotelito con pretensiones de la Moncloa.

Ambos sistemas políticos se parecen en un aspecto formal. Se trata de dos Gobiernos en minoría que necesitan maquiavélicos chalaneos para seguir disfrutando del poder. Distintas son las continuas ruedas de prensa de la primera ministra de Dinamarca y las ocasionales del presidente español. Lo privativo de España es que se llaman también ruedas de prensa cuando a los periodistas no se les da ocasión de preguntar y, en todo caso, de repreguntar. No se conoce ningún caso de periodistas españoles que hayan protestado por tamaño desafuero.

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