Me refiero a la del virus chino, aunque reciba otras etiquetas más asépticas y eufemísticas, para conseguir un vago tono científico. Una cosa es cierta: la epidemia empezó en China hace un año y se diseminó, rápidamente, por casi todo el mundo, hasta alcanzar el misterioso halo de pandemia. Otra evidencia es que se transmite de persona a persona con toda presteza.
Se han ensayado todo tipo de medidas para contener el contagio. Algunas: confinamiento domiciliario, toque de queda, mascarillas, distancia de seguridad en las interacciones físicas, cierre de establecimientos de hostelería, limitación de aforos y horarios en las concentraciones de gente, fumar o hablar lo menos posible, limitación del número de personas en las reuniones. No parece existir una correlación significativa entre la adopción de tales arbitrarias medidas y la extensión de la epidemia. Es algo que no se reconoce por las autoridades sanitarias, quizá por la desmoralización que supondría un resultado tan descorazonador. La única medida eficaz sería el confinamiento casi total del vecindario. Ese fue el remedio en las pestes de la Edad Media, aunque solo pudo aplicarse a una minoría privilegiada. Hoy sería intolerable; además, la economía, con tantos intercambios, no lo resistiría. Desmoraliza pensar que muchas de las normas profilácticas no se cumplen de una manera estricta, pero es comprensible tal laxitud. No se distinguen bien las prohibiciones legales de las simples recomendaciones.
Al menos en España, funcionan mal las estadísticas sobre las víctimas de la epidemia. Se sospecha que infraestiman la realidad, al no tener en cuenta los fallecimientos indirectos por causa de la epidemia. El único cómputo fiable, aunque indirecto, habría sido un elemental cálculo demográfico. El Instituto Nacional de Estadística establecería, semana a semana, la diferencia entre el número total de fallecidos registrados y el que corresponde a la tendencia de los últimos años. Son datos muy fiables y que constan en el Movimiento Natural de la Población. Esa sería la verdadera estimación válida de las muertes extraordinarias debidas a la epidemia, de forma directa e indirecta. El dato, para el total de la población española, debería desagregarse por provincias; habría que darlo, siempre, en términos per capita.
Las estadísticas que se publican ahora, en números absolutos, son indigestas y despistan, más que aclaran, el panorama. Solo con el método demográfico dicho habríamos sabido el verdadero alcance de la epidemia, las variaciones temporales y territoriales. Por consiguiente, solo así se habría podido averiguar la eficacia de algunas medidas profilácticas. Al menos, se habría conseguido determinar lo que ahora solo es sospecha: que en la extensión de la epidemia operan factores erráticos o aleatorios, que ahora resultan desconocidos. Pero ya es tarde para ponerse a una contabilidad adecuada.
Ante tales nesciencias, la esperanza de la población está puesta en las vacunas, la auténtica panacea en forma de expectativa. Son varias, todas ellas emitidas por poderosas empresas multinacionales, sin participación de los laboratorios españoles. Las multinacionales de las vacunas están haciendo un negocio descomunal, dada la demanda inelástica (son imprescindibles) y la oferta limitada (oligopolio, o mejor farmapolio). No quiero pensar que en este episodio vayan a darse generosas comisiones a favor de los intermediarios.
El Gobierno de España no nos ha dicho cuánto van a costar las vacunas. Es un misterio si ese descomunal desembolso se halla incluido en el actual Presupuesto General del Estado, tan aireado en los debates parlamentarios. No vale decir que las vacunas serán gratuitas, una declaración risible. A todo esto, las distintas vacunas todavía no se han probado fehacientemente, con el debido rigor científico. Tampoco es segura la fecha anticipada para empezar a servirlas en España (a principios de 2021). Todo puede ser que, durante la fase de vacunación general, la epidemia se vaya disolviendo, aunque solo sea por su misma evolución biológica. Aun así, quedarán muchas secuelas de la enfermedad. Pero, en el entretanto, el inmenso negocio de las vacunas estará hecho. Con las crisis económicas también se pueden hacer grandes fortunas.