La buena noticia es que ya tenemos algo que se parece un poco más a un Parlamento, aunque todavía solo parlan los cabecillas. Los demás sedentes aplauden cada uno al suyo. Pero por lo menos se respira cierta frescura en las intervenciones y en los gestos.
Rajoy es brillante al modo tradicional. Su argumento principal es que con él hemos salido de la crisis. Nadie le objetó que el Gobierno irlandés ha superado mucho mejor la crisis y acaba de perder las elecciones. Leen poco estos padres conscriptos. Claro, emplean todo su tiempo en hacer declaraciones; no tienen tiempo para informarse.
A Sánchez le atosiga una fijación: matar verbalmente a Rajoy. Su odio es comparable al de Aníbal a los romanos. El del Ramiro tendrá también su batalla de Zama.
Pablo Manuel Iglesias es el payasito de la Cámara; la que él llama asamblea, porque se cree que sigue en la Fácul. Su anhelo es fagocitar al PSOE. Ya no necesita ponerse chaqueta; el coche le lleva de garaje a garaje. Le puede el narcisismo. El beso en los labios con su compañero de fatigas desborda cualquier imaginación.
Rivera es el mago del circo. Se le está contagiando el odio a Rajoy. Es el único que puede hablar con tirios y troyanos. El Rey haría bien en llamarlo para que formara Gobierno, pero no caerá esa breva.
¿Por qué no se ponen de acuerdo los cuatro caudillos para formar Gobierno? Por dos potísimas razones. Primera, porque cada preboste de grupo habla solo para los suyos. Debe conseguir que sus huestes piensen como él. Por eso están obligadas a aplaudir sus intervenciones. Segunda, porque, aunque declaren lo contrario, a todos los gerifaltes les atrae el juego de unas nuevas elecciones. La esperanza común es que todos van a ganar votos, algo matemáticamente imposible, pero que funciona como expectativa. En el entretanto, la campaña electoral constituye su medio óptimo: no tienen que trabajar mucho y todo el día en el candelero. Aunque digan lo contrario, no les importa mucho parar poco en casa.
Resulta un tanto hipócrita el lamento de todos los voceros por la suerte de los españoles azotados por la crisis: paro, pobreza energética (no poder encender la calefacción), trabajos precarios, desahucios, etc. Es claro. Los 350 sedentes tienen un puesto fijo para toda la vida, aunque solo sea por los contactos que les facilita su condición. Su poder consiste en que pueden hacer muchos favores con dinero público. Ni siquiera tienen que llegar a la corrupción, en la que solo caen algunos imbéciles presumidos con manías de grandeza.
La mala noticia es que el inacabable proceso de investidura nos está costando la hijuela a los que no podemos encender la calefacción. Bueno sería que, como símbolo del fracaso de la investidura (convertida en embestidura), los capitostes todos se retiraran a cultivar el huerto. Ahí es donde los quiero ver, con la azada. Aunque el presidente del Congreso me corregiría: "Ay es donde los quiero ver". Queda mejor.