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Amando de Miguel

Apología de los 'sin'

La humilde preposición 'sin' está de moda, qué le vamos a hacer. Indica privación o carencia de algo bueno, pero también de algo malo.

La humilde preposición sin está de moda, qué le vamos a hacer. Indica privación o carencia de algo bueno, pero también de algo malo; en cuyo caso se transforma en algo deseable y popular. Véanse algunas expresiones clásicas como "sin pecado concebida" (exaltación de la Virgen María) o "sin miedo y sin tacha" (admiración de un héroe). Más popular es "sin comerlo ni beberlo" (= inocentemente) o "sin paliativos" (= de forma directa, con claridad). En su día Felipe González popularizó lo de "sin acritud" (él decía "sin acritú"), para indicar no sé qué cosa buena en su talante. La prosa administrativa está llena de cautelas como "sin perjuicio de" o "sin duda alguna". Son de buen tono. En cambio, el "sin ánimo de lucro" certifica que una iniciativa organizativa resulta encomiable, aunque a veces esconda un propósito no ya lucrativo sino estafador. Hago gracia al lector de algún caso famoso por su alta alcurnia. Las ONG no se atreven a declarar que lo son "sin ayudas públicas". En el habla popular el lucro parece egoísta o miserable. Como si no fuera lucro (por un beneficio económico) la dedicación de la mayor parte de los trabajos y ocupaciones. Nadie sabe qué pueda significar "sin solución de continuidad" (= algo que continúa). ¿No sería mejor "sin rupturas", "sin discontinuidades"? Son cosas de los médicos.

Hay algunas situaciones sociales tenidas por problemáticas. Para resaltar tal circunstancia se acude a la dichosa preposición. Por ejemplo, los "sin papeles" (= inmigrantes ilegales) o los "sin techo" (= indigentes extremos, los que vagan por las calles, a veces con un carrito de supermercado atestado de zarrios). No son tan excluyentes los "sin contrato", pero ahí están los que se emplean a la buena de Dios con un acuerdo verbal. Son legión. Los bancos nos anuncian que trabajan "sin comisiones", un milagro contable que nadie entiende. Más difícil de entender es esa oferta a plazos "sin intereses" que hacen algunos comerciantes. Por lo mismo, los toros de lidia se muestran "sin afeitar".

Las obsesiones dietéticas (recuérdese al doctor Tirteafuera del Quijote) nos cercan por todos los lados. Somos tan melindrosos que exaltamos los alimentos "sin grasa", el gazpacho "sin pasteurizar", las conservas "sin conservantes" (milagro de la química), las bebidas "sin alcohol", incluso las alcohólicas. Los médicos nos aconsejan las comidas "sin sal", algo muy difícil de encontrar en la naturaleza. Nada más elegante que "la cerveza sin" o "el agua sin gas" o "sin burbujas". En los buenos restaurantes el pescado te lo preparan "sin espinas", como si fuéramos niños. En todos esos casos la norma fonética es que la preposición sea átona, pero nos gusta recalcarla. Definitivamente el sin da prestigio. Incluso tienen un cierto atractivo los simpas, es decir, los que entran sin pagar en el Metro o en cualquier otro local.

Lo más curioso es que la partícula syn en griego significa "unión". De ahí, por ejemplo, sindicato, que vendría a significar algo así como "la unión general de los trabajadores en pos de la justicia". ¡Qué lejos estamos de la etimología! La coalición entre la UGT y Comisiones sería un sincretismo, esto es, la unión de dos combatientes contra un tercero, el que ponga por delante.

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