Lo escribí en su día en Libertad Digital: Juan Carlos debía haber abdicado hace tiempo, cuando el prestigio de su Casa era alto. Pero el hombre tuvo que esperar hasta las puertas de este verano, hasta el finiquito de los negocios con nuestros amigos los árabes. Total, que nos plantamos en el mes de julio. Aquí casi todo se ha ventilado en ese dichoso mes, desde las Navas de Tolosa hasta el Alzamiento de Franco.
La situación actual no puede ser más aciaga. Las huestes políticas que nunca han ondeado la bandera de España son ahora, juntas, la mayoría del abanico ideológico. Cierto, cada uno es de su padre y de su madre. Pero se les presenta la ocasión de oro para arracimarse en torno a la bandera republicana. Dominan la calle. Ya se sabe que los españoles, al emprender grandes gestas, las hemos hecho siempre en la plaza pública.
Los que mandan no querían la taza de la reforma de la Constitución, pues ahora tendrán taza y media. Simplemente, el heroico texto de 1978, cumplida una generación, está ya fuera de cuentas. Lo peor que nos podía ocurrir es la dialéctica Monarquía-República. Pues es lo que tenemos por delante. Ni qué decir tiene lo que va a salir si eso se dilucida, una vez más, en la Puerta del Sol.
Algunos clamarán por un Gobierno de coalición nacional. Tarde piache, que dijera Sancho Panza. Además, los que tendrían que coaligarse simplemente se odian, se desprecian. Otra salida de pata de banco sería pedir ahora elecciones generales. Ya estamos como en el 31. La Historia se repite como farsa. Solo que ahora nos plantaríamos de golpe en el remedo del Frente Popular del 36. Ojalá me equivoque. Pero lo mío es acertar, aunque me esté mal el decirlo.
Cabe una esperanza. Los españoles llevamos zurrándanos la badana más de mil años, y hemos sobrevivido como nación, a trancas y barrancas. Pues de esta también vamos a salir. Somos buenos vasallos y nos merecemos un buen Señor. Las dificultades nos hacen espabilar. No me refiero a la crisis económica. Es la hora de la política, estúpidos.