Cuidado que es fácil la distinción entre lo masculino y lo femenino. Pero el idioma castellano nos complica las cosas, al tiempo que las hace más divertidas. Porque en español (frente al inglés, por ejemplo) no solo tienen género los seres vivos sino los objetos inanimados. Así, las piedras y los árboles, la silla y el sillón. ¿Por qué no diremos “la sillona”? Bien femeninas parecen la tumbona o la cama. En algún caso el sexo imaginado de las cosas lo traduce muy bien el lenguaje. Así, “el enchufe” (macho) y “la clavija” (hembra).
Conchita Fernández me afea mi propuesta de que pueda haber una palabra femenina como plural conjunto, por ejemplo, “las enfermeras” o “las secretarias”. A mí no me repugna que esos genéricos puedan incluir varones, pero a doña Conchita le molesta tal mezcolanza. En el reino animal no nos importa emplear el femenino genérico. Así, las culebras, las ocas, las grullas y, en general, las aves. En todos esos casos y en otros muchos parecidos presumimos que hay machos. Puede que no sea muy digno compararnos con los animales, pero ellos y nosotros, los humanos, manifestamos la divertida diferenciación sexual. Ahí empiezan las complicaciones para el idioma y para la vida.
Francisco J. González me da un argumento más convincente para rechazar mi propuesta de “las enfermeras” como genérico. Su idea es que el genérico masculino es lo usual por comodidad, sin que intervenga la proporción de sujetos masculinos o femeninos que haya en el conjunto. Y añade con buen juicio: “Es lo mismo que ocurre con el singular respecto al plural: con el primero podemos expresar también el segundo, pero no al contrario”. En efecto, así es. Si yo digo “el trigo” incluyo cada uno de los posibles trigales.
Con buen tino, don Francisco advierte que no debe confundirse el género (categoría gramatical) con el sexo (contingencia fisiológica). Hombre, yo creo que es algo más que una contingencia, pero dejémoslo estar, que dicen los catalanes y a mí me gusta. La consecuencia de la tesis de mi culto corresponsal es que está mal traído lo de “violencia de género” para indicar la “violencia de sexo”. Él propone, como solución práctica que digamos “violencia contra las mujeres”. El problema es que así destacamos una forma de violencia para ocultar otras: contra los niños, los viejecitos, los parientes retrasados, sean varones o mujeres. Mejor sería hablar de la “violencia doméstica”. El primer caso de violencia doméstica registrado en la Historia fue el asesinato de Abel por su hermano Caín.
El documentado correo de Francisco J. González añade una sabrosa anécdota referida a un eminente filósofo. El cual propuso un neologismo, “humanes”, para evitar el machista “hombres”, cuando se quiere indicar el género humano, varones y mujeres. Lo gracioso de la historia es que el filósofo escribía tranquilamente “los humanes”. Es decir, el genérico volvía a ser masculino.
Pido perdón humildemente a doña Henny Boom, a quien confundí con Henry (Enrique). Henny es el Enriqueta para los holandeses. Precisamente, doña Henny dice que no entiende muy bien si a mí me molesta o no el uso del “don” o “doña” delante del nombre de una persona. Me encantan el “don Amando” que empleamos en la COPE. Es una mezcla de familiaridad y de respeto, de reconocimiento y de coña marinera. Yo así lo empleo en este rincón palabrero de LD. En cambio, la moda actual de “señor Amando” me parece una forma anacrónica, falsamente reverencial, algo artificiosa. Pero, si me llaman así, tampoco me molesto, pues entiendo que tiene su tradición y su aquel.
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