Desde los inicios del año 2020, nuestra sociedad se ha visto sometida a una situación insospechada meses antes, que creíamos desterrada como una de las amenazas del ser humano. Hablábamos de anteriores pandemias, como la mal llamada gripe española, o la peste bubónica, como fenómenos ya superados por el avance de las ciencias médicas, de las pautas de higiene y de la capacidad de obtener información casi instantánea de lo que ocurría en cualquier parte del mundo, para tomar las precauciones necesarias.
De repente vimos nuestras televisiones inundadas por imágenes de UCI desbordadas, tanatorios colapsados, poblaciones confinadas y una gran incertidumbre sobre la verdadera dimensión de este problema.
Esta situación despertó en nosotros todo el abanico de emociones que han servido a la especie humana para adaptarse y sobrevivir. Las principales han sido miedo, ansiedad, ira, tristeza. El miedo nos sirve para protegernos cuando tenemos un objeto concreto del que debemos defendernos o evitar. La ansiedad se produce cuando, dicho objeto, no está perfectamente definido aumentando nuestro rendimiento. La ira lleva nuestra necesidad de control de las situaciones a su máxima expresión, o bien nos sirve para defendernos. Finalmente, la tristeza, nos sirve para recapacitar ante situaciones que nos desbordan y evaluar si nuestros mecanismos de afrontamiento de las mismas son adecuados o no.
Tomando en cuenta estas consideraciones podremos evaluar mejor el impacto sobre la salud mental de la pandemia y afrontar adecuadamente sus manifestaciones emocionales.
Los trastornos mentales son definidos, en las clasificaciones internaciones, por aquellos estados emocionales que tienen unos determinados síntomas, que, además, causan limitaciones significativas en las esferas social, familiar o laboral, o bien producen un malestar muy significativo. Para que llegue a constituirse un trastorno se deben de dar una serie de circunstancias. En gran parte de ellos puede existir una base biológica/genética para su desarrollo, también la presencia de acontecimientos estresantes que desbordan la capacidad de afrontamiento, y un sustrato social que favorezca su desarrollo como situaciones de paro, aislamiento social..etc.
Tomando todo esto en cuenta, ¿qué podemos hacer para que, emociones normales del ser humano, no deriven en trastornos que merman nuestra capacidad para seguir adelante con nuestra vida?
En primer lugar, debemos reconocer nuestras emociones y aceptarlas, no luchar contra ellas, ni juzgarse por tenerlas y etiquetarlas directamente como un trastorno psiquiátrico. Es muy importante también limitar el tiempo de exposición a los medios de comunicación con noticias negativas sobre la pandemia, las amenazas socioeconómicas que se ciernen…etc. Debemos potenciar nuestras relaciones sociales, presenciales en la medida que nos permita la situación de la pandemia o, en su defecto virtuales (esta es una de las buenas cosas que nos dejado la pandemia, la cultura de comunicarnos con nuestros seres queridos, por lejos que estén, con las modernas tecnologías). Evitar el consumo excesivo de alcohol ya que, además de sus efectos perniciosos en la salud física, tiene la capacidad de inducir mayores niveles de ansiedad y depresión. Es muy conveniente, también, tratar de organizar nuestras vidas con jornadas estructuradas teniendo en cuenta compromisos laborales y actividades de ocio tiempo libre. En esta organización no debe de faltar la práctica regular del ejercicio físico. Existen numerosos estudios que avalan su utilidad en la mejoría del estado de ánimo y en la atenuación de las manifestaciones de ansiedad. Podemos, asimismo, practicar regularmente la relajación o aprender la técnica de mindfulness que, a buen seguro, contribuirán a un mayor bienestar emocional.
Por último, si pese a tomar todas estas medidas, persisten síntomas que causan un significativo malestar y la persona observa que necesita ayuda, no dudemos en solicitarla. En el sistema público, el médico de atención primaria o el pediatra en poblaciones infantiles son verdaderos expertos en el manejo y tratamiento de trastornos leves o moderados. No obstante, si el médico de primaria estima conveniente que el problema es subsidiario de atención por parte de los equipos de salud mental, puede gestionar la derivación a los mismos. Los equipos de salud mental en el momento actual tienen unos niveles de formación y capacitación técnica excelentes, con niveles de resultados, en términos de remisión de los trastornos tratados, similares o incluso superiores a la mayor parte de las especialidades médicas. Una de las barreras que pueden existir para el acceso a los mismos, puede venir de lo que denominamos "autoestigma", es decir, del rechazo de la persona a recibir ayuda especializada por parte del psiquiatra o psicólogo, por temor a verse débil o incapaz de solucionar su sufrimiento por sí mismo, desde un recelo a la enfermedad mental. Es importante que esa persona no se prive de la posibilidad de recibir el tratamiento efectivo que se le brinda, dándose la oportunidad de conocer los dispositivos y profesionales que, con seguridad, aliviarán los temores que suscitan los trastornos mentales.