¿Qué ha sido de ese acuerdo del beso que Pablo Iglesias pidió en el Parlamento a los nacionalistas catalanes cuando, tras las elecciones de diciembre de 2015, intentaba formar un frente popular para gobernar España?
Ahora vemos que Puigdemont no se iba a conformar nunca con ser el monaguillo de esa ceremonia de la destrucción. El líder catalán aspiraba a ser su oficiante.
El viernes pasado escuché al expresident decir: "Así es como se construye un pueblo". Una expresión que hasta ahora creía monopolio de esa nueva izquierda revolucionaria populista que se agrupa en torno a Pablo Iglesias. Y me pregunté si no iría dirigida a los líderes de Podemos, tan callados y tan indecisos en esta sublevación del Gobierno de Cataluña.
Iglesias, Monedero, Errejón y demás gramscianos: ¿acaso no dijo Gramsci que el individuo es hombre de partido y que aquel que se proclama individualista lo que pretende es ser el jefe del partido? Pues ahí tenéis el ejemplo vivo de Puigdemont, su respuesta al acuerdo del beso que le proponíais: si hay que conducir al pueblo hacia una tierra prometida, el conductor seré yo.
Iñigo Errejón describió en su libro Construir pueblo cómo, a partir del descontento de varios sectores de la población y según la estrategia bolivariana, se construye "hegemonía" (o predominio de un pensamiento único). En ese libro, escrito con Chantal Mouffe, viuda de Ernesto Laclau, explicaba que el populismo de izquierdas suponía una garantía democrática frente a políticos populistas de derechas que se sirven del sentimiento nacionalista del pueblo para tomar el poder. Este libro de Errejón se ha traducido en Francia, y ese discurso antiidentitario sirvió a Mélenchon, hermano ideológico de Pablo Iglesias y líder de La France Insoumise, para presentarse como una alternativa al Frente Nacional.
No me extraña que los de Podemos estén desconcertados. Puigdemont les ha robado el bocadillo con su salida del armario. Iglesias y los suyos no tuvieron en cuenta que el sentimiento de identidad nacional catalana lleva muchos años fomentándose en Cataluña a través de la educación y de la cultura, que, por cierto, según Gramsci, era la estrategia que se debía seguir. La alternativa pedagógica que nace con el sesentayochismo en Cataluña era decididamente proindependentista.
Este movimiento Omnium Cultural, que hasta ahora no había mostrado su cara revolucionaria, se creó en 1961 para promover la lengua y la cultura catalanas, o, dicho en términos gramscianos, para promover la hegemonía cultural catalana. Llevan trabajando más de medio siglo, ¿cómo iban a consentir que unos profesores recién llegados de la Complutense de Madrid les robaran el protagonismo de la destrucción de la democracia española?
Es lógico que Pablo Iglesias se muestre desconcertado. De líder a monaguillo. Lo tomas o lo dejas, Pablo, porque Puigdemont ha decidido guiar a su pueblo hacia la victoria o la derrota final.
Como no veo a Pablo de monaguillo, y pienso que su soberbia es infinita, creo que sigue empeñado en su juego de tronos y moverá ficha cuando el líder catalán se la pegue, que tiene toda la pinta de que se la va a pegar. Y entonces, cuando el "pueblo oprimido" busque un nuevo líder, ahí estará él.
También puede ser, y Dios así lo quiera, que esta explosión de irracionalidad y sentimentalismo barato de la independencia catalana sirva de vacuna a una sociedad libre y democrática como es la española, a la que solo el delirio totalitario de unos políticos populistas ha hecho creerse que era un pueblo oprimido.