La notable novela de Mario Vargas Llosa retrata la brutal dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana. Pero además muestra esa particularidad folclórica, curiosa y pintoresca de las dictaduras de Latinoamérica, llenas de personajes circenses, de circunstancias curiosas, de mequetrefes sobones, de populismo de callejón y cantina.
El contexto internacional y la globalización han hecho que las dictaduras evolucionen. Hoy tratan de disfrazarse de democracias, con elecciones y todo. Tratan de ganar una legitimidad de la que obviamente carecen. Bañadas en el barniz de lo realmaravilloso, parecen en realidad sacadas de lo irreal-espantoso. En la política latinoamericana, la democracia es desdibujada en una caricatura grotesca que se burla de sí misma.
¿Cómo entender la reelección de Chávez en Venezuela? ¿Qué explica que un personaje tan nefasto y parecido al Trujillo de la novela (y lo que es peor, al Trujillo de la realidad) pueda ganar una elección? ¿Cómo encontrarle sentido a que alguien que ha destrozado un país e hipotecado el futuro de varias generaciones haya recibido la preferencia de los votantes? Por supuesto que podemos culpar (y culpa hay) a la brutal competencia desleal, en un país donde los medios de comunicación se rigen por la frase "Todos para uno y nada para el otro", los recursos públicos son usados con el mayor desparpajo imaginable para corromper la conciencia de los ciudadanos y la autoridad, antes que en poner orden, centra todos sus esfuerzos en crear el caos.
Lo dicho en el párrafo anterior sería suficiente para calificar de democracia caricaturesca al sistema político venezolano. Pero hay mucho más que eso.
Es un error común entender que la democracia es producto del voto y del gobierno de las mayorías. Una democracia sin derechos individuales (y en Venezuela no existen) es por definición una dictadura.
Imaginemos que usted asiste a una fiesta. De pronto se organiza una votación para decidir si su automóvil, aquel en que llegó a la fiesta, va a seguir siendo de su propiedad o va a ser entregado gratuitamente a los demás asistentes. El resultado es predecible. La mayoría votará para quedarse con su carro. Usted se quedará en solitario votando en contra.
Eso no es democracia. Es simplemente un atropello. Una democracia sin derechos fundamentales es más que la dictadura de la mayoría. Es la dictadura de quien manipula a la mayoría.
Los derechos fundamentales no pueden ser confiscados por el mero hecho de que la mayoría lo desee. No podemos aprobar la tortura, la erradicación de la libertad o de la propiedad, la eliminación de la vida, en referéndum. La dignidad humana, expresada en los derechos individuales, no está en venta ni sujeta a votación. Hay derechos que están por encima de la democracia.
La esencia de la democracia es la protección de los derechos. Lo demás es simplemente un sistema operativo electoral que, aunque importante, es manipulable si lo primero no existe.
Lo que Chávez ha hecho es crear una democracia sin derechos. Se ha proclamado portador de la facultad de quitar derechos a unos para dárselos a otros, sin límite ni vergüenza. El populismo, llevado al extremo, no es otra cosa que una confiscación, una privación de la esencia de lo que es un ser humano.
Como en el ejemplo de la fiesta y el carro, no es extraño que Chávez ofrezca a los votantes seguir tomando los derechos de unos para dárselos a otros. Esa es la fiesta del Chivo a la que ha invitado a los venezolanos; y además amenaza todo el tiempo con invitar al resto de los latinoamericanos.
© El Cato