A veces, las consecuencias de su comportamiento fraudulento sólo afecta al círculo científico. Otras veces, el engaño tiene graves consecuencias para la sociedad e incluso para la salud pública. Esto es lo que pasó en 1998, cuando un grupo de científicos dirigido por Andrew Wakefield, del International Child Development Resource Centre, en Londres, anunció en la prestigiosa revista The Lancet el descubrimiento de una relación entre la vacuna tripe viral –sarampión, parotiditis y rubéola– con la aparición de los síntomas de autismo en los niños inmunizados. A la vista de los resultados, muchos padres del Reino Unido decidieron no vacunar a sus hijos con el evidente peligro que ello suponía. Sin embargo, seis años después se descubrió que el investigador principal había recibido una importante suma de dinero -55.000 libras– de una asociación de niños autistas que quería querellarse con los laboratorios que producían la vacuna. Terrible.
Pero para tranquilidad de todos, los piratas de laboratorio son una minoría. En ningún caso, sus actos son motivo de regocijo, pero sí llama la atención y produce sorpresa la manera en que han urdido el engaño o cómo han sido desenmascarados. Éstos son algunos ejemplos que han hecho historia.
-El astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630) forzó los cálculos para ajustar al milímetro su teoría de que los planetas se mueven en órbitas elípticas y no circulares alrededor del Sol. De igual modo, Isaac Newton (1642-1727) retocó los resultados de sus cálculos de la velocidad del sonido y de los equinoccios para formular su famosa teoría gravitatoria.
-En 1728, el médico y mago prusiano Gustavus Katterfelto se presentó en Londres como un gran curandero de la gripe, acompañado de dos gatos negros parlanchines. Katterfelto pregonaba que con su microscopio solar los insectos, que eran los causantes de las epidemias de gripes, se podían ver tan grandes como pájaros. Para hacerse publicidad al llegar a un pueblo, se montaba en un carruaje precedido de dos sirvientes negros que tocaban la trompeta y distribuían carteles publicitarios.
-El geólogo aficionado Charles Dawson comunicó en 1912 a su amigo Arthur Smith Woodward, conservador del Departamento de Geología del Museo Británico, que había hallado los restos fósiles de un homínido en una gravera cercana a Piltdown, en Inglaterra. Tras estudiar los restos, un cráneo mitad humano mitad simio, anunciaron que habían descubierto el eslabón perdido. La engañifa no salió a la luz hasta cuarenta años más tarde. En 1953, la datación radiactiva demostró que el cráneo era de un hombre moderno y que la mandíbula era de un orangután. Los dientes también habían sido colocados de forma artificial y los huesos fueron envejecidos con técnicas químicas.
-Durante su estancia en el Instituto Max Planck de Alemania, Robert Gullis publicó una docena de artículos científicos sobre los efectos de la morfina y otros fármacos neuroactivos en determinadas moléculas presentes en los tumores del sistema nervioso. Después de abandonar el instituto, sus colegas intentaron repetir los experimentos sin éxito e invitaron entusiasmados a Gullis para que reprodujera los ensayos. Le fue imposible y no le quedó otra solución que confesar que parte de los artículos eran meras hipótesis y que los datos se los había inventado. En 1977, publicó un artículo en la revista Nature pidiendo perdón por su desfachatez.
-El mapa de Vinlandia, que probaba que los vikingos habían explorado el Nuevo Mundo mucho antes que Cristobal Colón, fue un timo. En un principio, se barajó la posibilidad de que el mapa había sido confeccionado por un monje suizo entre los años 1430 y 1440. Un comprador anónimo lo adquirió, junto a otros dos objetos antiguos, por un millón de dólares y lo donó a la Universidad de Yale. Unos años después, después de que se vendieran miles de copias al precio de 15 dólares, los científicos descubrieron que la tinta con la que había sido dibujado el mapa de Vinlandia era de principios del siglo XX.
-El matemático suizo Johann Bernoulli (1667-1748) se apropió de unas ecuaciones desarrolladas íntegramente por su hijo Daniel, pionero de la hidrodinámica y de la teoría cinética de los gases. Pare su descaro no tenía límites, pues fechó la publicación de forma que su vástago pareciera el plagiador.
-El joven John Darsee, investigador de las universidades de Emory y de Harvard, era la envidia de sus colegas por su prodigiosa capacidad para publicar artículos científicos. Pero en 1981 reconoció que había falseado y amañado datos en docenas de los brillantes trabajos publicados. Por la misma época, otro escándalo similar saltó a los medios de comunicación: Robert Slutsky, radiólogo de la Universidad de California en San Diego, publicaba a un ritmo de un artículo científico cada 10 días. Cuando el comité científico revisó sus 137 publicaciones se toparon con experimentos inventados, mediciones incorrectas o inexistentes y análisis estadísticos urdidos por la inigualable imaginación de Slutsky.
-Los astrónomos del siglo XIX estudiaron con detenimiento el catálogo de 1.025 estrellas del astrónomo greco-egipcio Ptolomeo (90-150) y descubrieron algunas irregularidades que apuntaban al plagio. En el catálogo, se recogen las estrellas que se ven desde Rodas, pero faltan curiosamente las que sólo se ven desde Alejandría, ciudad donde trabajaba Ptolomeo.
-En 1973, el jefe de inmunología de trasplantes del Instituto Sloan-Kettering de Nueva York, William T. Summerlin, aseguró haber obtenido el injerto de piel sin rechazo en unos ratones. Pero la buena nueva, que fue acogida con entusiasmo por la comunidad médica, duró bastante poco. Un ayudante de laboratorio limpió los animales con alcohol y observó perplejo que los trozo de piel injertados, de color negro, se borraban. Habían sido dibujados con un rotulador.
-La tinta fue la protagonista de otro sonado lío de laboratorio. El zoólogo Paul Kammerer, (1880-1926), del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Viena, era un entusiasta defensor de la teoría de Lamarck, que sostiene que los rasgos adquiridos se transmiten de algún modo a los descendientes. A principios del siglo XX, Kammerer afirmó que los sapos parteros macho nacidos de una pareja que había sido obligada a aparearse en el agua presentaban cepillos copuladores, unas callosidades en los antebrazos y manos. Según el zoólogo, este carácter antes inexistente en dicho batracio terrestre se transmitía a la prole. La comunidad científica se quitó el sombrero ante Kammerer, pero un investigador norteamericano descubrió el pastel: los cepillos copuladores de los sapos presentados por el zoólogo estaban pintados con ¡tinta china!
-Durante una conferencia que se celebró en 1979 en la capital nipona, el químico norteamericano Jack Schubert confesó a su colega S.K. Derr que los resultados de los trabajos que acababan de publicar se los había sacado de la chistera. En ellos anunciaba la existencia del quelante, un producto capaz de filtrarse y retirar de los tejidos hepático y óseo cualquier contaminación con plutonio.
-Sigmund Freud (1956-1939) alardeó entre sus colegas de haber curado con su terapia a un paciente con las iniciales S.P. y que popularmente fue conocido como el Hombre de los Lobos. El paciente sufría una grave afección neurótica invalidante agravada por unas pesadillas recurrentes sobre unos lobos que aparecían encaramados a un árbol frente a la ventana de su dormitorio. El psicoanalista vienés interpretó este sueño como el resultado de un trauma que sufrió a la edad de dos años, tras contemplar a sus padres "realizar un coito por detrás repetido tres veces, y pudo ver los genitales de la madre y el miembro del padre, comprendiendo la esencia de la cosa y su significado". Cuando Freud comunicó a S. P. el origen de sus pesadillas, este se curó completamente. Sin embargo, la realidad es muy distinta. En los años sesenta, la periodista Karin Obholzer sintió curiosidad por el caso e investigó la vida del hombre de los lobos en Viena. Descubrió que su nombre real era Sergei Pankejeff y que jamás llegó a curarse. De hecho, su enfermedad se había agravado con el paso del tiempo hasta su muerte en 1978. Pankejeff recibió un sueldo mensual a cargo de la Fundación Sigmund Freud cuando sus directivos se enteraron de sus intenciones de trasladarse a Estados Unidos. El dinero sirvió para que permaneciera escondido en la capital austriaca y no saliera a la luz el timo del padre del psicoanálisis.
-Para reforzar los resultados de sus experimentos sobre la herencia, el monje austriaco Gregor Mendel (1822-1884) no tuvo ningún escrúpulo en retocar sus observaciones y manipular los resultados estadísticos. Su objetivo no era otro que vender sus teorías sobre la herencia a los naturalistas escépticos. Para su desgracia, su obra cayó en el olvido durante medio siglo, hasta que fue redescubierta en 1900.
-Otro fraude en el campo de la psicología, pero con graves consecuencias en política educativa, lo urdió el inglés Cyril Burt (1883-1971). Abonado a las ideas eugenésicas de Francis Galton y abanderado del carácter hereditario de la inteligencia humana, realizo en los años 50 y 60 numerosos estudios con gemelos para demostrar que la herencia determina las facultades intelectuales de las personas. Sus trabajos le otorgaron un enorme prestigio, hasta el punto de ser el primero en ocupar una cátedra de Psicología en Inglaterra y erigirse como el primer psicólogo en ser nombrado caballero y miembro de la Royal Society. Desde su posición influyente, consiguió implantar un test de inteligencia obligatorio para todos los niños de 11 años. A los que obtenían una escasa puntuación no se les permitía acceder al bachillerato ni a la universidad, y eran relegados obligatoriamente a desempeñar oficios manuales. La prueba se mantuvo hasta 1969, pero los fraudes del Sir no vieron la luz hasta después de su muerte. Burt se inventó los resultados de los estudios que llevó a cabo con los gemelos, se inventó dos colaboradoras investigadoras, Miss Howard y Miss Conway, e intentó atribuirse la invención de la llamada técnica del Análisis Factorial, ideada por Charles Spearman (1863-1945), tras la muerte de éste.
-Para demostrar que los controles de las revistas científicas dejaban mucho que desear, Alan Sokal, profesor de física de la Universidad de Nueva York, consiguió publicar en 1996 en la revista Social Text, un texto inventado y carente de sentido. El fraude, en este caso, era justificado.
-Antonio Arnaiz Villena, jefe de inmunología del hospital 12 de Octubre de Madrid, publico hace 10 años en Human Immunology, un artículo que fue luego anulado a través de una carta del editor rechazando el trabajo porque carecía de valor científico. Villena demostraba que los palestinos tienen una fuerte correspondencia genética con los judíos y otros pueblos de Oriente Medio. Las fuentes que ofreció para apoyar su hipótesis eran casi todas autocitas, fragmentos de la Biblia y referencias sin valor científico. Lo más grave es que pasó los filtros de la publicación internacional.
-Hace dos años, la revista National Geographic anunció el descubrimiento en China de un fósil de Archeoraptor, considerado el eslabón perdido de la evolución entre dinosaurios y aves. Un mes después, la propia publicación se vio obligada a reconocer que había sido víctima de un engaño. Aunque los restos fósiles, que habían sido sacados de forma clandestina de China, eran verdaderos, no pertenecían al animal intermedio que se aseguraba.
-Hace 6 años, un equipo de investigadores del laboratorio Lawrence Berkeley National Laboratory, de EEUU, publicaron en la revista New Scientist el descubrimiento del elemento 118, el átomo más pesado conocido hasta entonces. Más tarde, varios grupos de investigadores alemanes y japoneses intentaron reproducir el experimento sin éxito. A raíz de esto se descubrió que uno de los 15 expertos que formaban parte del proyecto inicial manipuló los datos iniciales para llegar al 118.
-Entre los años 1980 y 1982, John Darse, especialista en cardiología de la Universidad de Harvard, en EE UU, escribió aproximadamente 118 artículos con la mayor parte de los datos inventados. La Universidad ignoró el engaño y sólo tomó acciones contra Darse después de una denuncia de los National Institutes of Health (NIH).