El chulo de playa tradicional en la costa española era aquel varón escuchimizado y velludo que paseaba por la orillita del mar con su braga naútica (aquellos bañadores Turbo, tan pequeños que a veces al usuario se le salía un colgante sin querer), su peine cogido con el bañador a la altura de la cadera y el paquete de Winston americano marcando ídem en la manga de una camiseta también diminuta. Aquel chuloplayas preconstitucional, que dirigía a las extranjeras en top-less la mirada ensayada mil veces en el espejo del cuarto de baño mientras hacía ridículos estiramientos intentando marcar los bíceps de los que carecía, era un personaje encantador que servía de sano entretenimiento a quienes tenían la fortuna de asistir de cerca a sus performances.
Lo más parecido que existe actualmente en nuestras playas es el típico grupito de chavales adolescentes intentando sorprender a las chicas a base de mostrar sus habilidades gimnásticas o balompédicas sin el menor respeto por quienes tienen alrededor.
Tener la tumbona instalada junto a una manada de machos jóvenes en celo pegándose balonazos es algo que te puede amargar la tarde (como se levantan a eso de las dos, por las mañanas no hay peligro de encontrártelos). Las niñas del grupo asisten a este ritual de apareamiento con aparente indiferencia, aunque por los cuchicheos que mantienen entre ellas se ve que siguen con mucha atención las piruetas del Yónatan, el Cristian y el Yoni, tal vez repartiéndose el ganado para que a la salida de la discoteca esa noche no haya problemas de distribución.
El fútbol, una de las dos actividades que este año están haciendo furor en la costa, es la ocupación preferida de los jóvenes chuloplayas , aunque tal vez no debiera llamarlos así en honor a sus insignes antecesores de bigote, tanga, peine y radiocassette. La otra es pasear por la orilla con un sombrero de cowboy, como hacen las señoras cincuentonas empeñadas en ir a la moda. Todas van con el gorro que perdió John Wayne a orillas del Río Bravo mientras repelía un ataque de los indios, tal vez para que si hay algún comanche bañándose cerca desista de arrancarles la cabellera.
En cuanto a lo primero, que es lo que nos ocupa, la culpa de esta pasión balompédico-estival la tienen la selección española y Luis Aragonés por haber ganado la Eurocopa en lugar de haberse quedado en cuartos como manda la tradición. Las revoluciones siempre dejan un reguero de víctimas inocentes, en este caso los usuarios normales de las playas públicas, que hemos de convivir con manadas de jovenzuelos con las hormonas revolucionadas intentando hacer chilenas a despecho de reventarle de un balonazo la cepa de la oreja a una pobre anciana bañista. Encima, estos tíos se emocionan tanto con ese deporte absurdo que aúllan como auténticos energúmenos. Yo he estado a punto de intervenir en uno de estos partidos improvisados, como si fuera Mejuto González, para aclarar con estos protodelincuentes costeros un aspecto esencial:
–Vamos a ver, chavalotes, si ya sabéis que las chicas aquellas se os van a merendar de arriba abajo al tercer cubalibre en el botellón de esta noche, ¿Por qué desperdiciar vuestras fuerzas en estos alardes estúpidos en lugar de reservarlas para luego? Así, de paso, nos dejáis vivir a los demás, que en lo que va de verano habéis enviado al hospital a cinco ancianos con crisis de ansiedad.
Pero como no me fío de las virtudes educativas de la reforma logsiana y sus secuelas, prefiero liar el petate y ladearme unos ochocientos metros de la manada, no sea que tome mi discurso moderador como una ofensa y acabemos todos en la Cruz Roja o en la comisaría más cercana.
Y el caso es que no son malos chicos. Quiero decir que cuando arrollan a un viejecito de esos que ponen el trasero en remojo medio metro mar adentro le piden disculpas, aunque sin dejar de seguir la jugada, que para eso son profesionales. Son como las catástrofes naturales, destructivos pero sin mala intención.
Y Zapatero tan tranquilo, apedreando garcetas en Doñana completamente ajeno a esta plaga veraniega que asola nuestras costas. Y la oposición, por su parte, sin la más mínima intención de pedir la comparecencia parlamentaria de la ministra del ramo para que dé las explicaciones pertinentes acerca de este grave problema nacional. Amigos, este país se va al carajo.