En esa página, propugna Juan José Tamayo-Acosta "la construcción de una teología cristiana y musulmana de la liberación". Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones "Ignacio Ellacuría" de la Universidad Carlos III de Madrid (sí, la de Peces-Barba) y forma parte del patronato de la Fundación Atmán, de la que hemos hablado a propósito de su escandalosa invitación a Tariq Ramadán.
La información sobre ese engendro ideológico, que suma el jomeinismo a la teología de la liberación, un movimiento que nada tiene que ver con la teología y cuyo representante más reciente y conspicuo es el encapuchado de Chiapas, viene en un libro terrible, imprescindible e iluminador titulado La España convertida al islam, escrito por Rosa María Rodríguez Magda y prologado por Jon Juaristi.
Si alguna vez tuve dudas acerca de la intencionalidad de quienes promovieron la teología de la liberación, ya no me queda ninguna: pocos movimientos surgidos de su propio seno hicieron tanto daño a la Iglesia Católica. La alianza perversa entre esta gente y el islam puede ser deletérea para Occidente en su conjunto. Al igual que las conversiones, que tienen el mismo origen ideológico: la izquierda que ha visto caer el comunismo en Rusia y Europa central, que ha visto frustradas sus expectativas en Asia, en África y en Hispanoamérica, que sólo se apaña con Castro, Chávez, Kirchner y Zapatero, y que finalmente ha reemplazado el mito del proletariado universal por la fe de Mahoma. Han reemplazado El capital por el Corán.
El primero y más notorio de esos desplazados de la izquierda fue y sigue siendo Roger Garaudy. Aún conservo en mi biblioteca Dios ha muerto, su grueso ensayo sobre Hegel. A veces pienso en releerlo, para ver qué fue lo que encontré en ese libro hace cuarenta años, si es que encontré algo, y hasta qué punto mi Hegel, del y sobre el cual he leído estanterías, está contaminado por las reflexiones de este sujeto, gran intelectual del PCF y padre de lo que entonces, en 1965, se llamó "diálogo entre cristianos y marxistas". Ese diálogo, establecido con los primeros curas obreros, con gran éxito en Italia y Francia (recuérdese Don Camilo, con su cura "amplio" y su alcalde comunista), es uno de los varios orígenes de la teología de la liberación, una consecuencia "progresista" de Concilio Vaticano II y del aggiornamento de la Iglesia católica, que puso a una parte de los católicos en el lado equivocado de la guerra fría. La prueba de esa relación, de que no fue Roma sino Moscú la que alimentó el cristianismo revolucionario en América latina, está en que, tras la implosión de la URSS, los sacerdotes metidos a guerrilleros desaparecieron del mapa, con la excepción del subcomediante Marcos, jesuita. Es de esperar que Benedicto XVI repare los muy dañados lazos del Vaticano con la Compañía de Jesús.
Garaudy, después de haber cumplido su papel en el Partido Comunista Francés creando ese Frankenstein, pasó un rato en las filas del cristianismo "social" (con perdón de León XIII) y después se mudó con armas y bagajes al islam. La Fundación Roger Garaudy tiene su sede en Córdoba, no sin subvenciones oficiales, por aquello de la multiculturalidad y el pasado andalusí, del que el hombre es principal promotor, en línea con Ben Laden. Porque Garaudy, ahora Ragaa, no se mudó a cualquier islam, sino al más radical: el del gran mufti de Jerusalem, Husseini, aquel antepasado de Arafat que contaba a Hitler entre sus grandes amigos y protectores, y que pasó en Alemania buena parte de la guerra. De modo que el antiguo comunista Ragaa se hizo negacionista, como Faurisson, pero sobre todo como Ahmadineyad, y como era un intelectual, escribió un libro titulado Los mitos fundacionales del Estado de Israel, por el que la justicia francesa lo condenó por difamación racial y negación de la Shoa. Tal vez lo más repugnante de cuanto se ha perpetrado sobre el tema desde Los protocolos de los sabios de Sión, incluidos Faurisson y Chomsky.
La cosa de las conversiones venía de antes de la llegada de Ragaa Garaudy a España (¿dónde iba a encontrar más tolerancia que aquí?). Juaristi recuerda en el prólogo a esta obra el caso de Enrique Ojembarrena Goiricelaya, discípulo de Ian Dallas, actor escocés, converso con su propia visión del islam, fundador del movimiento de los Morabitum. El libro de Rodríguez Magda está lleno de ejemplos que, estoy seguro, sorprenderán a más de uno. Ella fija el comienzo de las conversiones en los años setenta, es decir, antes de la gran inmigración de Magreb y de otros países musulmanes. España, y Europa en general, como demuestran la existencia misma de Garaudy y de Dallas, generó su propio cáncer.
Lo más notable de cuanto se expone en este trabajo, producto de una muy seria investigación y exhaustivamente documentado, es la cuestión de la procedencia de los conversos, casi todos antiguos militantes de las izquierdas y de los nacionalismos, y su presencia actual en partidos políticos, también de izquierdas, entre ellos el del gobierno. Reitero aquí el caso de Jadiya Candela, conversa, cuñada de Joaquín Almunia y letrada durante largo tiempo de la Comisión de Infraestructuras y Mixta para la Igualdad de Oportunidades del Congreso de los Diputados por el PSOE, y de su hija Yamila Pardo, igualmente conversa, abogada de los propietarios de la casa de Morata de Tajuña en la que supuestamente se prepararon las mochilas del 11-M.
Como yo tengo una visión conspirativista de la historia y lo asumo, diré que los más sabios de entre los dirigentes soviéticos que previeron el desmoronamiento de su régimen, prepararon diversos dispositivos para la supervivencia del virus en el mundo, además de su propia sucesión, de la que Putin es modelo perfecto. Esos dispositivos fueron el eurocomunismo, el cristianismo revolucionario y la alianza de las izquierdas occidentales con el islam. Ésta no es la tesis de Rodríguez Magda, pero su obra proporciona los elementos para sostener el último término.
Había terreno abonado en los lugares comunes creados por los "aliados [de los conversos] en la ficción ideológico literaria de muchos de nuestros escritores más mediáticos, como puedan serlo Antonio Gala, Juan Goytisolo, Sánchez Ferlosio... que completan la semilla dejada por Américo Castro", como dice la autora en un estupendo apartado del capítulo El mito de Al-Andalus, titulado "Catecismo de combate", que se cierra con el siguiente párrafo: "Es hora de replantearnos seriamente los logros de nuestra autocrítica, pero también de considerar nuestra responsabilidad ante el deterioro que un ‘pensamiento débil’ ocasiona en todos los fundamentos de la razón, la libertad, la igualdad, la emancipación, ideas rectoras de nuestra ‘denostada’ tradición, que no podemos ni debemos negociar."
En estas páginas no sólo está la historia puntual de los conversos españoles al islam que dieron ese paso a partir de los años setenta, sino un catálogo de orígenes que demuestra que el modelo Garaudy se ha repetido por doquier: profesionales de la militancia que abandonan o son abandonadas por las izquierdas, o que no ven en ellas posibilidad de seguir medrando con verdadera eficacia, cruzan el Rubicón de la fe y se apuntan a la iglesia ascendente. Garaudy no ha cambiado en realidad: es un estalinista consecuente, siempre en el lado de la revolución, la encabece Lenin, Stalin, Breznev, Ben Laden o Ahmadineyad. Tal vez a los demás les pase algo parecido.
Compren este libro, que dentro de unos años será una fuente primaria. Quizás haya que aprender de memoria su contenido antes de irse al bosque huyendo de los pirómanos organizados, para que las futuras generaciones de resistentes recuerden dónde empezó todo. En la ONU, con el discurso de Boumedienne de 1974, en los conversos europeos, en especial españoles, en la inmigración masiva de musulmanes, en el antisemitismo, en la cobardía de los que deberían defender la razón, la igualdad, la libertad, los derechos individuales, la noción misma de ciudadanía.