Cuando uno de los principales fundadores del terrorismo islámico “moderno”, el ayatolá Jomeini lanzó su fatwa, o pena de muerte, contra Salman Rushdie, fueron muchos –en todo caso demasiados–, en nuestros países occidentales en donde la libertad de expresión, incluyendo la crítica de las religiones, se había convertido en ley, quienes condenaron tajantemente a Rushdie, sacándose de la manga una nueva “ley”, prohibiendo la polémica, la ironía, y la crítica de las religiones. En realidad, esta nueva inquisición miente más que ninguna, porque ese “respeto absoluto” a las religiones no concierne la crítica al Vaticano, o al calvinismo, o al Opus Dei, o a la Iglesia ortodoxa rusa, etcétera. No, en absoluto, sólo atañe a la crítica al Islam que resulta tajantemente prohibida. Se condenó a Rushdie pero en cambio nadie condenó a Jomeini, nadie llamó a la resistencia, incluso por las armas si fuera menester contra la nueva, pujante y sangrienta inquisición musulmana.
Para festejar el aniversario de su fundación, el semanario progre franchute Le Nouvel Observateur, invitó, creo recordar que a 100 famosos del mundo entero, al Ritz de París, pero el propietario del hotel, un millonario egipcio musulmán, afincado en Londres, negó la entrada a Rushdie y a otros invitados, judíos ellos, y el Príncipe Jean Daniel, en vez de anular las reservas de ese hotel racista aceptó las exigencias de “sangre pura” impuestas por el padre del último novio de la princesa Diana, y así ganó su premio. Este es un ejemplo casi diría trivial, los hay infinitamente peores. Las centrales de propaganda de la nueva internacional comunista en ciernes, que no se confunde con el islamismo, pero que apoya su lucha contra Israel, los EEUU, el Reino Unido y la democracia en general, han lanzado sus campañas de infundios, bien sabido es, contra las “torturas” en Guantánamo y la cárcel de Abu Ghraib añadiendo un toque cómico con las supuestas blasfemias contra el Corán en Guantánamo sin la menor prueba, (y además ¿qué es eso de “blasfemias” contra el Corán) Pero no se necesitan pruebas para alimentar con heces de diversa índole el “antiyanquismo” de la internacional de los imbéciles. En cambio, cuando el cineasta Constantino Costa-Gavras realizó una película “demostrando” las simpatías pronazis del Papa Pío XII y en los carteles publicitarios de la película la cruz cristiana se convertía en cruz nazi (tan parecida a la vasca), los obispos franceses no llevaron el asunto ante los tribunales, se limitaron a una protesta serena, y nadie exigió la prohibición de la película, ni siquiera de ese cartel blasfematorio. Lo mismo que cuando los Guignols de l´info, que se merecían un Premio Príncipe de Asturias de la grosería de izquierdas, presentaron al nuevo Papa, con uniforme nazi y gritando ¡Heil Hitler!”, no pasó nada. Los ejemplos de ese tipo de “respeto” a la Iglesia católica abundan. Lo respetable, lo único intocable es el Islam, y eso ya constituye una victoria del terrorismo. No es un victoria aún absoluta, por ejemplo, cuando el imán de la Gran Mezquita de París, Bubaker, presentado como modelo de musulmán moderado, porque tiene la pinta y el lenguaje radical-socialista de los años treinta, llevó ante los tribunales al escritor Houllebecq y a sus novelas, para multarle a él y prohibir sus libros, el tribunal rechazó sus exigencias inquisitoriales, pero absolutamente nadie consideró que Bubaker se pasaba de la raya. Lo más deleznable del caso, es que Houllebecq defendía en su novela un ataque de terroristas islámicos contra turistas occidentales, y todo el mundo sabe que eso no ha ocurrido jamás, ni en Egipto, in en Indonesia, ni en Marruecos, nunca, jamás, y el moderado Bubaker tiene razón. Relatar, incluso en una novela, matanzas perpetradas por terroristas islámicos sólo puede considerarse como racismo antimusulmán, y se merece una fatwa. En cambio, escupir contra la Iglesia Católica –o la luterana– es síntoma de tolerancia. Viviendo en París, me he dejando arrastrar por mi pereza congénita a dar estos ejemplos en Francia, pero lo mismo o peor ocurre en España. Y, salvo en la minoría musulmana más radical, residente en Francia, nadie ha llegado al nivel de infamia que ha alcanzado Gema Martín Muñoz, en su exaltación del terrorismo islámico.
Estoy convencido de que los ateos, los ateos liberales se entiende, somos quienes con más libertad de espíritu podemos mantener el mismo respeto y distancia crítica con todas las religiones por igual. Es lógico que un católico, un protestante, un hebreo o un budista piensen y digan que todas las religiones son respetables, pero la suya más, si no, claro, no serían fieles de esa religión y miembros de su iglesia. Por lo tanto, no es desde un punto de vista metafísico –sino ético y político– que condenamos el terrorismo islámico sin ocultar en absoluto el fanatismo religioso de este terrorismo. Denunciar el carácter religioso de ese fanatismo no nos plantea el menor problema filosófico, otras religiones, en otros tiempos, también tuvieron sus fanáticos, pero resulta que hoy es el Islam, por lo tanto condenamos a Jomeini y defendemos a Rushdie y su derecho a escribir lo que le dé la gana sobre el Islam o sobre los EEUU. Y su derecho a alojarse en el Ritz.
Claro que el fanatismo no es sólo religioso y, sin remontarnos a la antigüedad, fanáticos dispuestos a morir y matar por la “Causa”, los hubo y los hay de toda índole; nazis, comunistas, ultranacionalistas. (Salvo los comunistas franceses en su inmensa mayoría, quienes cuando, en 1936, tuvieron que elegir entre alistarse en las Brigadas Internacionales de su adulado Stalin, o irse en conges payés, por primera vez en su vida, eligieron masivamente las vacaciones pagadas. De allí surgió, como forma inconsciente de remordimiento, la idea de que las vacaciones no constituyen un interludio de ocio y entretenimiento, sino una “conquista de la clase obrera”, y, por lo tanto, si no revolucionarias, son a todas luces son progresistas).
Lo que tiene de religioso el terrorismo islámico también se manifiesta con el suicidio sistemático de los hombres –o mujeres– bomba. No estoy convencido de que durante el “lavado de cerebro” previo y necesario a tales sacrificios, se detallen las delicias paganas que les esperan en el paraíso, con sus 100 huríes –de sexo indefinido–, y demás fantasías descritas por los pseudoexpertos del Islam, lo que es seguro, en cambio, es que se les convence de que morir-matando al máximo de infieles, que sean estos hombres o niños, mujeres o ancianos, les convierte en seres superiores, en héroes mártires, que gozarán de un prestigio inmenso y de los inmensos beneficios de la inmensa bondad de Alá para con los suyos.
En la lógica militar de otros fanáticos, nazis o bolcheviques, también dispuestos a morir-matando, el suicido sistemático está generalmente descartado, porque así, el mismo terrorista, o el mismo comando de elite, podía matar varias veces, era más productivo en sus tareas mortíferas, y hay que tener en cuenta que esos fanáticos, o estos “abnegados combatientes de vanguardia”, constituyen siempre una ínfima minoría que hay que proteger al máximo para que puedan seguir matando al máximo. En cambio, el suicido sistemático de los terroristas islámicos tiene a la vez una dimensión religiosa en su sacrificio y un eficaz impacto psicológico, que se traduce por esta frase tantas veces repetida, por tantos cobardes: “Vencerán, porque no temen a la muerte”. Pues que se enteren los propagandistas de la rendición, los filósofos de la renuncia, de que nosotros tampoco tememos a la muerte aunque condenemos la barbarie de esos suicidas-asesinos que matan a civiles indefensos. Lo cortés no quita lo valiente. Lo liberal, aún menos.