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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Las palabras y los hechos

Roger Stephane contaba a sus compañeros en la redacción de France Observateur (ancestro del Nouvel-Observateur), allá por los años 50 del siglo pasado, que en una ocasión, mientras desayunaba en su cama, irrumpió su hermana en el dormitorio y le preguntó acalorada: "¿Y qué? ¿Hemos ganado las elecciones?". Sorprendido, Roger Stephane le preguntó: "Pero ¿a qué elecciones te refieres?". "¡A las de la URSS, cretino! ¿Hemos ganado?".

Roger Stephane contaba a sus compañeros en la redacción de France Observateur (ancestro del Nouvel-Observateur), allá por los años 50 del siglo pasado, que en una ocasión, mientras desayunaba en su cama, irrumpió su hermana en el dormitorio y le preguntó acalorada: "¿Y qué? ¿Hemos ganado las elecciones?". Sorprendido, Roger Stephane le preguntó: "Pero ¿a qué elecciones te refieres?". "¡A las de la URSS, cretino! ¿Hemos ganado?".
Bandera soviética sobre el Reichstag

El "hemos" se refería al Partido Comunista de la Unión Soviética y la buena señora de la burguesía acomodada parisina estaba angustiada por saber si los comunistas habían ganado las "elecciones" en la URSS. Stephane y sus amigos se reían de la supina ingenuidad de la hermana, pero en privado, eso sí, porque su semanario defendía incansablemente a la URSS, pese a su ausencia absoluta de democracia.

Jean Berthet era un pintor discreto (seamos bondadosos) que hablaba perfectamente el español, ya que se había educado en España porque su padre, un industrial francés, admiraba tanto a Franco que se instaló allí, o aquí. En rebeldía contra su padre y sus ideas, él se fue a París y se alistó en el PCF. Me contaba los fraudes electorales que cometían él y sus camaradas en todas las elecciones de un municipio de los arrabales parisinos, antaño calificado de "cinturón rojo".

Jean, un tipo simpático, por cierto, como no vendía sus cuadros –lo cual en su caso era lógico, pues no todos los pintores que no venden sus obras son nuevos Van Gogh–, había aceptado convertirse en funcionario municipal en ese rincón casi soviético: la alcaldía comunista le pagaba su piso-taller y su salario de profesor de dibujo, todo ello muy modesto. Como miles y miles de comunistas franceses se había desilusionado, pero como no podía romper con el PCF sin perder su salario y su piso, se desahogaba con los amigos contándonos con pelos y señales cómo hacían trampas gigantescas en las elecciones, forrando las urnas con votos comunistas totalmente falsos.

Mi padre estuvo contándonos durante años su indignación por haber asistido, por los años treinta en Madrid, en los cafés de la Puerta del Sol, a la discusión de varios pillos que se vanagloriaban de haber votado en la misma elección más veces que sus vecinos de barra. "¡Presumen a gritos de haber votado tres, cuatro veces, la misma mañana y farolean de ese fraude criminal!", se indignaba el buen señor.

Las elecciones pueden ser fraudulentasTodo esto y mucho más, aparentemente, nada tiene que ver con Hamás, pero en realidad es lo mismo. Si soy como tantos, la verdad sea dicha, partidario de la democracia representativa, no soy tan idiota como para no ver que en muchas ocasiones es, efectivamente, "formal", o mejor dicho, fraudulenta. En la URSS, en las democracia populares, en África y en otras regiones del mundo no hay elecciones, sólo simulacros, ceremonias fúnebres en las que se sustituye la norma democrática –un hombre (o una mujer), un voto– por resultados ficticios, decididos por el poder y/o las diferentes mafias, ya sea el PCF en Francia, Hamás en Gaza o el partido-estado ayer en la URSS y demás países comunistas.

Cuando se nos dice que hay que negociar y colaborar con Hamás, "organización democrática", puesto que ha ganado las elecciones en Gaza, recuerdo que lo mismo se decía en 1933 de Hitler, que había ganado, y en el caso de los nazis era verdad, las elecciones. Hamás ha impuesto por las armas su "victoria electoral" y sigue siendo una organización terrorista y totalitaria, como lo ha demostrado en Gaza imponiendo, asimismo por las armas, su terror a Fatah y asolando la zona, destruyendo, por ejemplo, la agricultura que un puñado de colonos israelíes habían hecho prosperar.

Periódicos como Le Monde hacen campaña a favor de Hamás, "verdadero representante del pueblo palestino", con la retahíla de que "han ganado las elecciones" y esa tesis de aquelarre gana terreno en la socialburocracia europea, en su Parlamento parasitario, y en la Internacional Socialista, que se está convirtiendo en sucursal de la Liga Árabe. Lo mismo puede decirse del Hezbolá, coronado de flores por Bernard Kouchner tanto en París como en Beirut, que es como si Zapatero hubiera recibido a ETA en La Moncloa (lo hizo, pero a hurtadillas).

El hecho de que el objetivo central de los programas y de la acción de estas y otras organizaciones terroristas sea abiertamente la destrucción de Israel y un nuevo Holocausto no inmuta, más bien al revés, ni a los "defensores de los derechos humanos" de la socialburocracia europea y mundial ni a regimientos de la derecha imbécil.

Hemos llegado hasta el extremo en que, si en Afganistán y Pakistán, por ejemplo, los gobiernos y sus presidentes, Karzai y Musharraf, se enfrentan a los talibanes, las simpatías de la prensa y de los partidos de izquierda se vuelca a favor de los talibanes, con la coartada de que esos gobiernos no son realmente democráticos. ¡Como si los talibanes lo fueran!

Podría seguir con el recuento de los países en los que las elecciones son una farsa y todo el mundo lo sabe, pero todo el mundo –empezando por el Consejo de Seguridad de la ONU–, acepta los resultados de esas elecciones fraudulentas en nombre de la democracia. En este sentido, la Unión Europea es infinitamente peor que los Estados Unidos, que también meten la pata.

En países como Francia, con vieja tradición electoral, el fraude existe, pero es marginal. Sigamos con el ejemplo del PCF: pese a todas sus trampas está desapareciendo del paisaje político porque no tiene electores. Si mantiene un puñadito de diputados en la Asamblea Nacional, probablemente gracias al mismo tipo de fraudes que los que contaba Jean Berthet (q.e.p.d.), ya no pinta nada; la democracia parlamentaria ha podido con ellos.

Pero en los países musulmanes y en muchos países africanos, asiáticos y latinoamericanos (Cuba y Venezuela, son ilustres ejemplos) en los que el fraude es estatal, ejecutado por el Ejército y la Policía, o las milicias de soldados de Alá, no hay elecciones ni Cristo que lo fundó. Sólo cretinos como el ex presidente Carter y el ex primer ministro Rocard pueden afirmar que las elecciones en Gaza fueron "limpias".

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