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HISTORIA

La Europa de las naciones

Estamos tan acostumbrados a ver el mapa de Europa como un mosaico de naciones que apenas nos percatamos de que ellas, en su gran mayoría, han aparecido muy recientemente en la historia. En Nueva historia de España he hecho hincapié en el dato de que solo unas pocas naciones europeas existen de antiguo, y que lo habitual en la mayor parte del continente han sido los imperios.


	Estamos tan acostumbrados a ver el mapa de Europa como un mosaico de naciones que apenas nos percatamos de que ellas, en su gran mayoría, han aparecido muy recientemente en la historia. En Nueva historia de España he hecho hincapié en el dato de que solo unas pocas naciones europeas existen de antiguo, y que lo habitual en la mayor parte del continente han sido los imperios.

El derrumbe del Imperio Romano de Occidente originó dos procesos contrarios: la dispersión en gran número de nuevos reinos bárbaros primitivos y, posteriormente, el intento de recomponer el imperio, ampliándolo a los países germánicos y unificando la religión y el poder político bajo la hegemonía de los francos, empeño fundamental de Carlomagno. Aunque este empeño fracasó, mantuvo una proyección de largo alcance en el designio de un Imperio Romano Germánico desde el siglo X, sacralizado desde el siglo XI. Este fue siempre una estructura endeble y llena de problemas internos, a pesar de lo cual pervivió hasta las guerras napoleónicas, casi diez siglos, por tanto. Y todavía tuvo una derivación secundaria en el Imperio Austrohúngaro, finiquitado después de la I Guerra Mundial.

Por supuesto, el ideal de la unificación política-religiosa nunca se cumplió, porque otros países se mantuvieron al margen, y porque un rasgo peculiar, preñado de las mayores consecuencias en la evolución de Europa occidental, fue la división entre el poder espiritual y el temporal, el religioso y el político: aunque interpenetrados, hubo independencia y rivalidad, incluso guerras entre ellos, y fue en el ámbito imperial donde tomaría cuerpo la revolución de Lutero. La diversidad y frecuente conflicto de ambos poderes, con la mutua limitación inherente, no se dio, por ejemplo, en Bizancio o en Rusia, donde el poder religioso estaba supeditado al político. Tampoco parece haberse dado en otras civilizaciones. Es, pues, una peculiaridad de la cristiandad occidental.

Es decir, el ideal y práctica del imperio impidió en toda la Europa central la eclosión de naciones, es decir, de comunidades culturales con Estado, hasta que la impronta napoleónica hizo surgir movimientos nacionalistas en comunidades culturales definidas. Italia no aparece propiamente como nación hasta 1861, y Alemania tardó aún diez años más. Una segunda oleada de naciones surgieron de la disolución de los imperios otomano y austrohúngaro. Más tarde, la implosión del Imperio soviético ha dado lugar a nuevas naciones o a la reconstrucción de otras.

Por consiguiente, hasta tiempos aún recientes había dos Europas, la de los imperios y la de las naciones, correspondientes estas últimas a la parte más occidental del continente: España, Francia, Inglaterra y países escandinavos, más reciente algunos otros como Portugal, Suiza o Países Bajos.

Las tres primeras rechazaron siempre la integración en cualquier imperio europeo y tuvieron una evolución muy particular con respecto a los imperios centro-orientales. España es probablemente la primera nación formada en Europa, en tiempos de Leovigildo, ya he explicado por qué la primacía reclamada por Francia es más dudosa. Inglaterra, bastante posterior, ha ido englobando a países como Gales, Escocia o Irlanda (con pérdida de la mayor parte de esta última en el siglo XX); de España, en cambio, se desgajó Portugal, y Francia ha tenido una historia internamente más complicada. Pero dejando aparte estas cuestiones, una rasgo peculiar de aquellas tres, más Portugal, consistió en la fundación de imperios multicontinentales, a través de los cuales extendieron por todo el mundo la cultura europea y la religión cristiana. Cuando se habla de la "expansión europea" se trata precisamente de estas pocas naciones, en menor medida de Holanda. A su vez, cada una de las tres ha tenido una evolución característica, muy distinta de las otras dos y más todavía del resto del continente.

Como hemos visto, desde principios del siglo XIX ha prevalecido el modelo nacional sobre el modelo imperial. Desde 1945, en cambio, se ha reemprendido la idea de Carlomagno sobre bases laicas y económicas que aspiran a convertirse en políticas. Se ha creado un ambiente contrario a las naciones, acusándolas de factores de guerra (no lo son necesariamente) y atribuyendo al proceso unificador la paz y prosperidad eurooccidentales tras la II GM. Creo que se trata de argumentos falsos. La paz se ha debido ante todo al paraguas atómico useño, y diversos países europeos han corrido con guerras muy largas y crueles en sus colonias, y hoy participan en las eufemísticamente llamadas misiones de paz. La prosperidad tuvo su punto de arranque en el Plan Marshall, no en la unión económica, y diversos países que se mantuvieron fuera del Mercado Común prosperaron a la misma tasa o mayor (como España desde 1960 a 1975), o actualmente Noruega y Suiza al margen de la UE. La pertenencia a la UE ha llevado a países como Irlanda, Grecia, Portugal o España a una prosperidad ficticia que las está empujando a una pérdida mucho mayor de soberanía política en beneficio del eje París-Berlín. Asistimos a un desplazamiento de los idiomas nacionales en beneficio del inglés, al paso que desde 1945 la cultura europea en general ha perdido relevancia comparada con la época anterior o con la eclosión useña, que marca desde entonces la pauta. Opino que conviene reflexionar sobre estos puntos, nada baladíes, y dejar de guiarnos por tópicos biensonantes pero equívocos o de poca sustancia.

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