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COMER BIEN

La cocina mágica de Álvaro Cunqueiro

Encuentro en una librería un pequeño volumen titulado 'Viajes y yantares por Galicia' y firmado nada menos que por Alvaro Cunqueiro. Se trata de textos publicados en una revista que conoció su época de renacimiento entre mediados de los 50 y los 60 del siglo pasado, textos que yo, amante de la prosa de Cunqueiro, no conocía. Repaso los artículos dedicados a la comida y los vinos, y me reafirmo en lo que ya hace tiempo que pienso del gran escritor de Mondoñedo: una pluma magnífica, una imaginación literalmente fabulosa, unos conocimientos gastronómicos nada comunes... pero de los que ignoro, en cuanto se sale de la cocina gallega tradicional, cuánto tienen de cierto, de experiencias, y cuánto de invención; con Cunqueiro hay que estar siempre en guardia, porque nunca se sabe qué es ficción y qué es realidad.

La trufa, por ejemplo, es un elemento casi permanente en las ensoñaciones culinarias del autor. Nos cuenta de lacones trufados, de perdices trufadas en tal o cual monasterio gallego... Siento no poder contar yo nada de eso, por la sencilla razón de que jamás lo caté. No es Galicia tierra de trufas, ni de platos en los que intervenga el diamante negro de la cocina, como le llamó, en un ataque de lucidez no demasiado frecuente en su obra, el mismísimo Brillat-Savarin.
 
O las oronjas, las escasas y apreciadísimas amanitas cesáreas, las apodadas 'reina de las setas y seta de los reyes'. Complicada la receta cunqueirana; complicada y, creo, poco acorde con el sabor propio de semejante delicia. Dice así: "yo pico el pie con miga de pan, ajo, menta, perejil, pimienta y sal, quito la película del sombrero, relleno éste con el picadillo y, en aceite, al horno". También dice preparar los níscalos "en vinagreta"... Recetas que no hacen justicia al sabor propio de amanitas y lactarios, pero recetas, sin duda, muy historiadas, como a él le gustaban.
 
Una comida de verano: sardinas asadas, pichones rellenos con mayonesa y fresas heladas al Cointreau. De acuerdo con las sardinas asadas; si uno no come sardinas asadas en verano, ¿cuándo las va a comer? Ahora, lo de los pichones rellenos con mayonesa ya me parece enlazar con el surrealismo. Quiero decir que, en estos textos como en casi todos los suyos, Cunqueiro navega, y con mucha habilidad, entre las dos aguas ya citadas: la realidad y la pura ficción.
 
En lo que es insuperable es en sus descripciones de la cocina y los vinos gallegos, y ahí escribe sobre muy palpables realidades, y lo hace como nadie. Lees sus páginas dedicadas a los vinos de Barrantes, Rubiós, Chantada o Quiroga y, si no supieras que por entonces eran unos vinos más que dudosos, bastante escasos en calidad, te apetecería salir corriendo a alguna de aquellas bodegas familiares para beber esos tintos de color violeta servidos de la barrica a la jarra de loza y de ésta a la taza del mismo material.
 
Como uno ya ha picado en más de una ocasión, se limita a leer a Cunqueiro, sonreír y echar mano, si le entra sed, de un albariño de los del siglo XXI, que es cuando los albariños han acabado por encontrar su verdadera y gloriosa identidad como grandes vinos, y no como vinos aleatorios, que requerían que uno se santiguase antes de beberlos para pedir al cielo que aquella botella "saliese buena..."
 
Es bueno imaginar con Cunqueiro rotundas recetas abaciales, recorrer con él las mesas de los grandes monasterios del medievo, disfrutar ya que no de esos platos sí al menos de sus descripciones; cuando no se puede comer, decía Balzac, cabe el consuelo de leer un libro de cocina.
 
Esos platos imaginados por Cunqueiro dan hambre, aunque asustan por su tremenda contundencia, propia de aparatos digestivos a prueba de artillería. Otra cosa es que luego uno vaya a querer hacer esa receta; Cunqueiro nunca entra en demasiados detalles, y se queda uno con la frustración de que le hayan puesto ante los ojos algo que parece maravilloso... pero que es irrealizable.
 
Literatura, dirán; sí, literatura mágica. Cunqueiro era Merlín, y no Merlín un personaje de Cunqueiro. Quien fue capaz de crear, sobre el papel, una fauna mágica gallega, ¿cómo no iba a ser capaz de imaginar, y escribirla, una cocina mágica gallega? El problema es... que es mágica. Y, puestos a quedarnos con alguna magia, elegiremos la de la escritura de tan erudito y fabulador personaje: don Alvaro Cunqueiro.
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