Si este fuera el único texto que quedara de Kafka, o el único que yo hubiera leído, no podría sino volver a sentir la primitiva sensación Ahora bien, como esto no es así, La carta al padre se convierte en una verdadera mina para entender la estética kafkiana, del mismo modo que la Correspondencia de Rimbaud (que tanto ha decepcionado a muchos incondicionales del poeta) ilumina de manera especial su dedicación a la literatura.
No creo descubrir nada nuevo si afirmo que los peores enemigos de ambos escritores eran ellos mismos. Hasta en su desasosiego y su angustia los dos son terriblemente premodernos. Si los comparo es porque encuentro que hay entre ellos una genealogía, voy a llamarla estética, basada en su fracaso familiar y vital, como si fuera cierto que vida y arte fueran incompatibles. Pero no como pensaban los románticos o los malditos (el arte como enfermedad) sino de una forma más prosaica, tal como se demuestra en Robert Walser –Kafka le debe mucho- y tantos otros cultivadores de la estética del fracaso y tal vez del desdén. Es imposible estudiarlos sin apelar a Freud, sin analizar la frustración y el miedo de estos artistas concretos al padre (Kafka) y a la madre (Rimbaud), por mucho que le reviente a Nabokov, que detestaba el psicoanálisis. No quiero insistir en la analogía entre autores tan dispares como R y K, pero es que parece como si los dos, cada uno a su manera contemporánea, se complacieran en ser unos inútiles y unos fracasados. Lo tienen todo para triunfar, bienestar material, estudios, y lo tiran todo por la borda en aras de algo que ni siquiera pueden definir pero que acaba siendo su obra. Ambos parecen conscientes de lo que hacen pero no pueden luchar contra ese elemento autodestructivo del que se alimentan. En Josefina la cantora, Kafka plantea en toda su crudeza la (dis)función social del artista.
A Kafka le ha pasado, mutatis mutandis, lo que a Cervantes: se le ha interpretado según el espíritu de la época. Como recuerda Marthe Robert, y tal vez por culpa de los traductores, Kafka ha tenido que pasar por muchas lecturas para llegar a singularizarse, desde la seriedad casi teológica con la que se enfrentaban los primeros exegetas con sus textos, hasta la explosión de ironía, angustia y humor que recorre ya para siempre sus páginas. Hace relativamente poco (1982) se hizo una nueva edición de sus obras, que se supone definitiva y, por consiguiente, una nueva traducción a diferentes idiomas. Entre otros, al español. Una vez más ha sido Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, la editorial encargada de la importante misión –que ha dirigido Jordi Llovet– y los traductores elegidos figuran entre los mejores de lengua alemana: Andrés Sánchez Pascual, Miguel Sáenz y Joan Parra Contreras, entre otros. Es realmente una suerte contar con ellos, y con esa labor editorial, para poder acceder a los sin duda importantes hallazgos textuales que se han incorporado a esta edición y sin embargo, personalmente, sigo aferrada a mis viejas traducciones pues creo, junto a otros lectores impenitentes, que la primera edición de una obra que te ha causado un verdadero impacto es aquella en la que la has leído por primera vez, incluso con sus posibles defectos.