Así que los colaboradores de lujo se someten a las técnicas de un supuesto hiponeterapeuta que los lleva a estados alterados de su conciencia en los que antes, que se sepa, no habían estado. El espectáculo puede continuar. A costa, por supuesto, de la mínima credibilidad científica.
El programa, que hay que reconocer que es divertido, nos sirve para recordar, siquiera con el afán de que la cosa no quede sin su debida explicación, que la hipnosis no es cosa de magia, de feria, de charlatanes... al menos la hipnosis que funciona, la que se lleva investigando en laboratorios de psicología desde hace décadas, a la que se dedican no actores de farándula y compinches enajenados, sino científicos de pro. En esa hipnosis nadie camina sonámbulo con los brazos rígidos ni realiza ridículos actos en contra de su voluntad. No hace el perrito, el mudito o el niñito bebé... Los que la aplican no lo hacen sobre "voluntarios" del público ni celebridades sometidas a contrato. Lo hacen sobre pacientes y sus prácticas están recogidas sin empacho en el las asociaciones de medicina de Estados Unidos e Inglaterra, en colegios de psicólogos de todo el mundo, en Universidades como Stanford, Harvard, la Complutense de Madrid... y en otras tantas en las que son habituales los cursos de postgrado en psicología clínica para médicos que incluyen la hipnoterapia en su arsenal terapéutico.
Para todos ellos, la imagen de un pseudoprofesional mesmerizando hasta la alienación a un famoso de la tele es una patada en el estómago. Por dos razones: porque saben a ciencia cierta que es falso y porque temen que, de nuevo, su honrada línea de investigación se confunda con la feria.
Algunos avances de la hipnoterapia son realmente prometedores. Un equipo de médicos y psicólogos del Beth Israel Deaconess Medical Center en Boston publicó en prestigiosa revista The Lancet un estudio que demuestra interesantes conexiones entre el uso de la hipnoterapia y la recuperación posoperatoria de pacientes sometidos a intervenciones quirúrgicas mínimamente invasivas. El estudio clínico incluía a 241 enfermos a los que se aplicó procedimientos radiológicos, cateterismos o drenajes. Los sujetos de estudios fueron divididos en tres grupos. A los miembros del primero se les operó mediante el protocolo tradicional. A un segundo grupo se añadió el consejo psicológico de un experto y al tercero se le aplicaron técnicas de autohipnosis; éstas últimas consistieron en la sugestión mediante escenario elegidos por los propios pacientes. Se les educó para sustituir sensaciones negativas (como el dolor) por otras positivas (como la temperatura) o para evocar situaciones agradables durante la intervención: pasear por el campo, comer con la familia e, incluso, jugar en un casino de Las Vegas. Dentro de los límites de seguridad habituales, todos los pacientes fueron autorizados para recibir la medicación necesaria con el fin de detener el dolor o las hemorragias que pudieran producirse.
Los resultados de la investigación fueron elocuentes. El grupo que recibió asistencia mediante hipnosis consiguió unos resultados postoperatorios objetivamente mejores que el resto. La mitad de ellos no necesitó ansiolíticos u otros fármacos para superar la ansiedad previa a la intervención; durante la misma, esos pacientes informaron de que la sensación de dolor había sido estable, mientras el resto de los individuos reconoció que los dolores habían ido aumentando progresivamente. El procedimiento quirúrgico duró una media de 17 minutos menos en el grupo hipnotizado en el que, además, se encontró una menor casuística de hipertensión arterial que requiriera tratamiento paliativo.
Esa es la hipnosis que la ciencia estudia, tan lejana al mundo de los escenarios y de la farándula y tan cercana a los laboratorios y las batas blancas.
Los científicos han definido el fenómeno hipnótico como un estado de la mente en el que la gente puede entrar y salir con frecuencia, sin necesidad de ser formalmente hipnotizado. Es como ir al cine y olvidarse del sonido de las palomitas, de las conversaciones de los demás asistentes y de los ruidos del aire acondicionado, porque toda la atención se centra en la película. Esta definición destierra de una vez por todas concepciones arraigadas en el saber popular según las cuales hipnosis es un sinónimo de trance, sonambulismo, sueño o inconsciencia y apunta hacia una definición desmitificada del fenómeno.
La clave para entender la hipnosis es la sugestión: el hipnotizador clínico utiliza la sugestión mediante una serie de instrucciones deliberadamente planteadas que potencian los recursos psicológicos del paciente para obtener unos resultados terapéuticos. No le obligará a realizar actos en contra de su voluntad ni lo conducirá a un estado alterado de conciencia o de sueño. El estado hipnótico no es un estado extraño, simplemente es un resultado de la sugestionabilidad del individuo manejada hábilmente por un médico o un psicólogo. En ese estado, muchas variables psicofisiológicas, como el tono muscular, la tasa cardiaca, la presión sanguínea, el ritmo respiratorio y la temperatura periférica de la piel varían sólo en la dirección de las instrucciones del hipnotizador. Es decir, si el sujeto hipnotizado recibe la orden de relajarse, sus constantes se relajarán. Si, por el contrario, es sometido a una situación de estrés, sus parámetros físicos reaccionarán como los de una persona estresada. En otras palabras, la hipnoterapia no es nada mágico y su eficacia puede tener mucho que ver con la sugestionabilidad del sujeto, una constante que psicólogos y psiquiatras pueden conocer de antemano antes de empezar el tratamiento.
En algunas enfermedades y procesos clínicos parece que esta acción puede utilizarse a favor de la terapia.
Uno de los campos de mayor desarrollo de esta técnica es la lucha contra el dolor. De hecho, la hipnosis puede aplicarse para paliar el sufrimiento durante el parto, en amputaciones y en otros tratamientos dolorosos. Muchos dentistas están empezando a interesarse por el empleo de la hipnosis en sus consultas, pues no sólo alivia las molestias, sino que puede ayudar a evitar el pánico que casi todos sentimos al odontólogo. Algunos estudios han demostrado que entre el 15 y el 20% de los pacientes de un dentista podrían ser tratados de una caries sin notar nada y, por supuesto, sin utilizar anestesia. Pero ningún hipnotizador en su sano creería que su terapia excluye a cualquier otra. No es más que una ayuda que puede reducir los efectos negativos de los medicamentos contra el dolor.
Es por eso por lo que las técnicas hipnóticas requieren un entrenamiento. Una de las aplicaciones más evidentes de la hipnosis es su utilización dentro de las terapias contra el estrés y la ansiedad. Los estudios realizados a este respecto apuntan en dos direcciones. Por un lado, se sabe que mediante hipnosis se pueden inducir en el sujeto estados formales de relajación. Incluso la actividad eléctrica cerebral presenta un aumento de ondas alfa propias del reposo si el terapeuta da instrucciones tranquilizantes.
Pero todavía no estamos más que en la prehistoria de la investigación sobre hipnosis. Con el tiempo, su estudio nos permitirá desentrañar algunos mecanismos cognitivos del cerebro aún secretos. Lo que sí está claro, sin lugar a la menor duda científica, es que nadie puede hipnotizar a nadie en un plató de televisión y obligarle a actuar como un alienado incapaz de controlar sus actos. La única fuerza humana capaz de provocar tales resultados se llama "contrato millonario".