Lástima que la Casa Real no apoye con la misma contundencia la otra manifestación artística que define lo que es ser español: el toreo. Y no es que lo diga yo sino que era el parecer de Jean Cocteau, tan taurófilo como aficionado al flamenco según atestigua el dibujo que posee Zoe Valdés:
La corrida es el espectáculo en donde la poesía española se expresa sin ningún tipo de coacción. Es un espectáculo y una ciencia.
Según la Convención de 2003, el Patrimonio Cultural Inmaterial es la raíz de nuestra diversidad cultural y su mantenimiento es una garantía para la continuación de la creatividad. Se define de esta manera:
Patrimonio cultural inmaterial significa las prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y habilidades –así como los instrumentos, los objetos y artefactos, los espacios culturales asociados con los mismos que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconocen como parte de su legado cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, transmitido de generación a generación, es constantemente recreado por comunidades y grupos en respuesta a su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, y les proporciona un sentido de identidad y continuidad, promoviendo de este modo el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana.
Paradójicamente no es el flamenco la práctica artística esencialmente española que está amenazada sino el toreo, sobre todo por las torticeras presiones antiespañolas de los nacionalistas catalanes, que en su defensa de la identidad catalana busca erosionar al máximo los símbolos de "esa cosa llamada España", tanto en su dimensión cívica (la Constitución, a la que menosprecian y boicotean) como en la cultural (las corridas, que odian en tanto que identifican "lo español" y, en consecuencia, lo prohíben en contradicción con la defensa de los correbous,dado su carácter de específico "maltrato" animal "a la catalana"). Y aunque el PP ha iniciado una tímida defensa legislativa del toreo, no parece que esté dispuesto a llevar de nuevo al Parlament ante el máximo intérprete de la voluntad general, el Tribunal Constitucional, como sugiere el ex presidente del mismo, Manuel Jiménez de Parga:
En el año 2005, uno de nuestros mejores juristas, el profesor Tomás-Ramón Fernández, ya sostuvo que "la Fiesta de los toros forma parte del patrimonio cultural de España, de tal suerte que... es un elemento constitutivo de nuestra propia y peculiar realidad social, tras el cual subyace toda una concepción del mundo que da cuenta de nuestra cultura en el sentido más profundo y más auténtico del término, sin el que, sencillamente, no seríamos ya nosotros mismos... Ningún legislador, ni el catalán ni las propias Cortes Generales, puede prohibir o eliminar las corridas de toros"
El flamenco, sin embargo, está vivito y coleando, con un pasado espléndido, un presente sólido y un futuro magnífico. Si la noche del viernes, 13 de agosto, cantó en Madrid el líder indiscutible del cante jondo, Enrique Morente, hace una semana tuve en Granada la oportunidad de disfrutar del poderío, el conocimiento y la sensibilidad de su hijo, Enrique Morente Jr., que apoyado en la guitarra del nieto de la saga de los Habichuela desmentían lo que el crítico Álvarez Caballero pronosticaba hace poco:
La estampa del cantaor junto al tocaor, solos en el escenario, es cada vez más rara ya, se convertirá en arqueología, en una reliquia.
Y es que en el flamenco actual conviven con naturalidad el purismo y la fusión, la actitud genealógica de profundización en los orígenes con el aventurerismo emparentado con otras músicas. Es una pena y una vergüenza que, salvo en casos puntuales como Almodovar o Daniel V. Villamediana, tanto el flamenco como la tauromaquia permanezcan invisibles en el cine español. Y que tenga que ser el francés Klotz el que incluya este prodigioso cantedel catalán Miguel Poveda (esta noche, viernes 12, Alhama de Granada) en una de sus películas, La cuestión humana.
El flamenco contemporáneo se basa en las figuras tan diversas como complementarias de Camarón de la Isla y Enrique Morente. Más dionisiaco el gaditano y apolíneo el granadino, ambos cantaores completos, profundos conocedores de las tradiciones en las que se basan para abrir su arte a otros conceptos, otros sonidos, otros instrumentos. Así, no me imaginaba que un piano llevase la voz cantante en unas bulerías hasta que presencié un concierto de Pedro Ricardo Miño. Y frente a la cerrazón y el sectarismo de algunos críticos del flamenco enclaustrados en estrechas torres de marfil rancio y amarillento, la apertura mental y el liberalismo como talante del aficionado flamenco, sin duda, el público más sabio y generoso de todos.
El flamenco y el rock, el flamenco y el jazz, el flamenco y el pop: con ustedes Enrique MorenteyLagartija Nickasumiendo al alimón el legado de los Beatles y de Antonio Mairena. Es este crisol de influencias mutuas, de mestizas impurezas, esta metáfora de la globalización de mercado en la que no hay fronteras espurias, lo que también sedujo a Jean Cocteau cuando vio en el flamenco:
Un fuego que se empeña en morir, para renacer.