Como asegura el doctor Robert M. Youngson en su libro Torpezas científicas: una breve historia que cuán errados pueden estar a veces los científicos, “algunos errores son resultado de la falta de cuidado; otros vienen de la arrogancia; otros son culpa de la ignorancia y las preconcepciones; algunas veces es una espectacular mala suerte; y otras veces hay que achacarlo a la frágil moral humana.”
A continuación detallamos una selección de los desatinos científicos más garrafales que se han perpetrado en el laboratorio. Muchos de ellos resultan incomprensibles a la luz de la ciencia moderna.
Aristóteles (384-322 a de C.)
Formado en la Academia de Platón y educador de Alejandro Magno por elección de Filipo de Macedonia, el influyente filósofo griego llegó a decir que un cuerpo pesado cae a mayor velocidad que uno ligero. Así, si una piedra está cayendo y se coloca otra encima, la de arriba empujará a la de abajo multiplicando la velocidad. El error se mantuvo casi 19 siglos, hasta que Newton osó corregirlo, pues hay que decir que, debido a la veneración que prodigaron los maestros del medievo hacia su obra, nadie se atrevía a poner en duda los escritos aristotélicos. Tal vez su concepto más desastroso, ya que dominó el avance de la biología hasta el siglo XVI, fue su teoría de las tres almas: una vegetal para las plantas; una animal para los animales y una racional para el hombre. Con el término alma parece que quiso designar un principio animador y milagroso que confundió a generaciones de biólogos. El sabio de Estagira también cometió graves inexactitudes en el campo de la medicina, sobre todo al abordar la naturaleza femenina, que consideró como un defecto natural. Éstas son algunas perlas que nos dejó al respecto:
- El cerebro del hombre es más grande que el de la mujer y el cráneo masculino cuenta con un mayor número de suturas, para que el cerebro respire con mayor facilidad.
- El sexo femenino tiene una costilla menos que el masculino
- El cuerpo de la mujer está inacabado, como el de un niño, y carece de semen, como el de un hombre estéril.
- La mujer envejece más deprisa que el hombre, porque su cuerpo es más pequeño y, por tanto, “todo lo que es pequeño llega más rápido a su fin, tanto en las obras artificiales como en los órganos naturales.”
- La carne masculina es compacta y la de la mujer, porosa y húmeda. Esto explica por qué los senos de la mujer, comparados con los regios músculos pectorales del hombre, aparecen como hinchazones esponjosas, capaces de llenarse de leche, pero inevitablemente blandos; y también por qué se vuelven fláccidos tan pronto.
- La sangre menstrual es un residuo alimenticio debido a la falta de calor en el cuerpo femenino: “En un ser más débil debe producirse necesariamente un residuo más abundante cuya cocción sea menos acabada.”
- El esperma masculino es cocido en el cuerpo del hombre a partir de la sangre y su equivalente en la mujer es la sangre menstrual, un licor que no ha sufrido dicha metamorfosis. Llegó a decir que los testículos sólo sirven de contrapeso para el pene.
- El padre y no la madre es quien introduce el alma sensitiva en el embrión, así como su forma y género. El hecho de que un hijo varón se pareciera a su madre y a los antepasados de ésta puede explicarse por un fracaso en la transmisión de la forma del padre debida a su astenia o a la vacilación de su potencia. Aristóteles tacha de monstruos a los varones que no se parecen al progenitor.
- Las mujeres no sufren hemorragias nasales ni hemorroides porque sus venas son menos vigorosas que las de los hombres.
- La mujer no razona, cambia de opinión fácilmente, incumple su palabra, grita y llora con facilidad. El hombre, por el contrario, razona y aplica la lógica debido a que piensa con la cabeza; las féminas no razonan porque piensan con la matriz, la hystera. (De este vocablo deriva el concepto de histeria femenina).
Paracelso (1493-1493)
Tal vez confuso por las semejanzas biológicas entre la fecundación, la fermentación y la putrefacción, este médico y naturalista suizo detalló una receta para fabricar un ser humano diferente a la procreación natural: “se deja pudrir el esperma de un hombre en un recipiente durante cuatro días o hasta que, al final, comience a vivir, moverse y fijarse. Pasado ese tiempo, se parece, hasta cierto punto, a una criatura humana; pero aún es translúcida y carente de cuerpo. Tras este tiempo, se nutre a diario y se alimenta cautelosa y prudentemente con el arcano de la sangre humana y se mantiene durante 40 semanas con el calor continuo e igual de un vientre equino; entonces se transformará en un bebé verdadero y vivo, con todos los miembros de que está provisto el nacido de una mujer, pero mucho más pequeño. Se trata aquí del denominado homúnculo, que después debe criarse con el mayor cuidado y celo, hasta que se desarrolle y comience a adquirir inteligencia. Éste es uno de los secretos revelados por Dios al ser humano mortal y fiable.”. Ningún experto comprende cómo un médico de la talla de Paracelso comunicara a sus colegas un sistema de concepción tan inverosímil con la mayor serenidad, como si se tratara de una experiencia o una verdad confirmada por él.
Galileo (1564-1642)
No supo explicar correctamente el origen de los cometas, al considerarlos meros fenómenos ópticos, esto es, una especie de espejismos celestiales. Tampoco dio con la clave de las mareas al asegurar que el movimiento de las aguas marinas estaba producido por la rotación de la Tierra sobre sí misma y de ésta alrededor del Sol.
Donald A. Wright
Físico alemán, publicó en los años setenta un artículo pretendidamente serio en The Worm Runner’s Digest sobre la naturaleza de los fantasmas. Basándose en la física y en los principios de la mecánica cuántica, Wright logró explicar las insólitas habilidades de estos entes inexistentes. En el artículo, decía que los fantasmas son tan livianos que sólo pueden ser vistos con muy poca iluminación, pues la propia presión de la luz los lanzaría como golpeados por un bate de béisbol. De ahí que solamente salgan por la noche. Dedujo que la masa de un fantasma no supera la del electrón, lo que implica que puede ser acelerado a velocidades próximas a la luz aplicándole una cantidad de energía ínfima. Además, determinó que a una temperatura próxima a los 20 ºC, los fantasmas alcanzan velocidades un 70 por 100 menores que la de la luz. Por ello, pocos fantasmas podrían ser vistos a temperaturas superiores a los -273 ºC. Y para acabar explicó un método infalible para ahuyentarlos: hablar en su proximidad, ya que una palabra cerca de uno de ellos sería suficiente como para mandarlo fuera del Sistema Solar.
Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)
De acuerdo con teoría de la evolución propuesta por este científico francés, la evolución de las especies viene fijada por una secuencia de hechos: los cambios ambientales originan nuevas necesidades que determinan el uso o desuso de unos u otros órganos, que acaban desarrollándose o atrofiándose, según su grado de utilización. Y estos cambios se heredan. Lamarck sostuvo que si se sacaba un ojo a animales recién nacidos y se les cruzaba, se obtenía una raza con un único órgano de la visión.
René Blondot (1849-1930)
En medio de la efervescencia de nuevos descubrimientos de la física nuclear, como los rayos X y la radiactividad, este físico francés anunció en 1903 el hallazgo de la radiación N. Se trataba de una misteriosa radiación capaz de atravesar casi cualquier tipo de materia, pero no el cartón mojado o la manera, por poner unos ejemplos. Los rayos N se podían difractar con un prisma de aluminio y no eran alterados por los campos magnéticos. En medio del júbilo nacional, los laboratorios franceses se aprestaron a estudiar las propiedades de la novedosa radiación, cuya emisión se registró incluso en organismos muertos; y Blondot fue colmado de honores por parte de L'Académie des Sciences y otros estamentos prestigiosos. Sin embargo, fuera de Francia ningún científico era capaz de ver y medir estos rayos. Para aclarar el misterio, la revista Nature envió al físico estadounidense Robert Wood al laboratorio de Blondot. Éste le mostró entusiasmadamente cómo generaba los rayos N, pero en un momento del experimento, cuando el laboratorio estaba a oscuras, Wood retiró un prisma que se suponía que era básico para la experiencia. Para sorpresa de todos, el experimento no se fue al traste, sino que resultó que todo funcionaba igual. A partir de entonces, los resultados que antes todos habían observado dejaron de reproducirse como por arte de bilibirloque, y los rayos N jamás volvieron a ser mencionados. Aún hoy no pocos se preguntan cómo es posible que cayesen en un error de tal magnitud no sólo Blondot, sino un nutrido grupo de prestigiosos científicos de su país.
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788)
Naturalista y polifacético científico francés, cometió el desatino de afirmar que durante la disección de una perra había hallado espermatozoides en sus ovarios. El galo creyó que éste era un órgano productor de semen. Otra de sus buffonadas fue la teoría del deslizamiento descendente sobre la evolución de las especies. Creía que el mono era un hombre degenerado, que el burro surgía de la degeneración del caballo, y así sucesivamente.
Edmund Halley (1656-1742)
Astrónomo inglés famoso por haber identificado y predicho la vuelta del comet a que lleva su apellido, llegó a afirmar que la Tierra estaba hueca y que en su interior orbitaban otros tres planetas. El matemático suizo Leonhard Euler (1707-1783) fue todavía más lejos al añadir que esa oquedad estaba habitada por una civilización humana iluminada por un sol central.
Santiago Ramón y Cajal (1852–1934)
En la última etapa de su vida, el premio Nobel se dejó seducir por la parapsicología. Estaba tan fascinado por los sueños y la psicología profunda que cada mañana apuntaba los sueños que había tenido la noche anterior y llegó a pagar a una médium zaragozana para llevar a cabo algunos experimentos de espiritismo. La mujer, que afirmaba estar inspirada por el ángel San Gabriel, contestaba las preguntas a través del espíritu de una hermana suya, monja, muerta hacía tiempo. Cajal descubrió el engaño. La fantasmal figura no era otra que la de la misma médium, que se disfrazaba y producía una deformación del rostro utilizando trozos de goma que se metía en las fosas nasales y la boca.
Johann Jakob Scheuchzer (1672-1733)
Este naturalista suizo presentó en 1726 a la comunidad científica el fósil de una salamandra gigante hallado en una mina de Öhningen (Alemania) como los restos de un viejo pescador que murió durante el Diluvio Universal. Scheuchzer convenció a muchos de sus colegas de que la catástrofe bíblica sucedió en el año 2306 a. de C.
Claudio Ptolomeo (85-165)
El astrónomo y geógrafo egipcio propuso el sistema geocéntrico como la base de la mecánica celeste que perduró durante más de 1.400 años. Describió un universo basado en el sistema descrito por Aristóteles en donde la Tierra se encontraba fija y rodeada por 8 esferas: las primeras 7 con el Sol la Luna y los 5 planetas conocidos en ese momento –Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno–, y la octava con las estrellas fijas.
Regnier de Graaf (1641-1673)
Descubrió los folículos femeninos, es decir, el envoltorio de los óvulos, en una época en que se pensaba que las hembras tenían testículos, de los cuales procedían unos huevos que iban a parar al útero. La idea de que las mujeres ponían huevos trajo por la calle de la amargura a De Graaf, quien no pudo evitar la aparición de una escuela de adeptos, los ovistas, quienes defendían que el óvulo femenino contenía el futuro ser humano en miniatura.
Jacques Benveniste
En 1988, el equipo dirigido por este investigador francés acaparó el interés mediático al afirmar en la revista Nature que los medicamentos homeopáticos actuaban in vitro. Las disoluciones extremas que empleaban, que no contenían ni una sola molécula del principio activo, algo que contradice las conocidas leyes fisicoquímicas, funcionaban mediante un mecanismo que Benveniste denominó memoria del agua. Obviamente, los homeópatas se sintieron encantados, pero la felicidad les duró bien poco. Ante las duras críticas de un sector mayoritario del estamento científico, la revista Nature envió un comité de expertos para evaluar los resultados del francés. Éstos descubrieron numerosos fallos de control que invalidaban el hallazgo de Benveniste, lo que hirió su orgullo y de paso el del país vecino. La herida sociedad gala arremetió contra la publicación, ya que entre los expertos evaluadores se hallaba James Randi, un ilusionista conocido por sus demoledores análisis de las investigaciones psíquicas. Hasta la fecha, nadie ha logrado reproducir los trabajos de Benveniste que, por cierto, estaban sufragados por una compañía farmacéutica productora de productos homeopáticos.