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COMER BIEN

En verano, vino blanco

Para muchos, el verano significa bien tiradas cañas de cerveza rubia; para otros, será tiempo del clásico 'tinto de verano', tinto con gaseosa; para algunos, entre los que me encuentro, el verano es tiempo de vino blanco. De blancos casi siempre gallegos, y la mayor parte de las veces, albariños.

Seré sincero: bebo vino blanco todo el año. Me gusta, y jamás he entendido a quienes dicen que "el mejor vino blanco es un tinto". Hay blancos de mucha más entidad que bastantes tintos; ocurre que, al menos en España y en nuestros días, hay una especie de prejuicio hacia los blancos, prejuicio que no compartían, desde luego, nuestros clásicos del Siglo de Oro, a juzgar por los elogios que Quevedo, Lope o Cervantes hacen a los blancos de su tiempo.
 
El domingo que viene, primero de los de agosto, celebraremos un año más, en Cambados, la fiesta del albariño. Van cincuenta y tantas, y siguen teniendo magia. No voy a negarles que este año acudo a la cata (las catas, que hay dos, la 'prima' y la 'derradeira', para entendernos la de selección y la final, ésta con sólo doce muestras) ilusionado, ya que la cosecha de 2004 ha sido calificada 'excelente'.
 
Hasta ahora no he bebido demasiados albariños del 2004. Robert Parker, el 'Michelin' de los vinos, ha repartido altas calificaciones a unos cuantos vinos de las Rías Baixas. Siete de ellos, concretamente, han alcanzado o superado los 90 puntos. Son todos monovarietales, de albariño. Tres son del 2004, pero otros tres son del 2003 y el séptimo del 2001, aunque éste tiene una elaboración diferente.
 
De momento estaba bebiendo albariños del 2003. Contra lo que piensa la mayoría de la gente, los albariños no son únicamente 'vinos del año'; si están bien hechos, y cada vez se elaboran mejor, dan muchísimas satisfacciones no el año inmediato al de su cosecha, sino al siguiente, cuando están más hechos, más evolucionados. Tampoco es que valga la pena ir más atrás, aunque uno se lleve a veces alegrías con albariños de tres años, pero no es la regla.
 
Otra cosa son las elaboraciones especiales. Hace años se empezó a fermentar y someter a una prudente crianza en madera algunos de estos vinos. Fueron una agradable novedad, pero funcionaron a medias; la albariño, como en general las demás blancas gallegas, no se lleva demasiado bien con el roble. El asunto cambia si el envase, la barrica, no es una bordelesa de 225 litros, sino un tino de, pongamos, 2.500: el contacto del vino con la madera es menor, se produce la microoxigenación, pero la madera no es tan notoria en el vino.
 
Hace algunos años surgieron los primeros albariños 'criados' en depósito de acero inoxidable, sobre lías; Soledad Bueno y su enóloga, Ana Quintela, fueron las primeras. Los resultados fueron, esta vez sí, magníficos. Hace unos días abrí una botella de uno de sus vinos así elaborados, pero de 1997 (ocho años de albariño, que se dice pronto) y resultó magnífico, impresionante.
 
Esa senda, la del acero, ha sido seguida por algunas bodegas más, con éxito. La técnica se aplica también en Valdeorras, con su elegante variedad godello. Los elaboradores dan más o menos tiempo en acero, de seis a treinta y seis meses; pero, en general, los resultados son muy satisfactorios. Y esos blancos están hechos para durar... y duran.
 
Los auténticos expertos afirman, sin dudarlo, que el mejor blanco es "el que más dura". Quien haya bebido esos vinos blancos borgoñones llamados Montrachet, a secas o con algún prefijo (Chassagne-Montrachet, Puligny-Montrachet...) saben bien de qué estamos hablando. El año pasado, un Chassagne-Montrachet del 96 fue uno de los mejores vinos, blancos o tintos, que tuve delante. Y nunca olvidaré un entrado en años (para lo que es habitual al pensar en blancos) Montrachet de la Romenée Conti que disfruté hace algunos años.
 
Ya ven que son vinos que duran mucho. En la botella y, desde luego, en el recuerdo; y uno sólo recuerda durante mucho tiempo las cosas verdaderamente grandes. Esos blancos, como mi Rías Baixas del otro día, lo son.
 
De modo que vayan cambiando su actitud ante los vinos blancos, si son de los que creen que no son comparables con los tintos. Es verdad que, durante años, los blancos españoles en general dejaban bastante que desear; pero hoy por hoy hay blancos impresionantes no sólo en Galicia, sino en el Penedés, en la Conca de Barberá, en Navarra y, desde luego, en Rueda, con esos verdejos llenos de personalidad y elegancia.
 
Lo dicho: en verano, blancos. Fresquitos, tirando a fríos; no se trata de catarlos, sino de disfrutarlos plenamente. Háganles un sitio: se lo merecen.
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