Admiración no correspondida al principio, pues Azaña trata a su compañero con sarcasmo en sus primeros diarios: “La violencia de su carácter es tal que tiene aterrorizados a sus funcionarios. Si les manda hacer un proyecto, por disparatado que sea, lo hacen sin formular ninguna observación”; “En los consejos de ministros se pasa el tiempo sin proferir palabra, echado atrás en el sillón o de bruces sobre la mesa”; “Lo más alejado de un estadista. Recuerdo que hace años me decía Prieto que se creía con dotes sobradas para gobernar España”; “aspavientos, desmanes oratorios y procacidades, chocarrerías”. Y así otras. Pero con el tiempo encontró en él un apoyo fundamental y muy apreciable. Finalmente ambos políticos formaron el tándem más compenetrado de la república. Esta relación política marcó con su sello aquellos años, pero ha sido muy poco estudiada. Como he expuesto de otras ideas, algún historiador solvente debería ponerse a la labor, porque resulta del máximo interés. Aquí resumiré algunas de las aventuras de los dos personajes, como estímulo a investigadores jóvenes
1.- Intento de golpe de Estado en 1934
Tras la victoria electoral de la derecha en noviembre de 1933, Prieto se alió con Largo Caballero para laminar al legalista Besteiro y preparar una guerra civil (textualmente) a fin de imponer la “dictadura del proletariado”. Prieto, sin embargo, no simpatizaba con ese fin y, a pesar de haber proclamado en las Cortes la ruptura solemne e irrevocable con las izquierdas republicanas, prefería renovar la alianza con ellas para liquidar a la derecha –y a la democracia–, e imponer un régimen populista radicalizado. Azaña, por su parte, reaccionó a las elecciones presionando (en balde) en pro de un golpe de estado.
A finales de junio de 1934, las maniobras desestabilizadoras protagonizadas por Companys amenazaban desembocar en una contienda civil, y Azaña y los suyos, en complicidad con Companys, trataron de forzar al presidente Alcalá-Zamora para que expulsara del poder a los centristas gobernantes, ofreciéndose para evitar el enfrentamiento civil que ellos mismos promovían. Fracasadas estas intrigas, se decidieron por un golpe de estado formando un gobierno sedicioso en Barcelona. Pero el éxito dependería de la actitud socialista. Azaña sabía que el PSOE preparaba su propio golpe, y habló con Prieto con vistas a una acción conjunta. Prieto aceptó y llevó la propuesta a la dirección socialista, pero ésta la rechazó por mayoría, considerando que sus preparativos revolucionarios proletarios no admitían supeditarse a un golpe burgués, aunque izquierdista. Así fracasó el común intento de ambos próceres. En Los orígenes de la guerra civil he documentado este episodio, muy esclarecedor sobre la realidad política del momento.
2.- El chantaje del estraperlo
Más éxito tuvieron en otra empresa. Al fracasar la insurrección del 34, Prieto huyó a Francia y Azaña fue procesado como colaborador del movimiento. La causa de Azaña fue sobreseída, lo cual no significa nada: aquella justicia era perfectamente capaz de absolver “por falta de pruebas” a Largo Caballero, principal y reconocido jefe de la intentona guerracivilista.
Entretanto, un caballero de industria holandés, llamado Strauss, había intentado introducir en España un juego no se sabe bien si de azar o no (los juegos de azar estaban prohibidos desde la dictadura de Primo de Rivera). Para ello había gratificado a algunos políticos centristas del Partido Radical de Lerroux, con relojes de oro y similares. Sin embargo el juego no fue autorizado. Strauss, sintiéndose estafado, procedió a chantajear a Lerroux con la amenaza de revelar los sobornos. Lerroux despreció la amenaza, pero, según todo indica, el avispado chantajista contactó con Azaña, y éste con Prieto. Entre los tres decidieron provocar artificialmente un enorme escándalo en torno a los insignificantes sobornos, con el fin de hundir a Lerroux y su partido. Lograron enredar en el plan a Alcalá-Zamora y atemorizar a la derecha, que no opuso resistencia o incluso colaboró en la intriga. La consecuencia de esta empresa conjunta de Prieto, Azaña y Strauss fue la liquidación política de Lerroux y su partido, el único con verdadera tradición republicana (los demás se habían improvisado en vísperas de la caída de la monarquía), y mucho más votado que todas las izquierdas republicanas juntas. Para percibir el alcance de la maniobra debemos señalar que el partido de Lerroux constituía el último amortiguador entre unas derechas y unas izquierdas cada vez más radicalizadas. Por tanto,la ruina de tal partido reavivó la crispación y las tendencias guerracivilistas. En Los personajes de la república vistos por ellos mismos he descrito sumariamente esta magistral, fascinante y maléfica intriga, que no sería superada por una imaginativa novela negra, y que merecería una monografía a fondo. Me permito animar, una vez más, a algún historiador joven a emprenderla.