Conocí a Elvis a los 13 años en casa de una amiga de la adolescencia. Ella sacaba los discos, besaba las portadas y me preguntada "¿a qué es guapo?". Yo le decía que no, pero pensaba que sí. Luego ponía las canciones y yo fingía aburrimiento. En aquellos tiempos un chico como yo, miembro del club de fans de Tino Casal y asistente a los conciertos de Duran-Duran, no podía caer en semejante horterada. Sin embargo, me encantaban su música, su sonrisa y su inmensa sensibilidad oculta bajo ese look tan machirulo que luego adoptarían las estrellas del porno gay de los 80. Apuesto a que Elvis le habría hecho gracia: "pero míralos, si sólo les falta poner el Love Me Tender como música de fondo. Incluso hablan como yo, pero se nota que son de California o del Medio Oeste. Voy a pedirles un cameo, pero vestido y sin guarradas. Les voy a enseñar un poco de clase".
No han faltado las hipótesis sobre la presunta homosexualidad de El Rey debido a su íntima amistad con el actor Nick Adams -¿es que no podían ser simplemente amigos?- y a algunos fragmentos de El rock de la cárcel. Este parece bastante evidente:
El número 47 le dijo al número 3,/ eres el pichón más lindo que nunca vi,/ seguro que tu compañía me encantaría/ vamos, haz el Rock de la cárcel conmigo.
Aunque hay otros que tienen un doble significado según se tomen de forma literal o se interpreten de acuerdo con la jerga sexual conocida por todo el mundo, aunque casi nadie estaba dispuesto a reconocerlo: The drummer boy from Illinois went crash, boom, bang,/ the whole rhythm section was the Purple Gang. Algo así como que en la cárcel había un pandilla dedicada al desenfreno grupal. No hay nada como la censura para transmitir los mensajes más lascivos en clave aparentemente inocente. ¿Cómo sabes tú que bang significa eso? ¿Acaso conoces a alguien que lo haga? Cada vez que oigo eso de que "la hipocresía es el precio que el vicio paga a la virtud" me parto de risa. Más bien sucede lo contrario, la doblez excita las bajas pasiones mucho más que cualquier espectáculo X.
Pero más allá de sus reales o imaginados devaneos homófilos (espero que esta precisión no llegue demasiado tarde para Pablito Molina, que a estas alturas es capaz de haber roto todos sus discos de Elvis), lo cierto es que el chico de Memphis consiguió seducir a la juventud de medio mundo. La del otro medio apenas supo de él, aunque me cuentan que las bodas rockeras clandestinas que se organizaban en los países de Europa del Este incluían temas suyos. Si la caída del comunismo en Checoslovaquia se llamó La revolución de terciopelo en honor a la Velvet Underground, la banda de Lou Reed que tanto gustaba a Vaclav Havel y a sus amigos de la resistencia contracultural anti-comunista, la de algún otro sitio podría haberse bautizado Aloha libertad por aquel concierto televisado vía satélite con que Elvis encandiló a la audiencia global más y mejor que cualquier inauguración olímpica.
Pero como les iba diciendo, antes de eso El Rey había escandalizado a América entera con su célebre movimiento pélvico y el vaivén de sus caderas. En aquellos tiempos, cosas así eran consideradas "simulaciones de actos sexuales". El cimbreo de caderas era inapropiado no sólo por su presunta carga sexual, sino por la amenaza que representaban para la estricta separación de razas que regía en buena parte del país. Como me decía hace pocos días un profesor universitario de Derechos Civiles, "Elvis sirvió de puente entre la cultura blanca y la negra, aunque siempre en un contexto blanco". No me parece poco para el autor de In the Ghetto, una de las canciones más bellas y tristes que conozco, destrozada hace unos años por un paisano renacentista de José Montilla cuyo nombre prefiero olvidar.
No conozco arma más potente de liberación masiva que la cultura popular. Mis compadres anarco-capitalistas sostienen que la paz mundial llegará el día en que todos podamos comerciar con quien queramos. La profesora Carmen Iglesias contaba en sus clases de Historia de las ideas políticas que el mejor antídoto contra las guerras es hacer que el almuerzo de unos dependa del trabajo de otros y viceversa. Un argumento inverso lo proporciona el politólogo norteamericano Christopher Parker, que descubrió que la convivencia interracial en el ejército de su país había hecho más por la eliminación del racismo que muchas sentencias del Tribunal Supremo. Según él, "no es luchar juntos, sino sobrevivir juntos, y sobre todo que tu vida dependa del otro, que rompe las fronteras raciales, sexuales y de todo tipo". Yo diría que la juventud que baila unida, permanece unida, aunque luego llega Huntington con la rebaja en su Choque de civilizaciones y nos dice que no, que todo es puro maquillaje y que ni la minifalda ni las gafas de sol evitan los conflictos internacionales. Mi gozo en un pozo.
Algo así debió de intuir Elvis, pues su trayectoria política se asemeja mucho a la de los llamados neocons. Al principio de su carrera apoyó a los demócratas Adlai Stevenson y John F. Kennedy, aunque después de pasó a los republicanos. Según cuenta John McConnell, asesor de Nixon, a finales de 1970 un Elvis ataviado en full Las Vegas regalia llamó a la puerta de la Casa Blanca. El guardia telefoneó al Ala Oeste y dijo: "El Rey está aquí para ver al presidente". Pese a no haber sido invitado, Elvis pudo departir con Nixon durante unos minutos e inclusó se presentó como voluntario para actuar como agente secreto en la guerra contra las drogas.
En este punto acaba la historia y comienza la leyenda: ¿consiguió Elvis su nombramiento? Si fue así, es más que evidente que fracasó, igual que lo haría la DEA, una agencia estatal más marcada por la ineficacia, el despilfarro y el escándalo. Algunos afirman que el ofrecimiento del cantante se debió a los efectos de cierto narcótico. No me extrañaría. Pero más importante que eso me parece el asunto de la pistola. ¿Qué fue de aquel revólver de perlas y cargado con que Elvis fue autorizado a ver al presidente? ¿Un regalo que Nixon no declaró, como afirman sus detractores, o un adorno más en la peculiar indumentaria de la estrella? El tiempo lo dirá.
Sea como fuere, y dejando los avistamientos, las teorías de la conspiración (sí, algunos dicen que a Elvis también lo mató la CIA) y las controversias sobre cómo lo hacía y con quién aparte, lo cierto es que sin Elvis no habríamos tenido a Madonna, y tampoco a los Pet Shop Boys, cuya versión de Always On My Mind me parece incluso mejor que la de I Can’t Help Falling in Love with You ("los sabios dicen que sólo los locos hacen las cosas deprisa, pero yo no puedo evitar enamorarme de ti (...) igual que los ríos siempre terminan en el mar, cariño, también algunas cosas que tienen que ser...") que hicieron los reggaeros británicos de UB40. Algún día mis amigos más modernos descubrirán todo lo que debemos a Elvis, alguien cuya muerte no debería ser llorada, pues vivió y pereció como quiso (que lo hiciera mejor o peor es otra cuestión que a mí no me compete). Así lo entienden los miles de pregrinos que año tras año acuden a Graceland a presentar su respetos a El Rey y de paso se toman unas cervezas y pasan un buen rato. Histéricas no faltan, pero seguro que lo hacen para salir en la tele.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero como dicen los sabios, "el que no añora es que no se ha enterado de nada", o si les gusta más, "la felicidad no es algo que se experimenta, sino que se recuerda".
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