Algunos se hartaban y se iban a la mitad de la clase. Galbraith nunca sobrepasó las brillantes generalidades que marcaron su primera clase. Después de un tiempo, los estudiantes se cansaron de no recibir ninguna sustancia real.
Este año, la campaña del senador Barack Obama me recuerda bastante esa asignatura del profesor Galbraith. Al principio de las primarias, y a medida que los votantes de cada estado escuchaban sus destellantes generalidades, muchas personas quedaban extasiadas. A los medios de comunicación les encantaba la novedad de un candidato negro con posibilidades reales de convertirse en presidente, y su visión izquierdista del mundo era en gran medida también la de ellos. Se produjo una genuina luna de miel genuina entre Obama y los medios. A los principales les sentó fatal que el presentador de la cadena de televisión ABC, Charles Gibson, plantease a Obama una pregunta seria acerca de los efectos económicos de un impuesto sobre las ganancias de capital. ¿Quién interrumpe a los novios para hablar de economía?
El hecho de que el senador Obama no diera una respuesta muy coherente empeoró las cosas... para Charles Gibson. Puesto que a los ojos de muchos de los partidarios Obama no puede hacer nada malo, hubo indignación contra Gibson por haberle planteado una pregunta así. La pregunta era por qué el senador Obama defendía un tipo fiscal más elevado sobre el capital cuando la experiencia había demostrado que el Estado siempre recauda más ingresos a través de tipos fiscales más bajos. El Senador Obama actuó como si nunca hubiera pensado en ello de esa forma. Probablemente no lo había hecho. Es un político, no un economista.
Políticamente, lo que importa a los electores izquierdistas para quienes Obama lleva décadas interpretando su papel es culpar a "los ricos". El efecto sobre la recaudación fiscal ingresada por el Estado es, en el mejor de los casos, algo secundario. Qué efecto tendrá un tipo fiscal más elevado a las ganancias de capital, hoy sobre la economía y mañana sobre las pensiones de la gente, es algo que a Obama ni siquiera se le pasa por la cabeza. Los economistas podrán decir que los tipos fiscales más altos sobre los beneficios provenientes de la venta de activos de capital pueden traducirse en niveles inferiores de actividad económica y menor número de puestos de trabajo, pero Obama dejará ese tipo de análisis a los economistas. Él está en política, y lo que importa políticamente es lo que hace ganar votos, aquí y ahora.
El tipo de discurso que obtuvo los votos –y los corazones– de los electores de izquierdas del Partido Demócrata durante las primarias tal vez no baste para convencer a los votantes de las generales. De manera que el senador Obama ha venido modificando su música o, como él dice, "refinando" su mensaje. Éste no era el tipo de "cambio" que los verdaderos fieles entre los partidarios de Obama estaban esperando. De manera que ha habido cierta inquietud entre los creyentes, y algunas oscilaciones en las encuestas.
A pesar de la impresionante maquinaria política y de una gigantesca transformación de imagen usadas para convertir a este activista divisivo con décadas de experiencia en la promoción de los agravios en alguien que se supone que nos conducirá a todos a la tierra prometida del "cambio", unos pocos atisbos de verdad han salido a la luz.
Las burlas elitistas a costa de la gente que cree en la religión y que tiene armas, de los americanos que no hablan idiomas extranjeros o de las opiniones del "típico blanco", todas son rayos de luz que se proyectan a través de las grietas en la imagen estudiadamente creada de Obama.
La cifra aplastante de votos a Obama en algunos estados prácticamente blancos por completo demuestra que muchos americanos están dispuestos a pasar la página racial. Pero Obama en persona quiere estar en misa y repicando al atribuir nociones racistas a la campaña McCain, que nunca ha hecho de este asunto un tema de campaña.
El problema de la gente inteligente es que no sabe cuándo dejar de ser lista, y el senador Obama es un hombre muy inteligente, quizá "tan inteligente que se pasa", como dicen los británicos. Pero tal vez no pueda seguir tirando más de lo que pudo Galbraith a base de generalidades oropeladas.