Tiene que ver con que, si el hombre fuera perfectamente justo (diera a cada uno lo que le corresponde según su naturaleza), la caridad sería innecesaria. Y tiene que ver, también, con lo santificante que resulta el trabajo como participación más directa y más efectiva del hombre en la Creación Divina.
Esto no significa ni el menor menoscabo a la obra heroica de quién, sin dudas, llegará a estar en los altares de la Iglesia Romana, sino una necesaria dignificación teórica de algo que, en la práctica, "alabamos" muchas veces al día cuando, gracias al comercio comemos, nos vestimos y tantas cosas más. Son miles a los que les llega la caridad, pero miles de millones los que viven gracias al comercio.
El trabajo, el comercio y el necesario afán de lucro (creado y querido por Dios como sana motivación para mejorar en el servicio al cliente, al prójimo) son los instrumentos del orden natural para que el hombre coopere, pacíficamente y en comunidad, en la creación.
Por otro lado, es creencia común que el hambre es un problema "natural". Una condición inevitable a la cual se enfrenta la humanidad y que, lo más que puede hacerse, es intentar minimizarla. Nada más equivocado. Para la filosofía aristotélico tomista, la naturaleza tiene un orden intrínseco hacia el bien, principalmente el humano, de modo que provee de las fuerzas creadoras y productivas necesarias para evitar el hambre. Y lo demuestra el mercado argentino que produce para muchos más, según veremos.
Es la violencia la que destruye al orden natural, espontáneo, de las cosas. De manera que si el hambre ha acompañado a la historia humana es debido a los gobiernos que, apelando al monopolio de la violencia que se arrogan, han destruido a la naturaleza del mercado, a la capacidad creativa, productiva y distributiva de las personas.
Argentina, por caso, tiene una economía corporativista desde hace décadas. La fuerza policial del Estado es utilizada para imponer fuertes impuestos (incluso sobre las exportaciones); asfixiantes regulaciones y burocracia, y otras medidas que reprimen a las personas. El resultado está a la vista. Con un mercado formado sólo por 40 millones de habitantes y que produce alimentos para unos 300 millones que los comerciantes distribuyen, sin embargo, debido a las distorsiones (coactivas, violentas) que introduce el Estado, ocho niños de menos de 5 años de edad se mueren a diario a consecuencia de enfermedades ligadas con la desnutrición.
El volumen de la cosecha argentina de cereales se mantiene estable desde el 2005, mientras que en Paraguay aumentó un 129%; en Brasil el 64% y en Uruguay un 61%. Durante los últimos tres años, las exportaciones brasileñas crecieron un 980%, mientras las argentinas cayeron el 7%. A nivel mundial el mercado viene aumentando su producción de alimentos a un ritmo del 5% anual, mientras que la población global solo ha crecido al 2%.
Como consecuencia de esta situación Benedicto XVI advirtió sobre la necesidad de "reducir el escándalo de la pobreza y la inequidad social" en la Argentina, en ocasión del lanzamiento de la colecta nacional "Más por Menos", que el año último recaudó 1,8 millones de dólares. Cifra que no alcanza para alimentar ni a la milésima parte de las personas que se alimentan gracias al comercio.
Aún así, justo es reconocer que la caridad privada alimenta a cierto número de personas que, de otro modo, morirían de hambre. Sin embargo, la "solidaridad" estatal se realiza con recursos provenientes de impuestos, es decir, coactivamente retirados del mercado, es decir, recursos que el mercado no quería entregar por propia voluntad y esto degenera todo el asunto.
En conclusión: cuando nos digan "eso es un comercio" deberíamos elevar alabanzas de agradecimiento a Dios.
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Alejandro A. Tagliavini es un analista político argentino.