El autor (de la traducción) es Jorge Gimeno, que también lo es de un ingenioso prólogo y de las notas, breves y esclarecedoras, virtudes ambas que el lector agradece. En dicho prólogo Gimeno observa, entre otras cosas, algo ciertamente interesante: el erotismo de esta novela alcanza cotas muy elevadas, no tanto para la época, sino para el resto de la obra de Queirós, aunque en materia de libertinaje La Reliquia no le va a la zaga. Sin duda hay deseos de escandalizar al lector (épater le bourgeois), pero sobre todo de transmitir una obsesión de la época: el adulterio, así como de denunciar el aburrimiento y la pacatería conyugal. Al encontrarnos con la heroína de esta novela pensamos de inmediato en las criaturas de Flaubert, Clarín y, cómo no, de Tolstoi. Por supuesto Emma Bovary, Anita Ozores, Anna Karénina y Luísa Carvalho no son iguales, pero tampoco lo son las sociedades que cada uno de estos novelistas describe y este factor, es sumamente importante, en particular para Queirós que, como buen portugués (tal vez habría que decir como buen ibérico) añora todo lo que “viene de Europa” y es un extranjerizante a ultranza, a lo que ayuda su profesión de diplomático. Es frecuente que los intelectuales de los países que están a la cola del “progreso”, como lo estaban España y Portugal a finales del siglo XIX, abominen de todo lo que tenga que ver con su patria y ensalcen en demasía lo extranjero. Incluso ahora lo vemos en los países latinoamericanos, en particular en los años sesenta, que sólo juraban en francés y en inglés. Pero volvamos a la novela de Queirós.
La referencia del mundo civilizado es, indudablemente, Francia, concretamente París. La propia España es vista con buenos ojos por el primo Basilio a la hora de comparar civilizaciones. Madame Bovary, se ahoga en provincias –como también Ana Ozores– pero Luísa, que vive en la capital, también se muere de aburrimiento en una casa en la que no tiene nada que hacer, pues ni siquiera es madre. Está felizmente casada con un ingeniero guapo y enamorado que tiene que dejarla sola en Lisboa durante todo un verano, acompañada de una cocinera obsesionada por el sexo y una criada, Juliana, que se convierte en su principal antagonista. En esta tesitura, aparece en Lisboa Basilio de Brito, primo de Luísa y lejanísimo primer amor de su vida. Se había marchado a hacer las Américas y luego las Europas y vuelve hecho un pincel a su patria. Visita a su prima y al encontrarla sola decide seducirla, con la frialdad y el egoísmo de los seductores de la época. Aquí entra en juego Juliana, verdadero logro de la novela, que personifica la envidia y la ambición. Aunque algunos críticos literarios sostengan lo contrario, Queirós no es nada vindicador desde el punto de vista social, sino que, como si estuviera ya harto de tanto realismo, intenta trazar un retrato psicológico de ese personaje retorcido que personifica de manera ejemplar el mal y que es quien realmente acaba con la desdichada Luísa. Aunque más mitigada y menos caricaturesca que en Los Maias, también encontramos aquí una crítica de la sociedad lisboeta donde la ópera, las tertulias, el paseo le parecen al famoso primo Basilio (que es un perfecto idiota, por no decir un miserable) tan mezquinos y polvorientos como el alma portuguesa. El benevolente retrato de ciertos tipos, como el Consejero, tan sublime como ridículo, el honrado amigo Sebastián –o el propio marido de Luísa- castizos y orgullosos de serlo, anuncian ya la reconciliación de Queirós con sus orígenes que se plasmará en La ciudad y las sierras, novela escrita en 1893 y publicada póstumamente en 1901. En 1890, doña Emilia Pardo Bazán, cubría la Exposición Universal y recibió en su hotel parisino una visita entrañable. Se trataba de Eça de Queirós, cónsul de Portugal en París, que venía a presentarla sus respetos. Doña Emilia le retrata como a un hombre extremadamente delgado (estaba ya enfermo pero ella sin duda no lo sabía), de aspecto elegante y europeo y dice lo siguiente de su obra:
“Si Eça de Queirós, a quien su cargo mantiene alejado de la patria, volviese allá con ánimo de morir en Portugal y no, como el primo Basilio para “aborrecerse”, acaso la orientación de su talento cambiase y le entrase ese acceso de “nacionalismo” que es como el acto mecánico con que devolvemos el cuerpo extraño atravesado en la garganta. ¿Qué resultaría? ¿Un poema análogo a “Las almas muertas” de Gogol, la quintaesencia de un país decantada en el alambique de una inteligencia poderosa, de una imaginación prolífica, de un alma ardiente, patriótica y noble?
Y eso es precisamente La ciudad y las sierras, aunque no le hizo falta regresar a Portugal para entonar su magnífica palinodia. Como su enfermedad, la llevaba incubando desde la infancia.