Su honestidad intelectual admira, visto cómo las gastan los wyoming. Mas siendo atinadas las dos primeras aseveraciones, especialmente la segunda, el temor expresado en la tercera resulta irracional y paradójico.
Mientras la mayoría de los católicos españoles ha sabido modernizar sus aperos epistemológicos, y ahí estuvo esa estupenda fiesta de apertura al mundo para que cualquier liberticida blaspiñarista interiorizase que en Occidente quedas fatal amedrentando a quienes piensan a su aire, porque la religión es conciencia íntima y no principio vertebrador del Estado, esta izquierda endógena lleva una década recorriendo el camino inverso. Reivindicando un pasado de intolerancia y consignas, de totalitarismo y violencia, de mentiras engullidas en nombre de fabulosos beneficios por venir. De ahí que quienes ansiaban apalear peregrinos invocasen la orgía de odio de 1936, sin reparar en que su retórica corroboraba la visión de Pío Moa sobre la etiología de la contienda incivil. Y sin asimilar que los progresistas del orbe civilizado habían digerido con sinceridad la caída del muro de Berlín, desacreditando de raíz aquel fraudulento evangelio de coerción y muerte.
Dejemos que los artistas se aferren al niño aviejado que continúa gobernando sus pulsiones. Lo que no tiene perdón es que Rubalcaba y el PSOE quieran ahora superar al impúber y abracadabrante Zapatero por la izquierda, prometiendo eutanasia, sabotaje de las medidas anti-déficit y redoblado frentismo guerracivilista. ¿Es que no habita en sus cabezas algo de sensatez? ¿Carecen de perspicacia para imaginarse que incluso en la patria de Caín podría ir reduciéndose la cuota de resentimiento, ignorancia y fe ciega en el paternalismo mafioso?
Su apuesta exclusiva por los bajos instintos, la intoxicación propagandística y el solipsismo maniqueo tal vez tropiece antes de lo previsto con la realidad. Puede que incluso feligreses suyos comiencen a vislumbrar que el aborto es una desgracia, no un derecho. Que el endeudamiento galopante y el latrocinio institucional de hoy lo pagarán los ciudadanos inocentes del mañana. Que el engorde de las administraciones no fue más que para colocar a parientes y enchufados. Que el nivel educativo no mejora regalando aprobados a los zotes en aras de una igualdad postiza. Que homosexuales y mujeres saben emanciparse sin comisariados siniestros y antiliberales. Que socavar la clase media es fabricar subdesarrollo. Que el desprestigio socialista no se enmienda repartiendo dádivas, cortejando terroristas y avivando el camorrismo.
Si no existiera el contrapeso católico a la teología progresista, los librepensadores estaríamos peor. Y el desarrollo de una sociedad abierta, al modo popperiano, sería aún más difícil. Apartheid, "cordón sanitario", limpieza étnica y laicismo represivo implican teocracias que se definen inquisitorialmente respecto a chivos expiatorios. En toda facción iluminada emerge la voluntad de ser masa y constituirse en partido único. El cristianismo liberal leyó a Nietzsche y actúa reflexivamente en consecuencia. En paralelo, una socialdemocracia ilustrada medita cómo desembarazarse de Keynes (pues Marx sobrevive como fetiche para sectarios en su torre de marfil), allende nuestras fronteras. Porque, hacia adentro, la izquierda zafiamente existente, erre que erre, apenas se pregunta cómo retroceder a Paracuellos sin que se note demasiado ni espantemos a Bruselas.