Curiosamente, la sociedad norteamericana sabe con bastante precisión dónde radica su Talón de Aquiles: los costes de la sanidad (Medicare y Medicaid) y el sistema de jubilaciones (Social Security). Estos dos rubros se llevan la parte del león en el presupuesto federal y en ambos casos el aumento sustancial de los costes es producto del éxito científico y tecnológico: la longevidad de los seres humanos ha aumentado notablemente y con ella los gastos de salud y el periodo de retiro.
Sería inteligente que Estados Unidos fuera capaz de aprender de otras sociedades que se enfrentan a estos problemas con más éxito. Los suizos, por ejemplo, tienen un magnífico sistema de salud basado en un modelo universal y obligatorio de seguro médico privado altamente regulado por el Estado. Todos los individuos deben tenerlo, desde la cuna hasta la tumba, y no se discrimina de acuerdo con lo saludable o enfermiza que sea la persona, lo que distribuye equitativamente los costos entre toda la sociedad. Si el ciudadano no tiene dinero para adquirir el seguro, el Estado lo paga. La atención médica es pública y privada, y las personas pueden escoger con quién y en dónde curarse sus dolencias.
Los chilenos, de la mano del economista José Piñera, hermano del actual presidente, a partir de 1981 pusieron en marcha un exitoso sistema de jubilación universal basado en cuentas individuales de capitalización en lugar del modelo de reparto que existe en Estados Unidos (y en muchas naciones). Como en el caso suizo, hay siete empresas privadas llamadas Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) que compiten entre ellas. Todas ofrecen sus servicios bajo la estricta, transparente y conservadora supervisión del estado. El rendimiento acumulado de estas cuentas de ahorro oscila en torno al 10 por ciento anual.
Puestos a aprender en cabeza ajena, Estados Unidos pudiera observar con detenimiento cómo y por qué los finlandeses tienen el mejor sistema educativo del mundo si juzgamos por los resultados de los exámenes PISA. La clave parece estar en la selección, formación, remuneración y reconocimiento social de los maestros. Mientras en EEUU afirman que sólo enseña el que no puede hacer otra cosa, en Finlandia dan clases los mejores. Y entre las clases que imparten los finlandeses está el aprendizaje de idiomas extranjeros. No hay ninguna virtud en ser una sociedad monolingüe. Además de lo mucho que enriquece conocer otras lenguas y culturas, ya se sabe que suele haber una relación estrecha entre cociente de inteligencia y el dominio de otros idiomas.
Es posible, incluso, beneficiarse de la experiencia de naciones mucho más pobres que Estados Unidos en asuntos como, por ejemplo, la recaudación de impuestos. Los países bálticos y otras sociedades que abandonaron el comunismo optaron con bastante éxito por alguna variante del flat-tax en lugar de someterse a las injustas falacias de los "impuestos progresivos" que penalizan el ahorro, la formación de capital y, por ende, las inversiones y la creación de empleos. Hace unos años, Forbes publicó un estudio que parecía demostrar que con un flat-tax del que se excluyera a las familias más pobres, bastaría con que todos pagaran algo menos del 20% de sus ingresos para obtener la misma recaudación que hoy se logra con la increíble e injusta pesadilla del sistema impositivo estadounidense.
Hasta del pequeño Portugal, hoy sacudido por la crisis económica, también es posible aprender una lección provechosa: la despenalización del consumo de drogas y el enfrentamiento de este flagelo como un problema médico, no policiaco. Para los portugueses, desde el 2001, carece de sentido encarcelar a los adictos en lugar de ayudarlos (si lo desean) a abandonar sus perniciosos hábitos mediante tratamientos de rehabilitación o, si no pueden o quieren, se les alivia sus necesidades prescribiéndoles las drogas anheladas.
De los casi tres millones de presos que existen en Estados Unidos, la mitad fueron encarcelados por alguna vinculación con el tráfico o consumo de estupefacientes.. Este problema desaparecería si Estados Unidos imitara a Portugal. No hay ninguna garantía de que con esta estrategia disminuiría el número de adictos, pero sin duda se aliviarían muchas tensiones sociales, se reduciría notablemente la violencia y bajarían notablemente los costes de perseguir, juzgar y encarcelar a cientos de miles de personas. O sea: ventajas para todos. Todo está en ser capaces de aprender en cabeza ajena.