Todo es real en la vida política española. Más de seis millones y medios de españoles votaron a Sánchez. Sabían bien quién era el personaje. Tuvieron ocasión de estudiarlo durante más de un año como presidente del Gobierno en funciones. Sus votantes experimentaron en carne propia que mantenía hoy una cosa y mañana la contraria, que despreciaba un día a Iglesias pero al otro formaba Gobierno con él… Todo es real. Nada es ficción. Sucede en la España de 2020. Millones de individuos han votado a Sánchez y no sienten vergüenza de su acto. Al contrario, están orgullosos de su hazaña y odian a quien critique a su ídolo. He ahí a las nuevas generaciones de españoles que darían media vida, algunos hasta la vida entera, por que Sánchez fuera reconocido como un gran estadista. Es el caso del muchachote de Calzada de Calatrava, cineasta de mucho postín, quien ha puesto toda su sabiduría y sensibilidad al servicio del gran timonel de la patria española. El muchachote de la capital del Pegamento Imedio, en la cosa de los Goya, demostró ser un representante extraordinario de esa parte del valiente pueblo español que tanto gusta de las cadenas. Sí, el muchachote de los mil goyas es el fiel continuador de una historia lamentable de un populacho que sacrifica la libertad y el arte por llenar la panza.
Pero esto no es cine de impostura sino realidad, o sea, Sánchez es presidente del Gobierno e Iglesias su vicepresidente. Eso es tan real como la depresión que atraviesa la mayoría decente, o sea ciudadana, de españoles ante el espectáculo ofrecido por el Gobierno con una indeseable internacional. Y es que también son reales los vínculos del PSOE y Podemos con el régimen tiránico de Venezuela, incluso los periódicos y los medios de comunicación del Gobierno, o sea casi todos, publican que un miembro del Gobierno, Ábalos, se entrevistó con la indeseable Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela… Claro que esto traerá consecuencias trágicas para los españoles. No es solo una cuestión de cortesía de un Gobierno, sino que se trata del incumplimiento flagrante de un país, España, de las sanciones decretadas por la Unión Europea.
Quizá la determinación de un hombre puede conseguir todo lo que se proponga. Quizá Pedro Sánchez consiga que una mayoría de españoles se arrodille a sus pies, y seguramente conseguirá que los impostores, los pedigüeños y los esclavos del régimen que haya en cada momento le sirvan con la misma diligencia e indignidad que lo hicieron los fabricantes de malas imposturas el sábado pasado en Málaga. Es una constante de nuestra historia. Es uno de los vicios más apreciados de una parte del pueblo español: arrastrarse cobardemente ante el poderoso. Cobardía e impostura es todo para quienes no quieren reconocer la realidad de una enfermedad mortal para el desarrollo normal de un país. Esa enfermedad no es social y económica. Es una enfermedad moral. Es una profunda y verdadera discordia en el alma de cada español que ha votado por alguien que, sin duda alguna, le quitará las ganas de volver a votar otra vez. El presente es un horror y el futuro un desierto. Quien no se sienta desanimado con este Gobierno, digámoslo brevemente, o es que no tiene corazón o es un imbécil.