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Agapito Maestre

¡Política menos mala!

El pueblo español es muy realista. El hombre medio español, feliz resultado del 'desarrollismo' franquista, ha vuelto a triunfar el 26 de junio.

El pueblo español es muy realista. El hombre medio español, feliz resultado del desarrollismo franquista, ha vuelto a triunfar el 26 de junio. Nadie en nombre del paraíso en la tierra quiere renunciar a las vacaciones, la segunda vivienda y la pensión de jubilación. Ha ganado, pues, la experiencia frente a la intransigencia. Ha ganado la serenidad frente a la prisa. Ha vuelto la política. No ha ganado la buena o la mala política, tampoco ha sobresalido la vieja sobre la nueva política; sencillamente, ha triunfado la política. Gracias a los resultados del domingo ha vuelto la política. Todos tendrán que reinventarse.

Se preguntarán, al menos yo me lo pregunto, ¿qué es en España la política en sí misma, tanto la buena como la mala? Pues tiendo a pensar, sin entrar en matizaciones, que la política es algo muy parecido a la sociedad con la que vive conexa; en efecto, la sociedad como civilización convive con lo no civilizado; junto a la convivencia, la coherencia y, en fin, ese tópico acerca de que el hombre es social por naturaleza, encontramos fuerzas y tendencias antisociales, transgresoras y violentas. Toda sociedad, como toda política, es la vez, al menos en cuanto pretende ser genuina sociedad, algo limitado, contradictorio, en fin, algo enfermo o siempre a punto de fracasar. O la sociedad y la política, como nos enseñara Ortega a todos los europeos en la primera mitad del siglo pasado, asumen esa limitación, en realidad, esa enfermedad o desaparecen. Pues eso, exactamente, volvió a suceder el día 26 de junio: "No es posible que haya una política buena, porque sólo cabe una política menos mala". Es la esencia de la política de las sociedades abiertas. Liberales.

Saber vivir en el fracaso de la sociedad es el estro de la política. De la democracia. Ahí reside la sustancia de la reinvención política. El resto es faramalla utopista, o sea, pensar que la política consiste en expresar íntimas convicciones y creer que es suficiente la voluntad para que se realicen los proyectos sin tener en cuenta las condiciones históricas. Contra el vacío utopismo, contra los meros deseos, reconozcamos que la política es un invento civilizador y, a veces, incivil, por eso, precisamente, lo decisivo es aspirar a una política menos mala. Lo menos malo ahora es conformar un Gobierno para España. El resto es prescindible. Y a ese resultado del 26 de junio, tendrán que plegarse todos los partidos, especialmente Ciudadanos, porque éste es un partido que surgió y se desarrolló para evitar males mayores, o sea para hacer una política menos mala.

Si Ciudadanos abandona ahora esa premisa, si ahora se pone fino y exquisito con los principios, que son magníficos para la geometría y perversos para la política, entonces no sólo correría el peligro de traicionar sus orígenes y a la mayoría de sus votantes, sino que también podría estar colaborando de modo estrepitoso a que se instalasen definitivamente, dentro de pocos meses, todo aquello que pretendió erradicar. Su ideario era claro y distinto, quería una política menos mala, pero, si ahora lo cambia por una confusa y ambigua buena política, por un nuevo buenismo, entonces tendremos que pensar que su liberalismo no estaba justificado. Se habrían engañado a ellos mismos y, de paso, sus electores se moverían en un mar de contradicciones.

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