Gabriel Rufián ha vuelto a montarla en el Congreso de los Diputados. ¡Viva este rufián! Sus aspavientos nos permiten conocer los bajos entresijos del Parlamento español. No es necesario indagar debajo de las alfombras. Todo está a la vista. La naturaleza de Rufián es idéntica a los ciento de diputados que se sientan a su lado. Aunque la prensa correcta y ruin de este país pasa por alto este detalle, todos los parlamentarios españoles están hechos de la misma pasta. Todos son hijos de una misma tradición, costumbres y leyes. Todos son herederos generosos de una democracia truncada y pervertida. Todos están dispuestos a seguir cobrando del momio del Estado. Todos son individuos poco fiables. Son políticos para bien y para mal. Cuidado con ellos y, sobre todo, cuidado con sus voceros en la prensa. Las columnas contra Rufián son patéticas. Bocaditos de monjas. Los periodistas al servicio de los rufianes de turno son estomagantes y tan melifluos como el discursito de la señora presidenta del Congreso de los Diputados.
¿Por qué sería peor Rufián que Sánchez?, ¿por qué el primero dice bobadas y el segundo acepta su apoyo para asaltar el poder?, ¿por qué estigmatizar al primero cuando el segundo se mantiene gracias a él en el poder? Creo que hay mucha hipocresía en esto de despreciar a Rufián y aplaudir al resto de los diputados. Rufián es así y los demás parlamentarios son muy parecidos a él. ¿Eso es todo? No. Hay algo peor que el comportamiento grosero y cerril de los parlamentarios. Me refiero a los analistas que distribuyen patentes de bondad y maldad, verdad y error, belleza y fealdad, entre los políticos de los diferentes grupos. Y, sobre todo, son estomagantes todos aquellos que mantienen que con Sánchez hemos alcanzado el grado cero de la democracia española. Falso. La bronca de este miércoles en el Congreso de los Diputados fue dura, pero no mucho peor que otras del pasado. Tan perversa como la bronca de este miércoles es la prohibición de la señora presidenta del Congreso de la palabra golpista. Por favor, señora Pastor, golpista es un término descriptivo, más aún, es la única manera cierta que tenemos para referirnos a políticos que están en la cárcel por haber intentado dar un golpe de Estado; rectifique su absurda decisión y deje que los parlamentarios se expresen con libertad, mientras cumplan las normas más elementales de cortesía y buena educación.
Soy pues, muy escéptico sobre el poder catártico de las prohibiciones en política. Y aún soy más remiso sobre aquellos que aplauden a los censores. Y quid?, dirán ustedes, y yo respondo: que nos tomemos la cosa con escepticismo no exagerado, sino mitigado, y sonriamos ante tanto rufián político. Acostumbrémonos a dormir sosegadamente sobre la almohada de la duda. Que no nos quite el sueño ningún rufián. O nuestro escepticismo es alegre o se convierte fácilmente en una batalladora doctrina para no creer en nada de este tinglado político. O sea, cuando vean a Sánchez hablar en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, no dejen de ver en él los peores rasgos de los socialistas que le precedieron en el gobierno de España: Rodríguez Zapatero y Felipe González. Sí, sí, fíjense bien en las maldades de esos personajes, pero, al final, regocíjense, porque no consiguieron lo que pretendían… Tampoco Sánchez cortará el hilo de sangre que le da vida a este país: la Nación española.
¿Qué tienen en común estos tres personajes? Visto con la mayor superficialidad posible, o sea, sociológicamente, lo tres son socialistas del PSOE, controlan el partido y el Gobierno y desprecian a quienes no comparten sus postulados. Son profundamente antiliberales.