La semana pasada fui a un acto cultural en Madrid. La cosa estaba organizada por un grupo editorial que aún tiene su sede principal en Barcelona. Nada más llegar a la sala me encuentro con unos cuantos conocidos, nos saludamos y me integro en la cháchara. La opinión de estas personas es parecida a la del barman que, hacía un rato, me había servido un café en el bar de la esquina: "Todo está muy mal". Un ex parlamentario de la Unión Europea, nacido en Cataluña, no le ve salida a la situación creada por un gobierno inoperante. La pasividad es la antítesis de la política, pero revestida de "legalidad", remata otro del corrillo, es cinismo institucional. Un periodista de ABC recalca que el gobierno del PP se está ganando a pulso una próxima derrota electoral. Un joven periodista parlamentario se pregunta por qué la justicia actúa ahora, y no hace tres o cuatros años, contra estos presuntos corruptos ligados a la Operación Púnica… Me alzo de hombros y me responde con convicción: porque los jueces de la Audiencia Nacional empiezan a tomar posiciones, o sea a arrastrarse, ante los nuevos amos que "llegarán pronto al poder".
No sé qué decir ante ese cúmulo de opiniones, pero tengo claro que, por encima de todo, es menester decirlas. Contarlas. Airearlas. Es lo que hago aquí. No creo que la tarea de este cronista deba ir más allá de contar lo que pasa. Sí, sí, la mayoría de los españoles empieza a sentir horror ante el fracaso de la democracia, concebida como un sencillo procedimiento de convivencia civilizada, porque una parte importante de sus políticos no cumplen con su deber. Ésta fue también la sensación que saqué de las intervenciones del acto cultural al que asistía. El asunto tratado era importante para todos los españoles. Después de la corrupción, diría que es el principal problema de España: me refiero a los secesionistas catalanes. La sala estaba llena. Entre los asistentes había de todos los colores, pero el denominador común era su defensa de la nación española. Los participantes en la mesa redonda tendrían que hablar sobre Cataluña: la regla del juego. Me pareció rebuscado y rarito este título, que inauguraba un ciclo de conferencias organizado por el grupo Bertelsmann sobre La España posible. La cosa estuvo entretenida y se dijeron cosas serias con un tono ameno, ligero y preciso. El análisis riguroso no está reñido con la amenidad. Félix de Azúa, Albert Boadella y Carmen Iglesias mantuvieron que el proceso de secesión de Cataluña está montado sobre la mentira, el engaño y el miedo. Me impresionó el comienzo de la intervención de Félix de Azúa: "La situación de Cataluña es horripilante. Todo allí es horroroso. Insoportable. Los secesionistas han perdido toda dignidad. No merecen respeto alguno". La indignidad domina a los nacionalistas.
Albert Boadella y Félix de Azúa propusieron varias soluciones para devolverle la dignidad a Cataluña, pero todas comprendían la actuación enérgica del Gobierno de España en Cataluña. Sólo la fuerza puede acabar con la mentira, el engaño y la impunidad del secesionismo catalán. La España posible sólo puede acabar con la indignidad secesionista utilizando el monopolio legítimo de la violencia. Varias veces los ponentes evocaron el poder emancipador que podría llevar a Cataluña una sencilla pareja de la Guardia Civil. Algo, dicho sea con el espíritu que respiraba la sala, a lo que tiene pánico el acomplejado Gobierno de España. El problema grave no es, pues, el secesionismo sino la renuncia del Gobierno de España al principal instrumento para acabar con él.