Andalucía sigue siendo la obsesión de los socialistas. Llevan 30 años en el poder de la Junta de Andalucía y les gustaría perpetuarse otros tantos. Por eso, el miércoles pasado, Rubalcaba regresó sobre sus pasos a la cámara de los horrores de la ideología, allí donde parece hallarse más sobrado y feliz, y ha increpado a Rajoy, en el Congreso, para que apruebe inmediatamente los Presupuestos Generales del Estado sin esperar a que se celebren las elecciones andaluzas del 25 de marzo. No se conoce en la historia de la democracia española un gobierno, incluidos todos los socialistas, que no haya tardado un mínimo de cinco o seis meses en la elaboración de unos Presupuestos, pero el PSOE desprecia ese dato. Desgraciadamente, la realidad para Rubalcaba parece un asunto ajeno a su mentalidad socialista.
Rubalcaba vincula dos asuntos diferentes, la aprobación de los Presupuestos y las Elecciones andaluzas, para generar un cierto malestar parlamentario, un engaño político y, por supuesto, para suministrar ideología que pueda ayudar a los socialistas a seguir en el poder de la Junta andaluza. Y es que el PSOE, independientemente del juicio moral que nos merezca este partido, sigue siendo una potente maquinaría ideológica que, lejos de analizar un acto parlamentario con sentido político, trata de ocultar la complejidad de unos presupuestos que han de enfrentar una de las crisis económicas más duras de este país en la historia reciente. En verdad, le importa una higa la complejidad de lo real y lo obvio. Su preocupación es ideológica.
El PSOE quizá sea el partido, entre todos los europeos, al que menos le preocupa la realidad. Ésta le resbala. No existe nada para los dirigentes socialistas sin haber pasado por su filtro ideológico. Todo es ideología para el PSOE. Engaño. Por ejemplo, con todo el descaro del mundo, se reunieron en Sevilla, la capital de la corrupción socialista y del fiasco antidemocrático, para elegir un nuevo secretario general sin importarles que esta comunidad sea el símbolo español de la corrupción socialista y de otros desmanes económicos y políticos. Lo decisivo era negar lo evidente, lo real, que Andalucía no sólo es la región peor gobernada de Europa, sino que también el experimento socialista de identificar el gobierno de la Junta de Andalucía con la sociedad andaluza toca su fin.