Asisto de modo anónimo, en la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, a la presentación de un documento para la reforma de la Constitución que ha elaborado un grupo de profesores de Derecho Constitucional y Administrativo. Escucho pacientemente y me quedo atónito. Nada de lo que allí se dice tiene que ver con lo que interesa a los españoles, salvo en un punto. Precisamente, esa excepción descalifica por entero un documento absolutamente inoportuno. Porque el don de la oportunidad en el ámbito de la ciencia es tan importante como en el de la política, descalifico todo el texto por intempestivo, descontextualizado y fuera de cualquier magna sazón. Ni al que asó la manteca, perdón por la expresión castiza, se le ocurre abrir un debate sobre la reforma constitucional, cuando acaba de darse o, al menos, intentarse un golpe de Estado contra esa Constitución.
Unos políticos nacionalistas están siendo juzgados y perseguidos por la justicia por haber dado un golpe de Estado, arruinado Cataluña y empobrecido toda España, se han largado a Bélgica y otros se libran de la cárcel por la cara, pero una institución académica les premia con una reflexión, sí, doblan su inteligencia y sus rodillas estos académicos ante los secesionistas y, de paso, acogen sus instintos criminales en una disposición adicional específica para Cataluña. Terrible. Esto no es ciencia. Esa reflexión es vulgar ideología al servicio de una causa poco digna de ser predicada en público. O esta gente carece de la más mínima sindéresis para abordar una cuestión que afecta a la nación entera o, sencillamente, apuestan por exculpar a los secesionistas de su intento de golpe de Estado.
Me sobran, pues, palabras y mil ideas para expresar mi desacuerdo absoluto a este papel que se presentó en esta Academia para arruinar su nombre. Sólo repetiré una para no molestar a las personas que lo han elaborado y sí a su iniciativa: inoportuna. Leído el papel para comentarlo no puedo decir nada mejor sobre él que reiterarme en mi primera impresión: está fuera de tiempo y al margen de un propósito limpio y democrático. Nadie debería hablar de reforma de la Constitución hasta que los rebeldes, sediciosos y malversadores de caudales públicos no paguen por sus fechorías y demuestren su arrepentimiento. Aprendamos, pues, a callar sobre reformas constitucionales hasta que los delincuentes se rediman y acepten el Pacto Ciudadano de 1978. Es lo único que tenemos para salvar a la Nación de quienes quieren matarla. En fin, solo después de que los sediciosos pasen por ese largo trabajo de duelo y reparación de daños, podría discutirse la reforma de la Constitución en relación con Cataluña.
¿Qué sacará de todo esto la prensa y el debate público? Poco. Pasarán de largo, porque estas ideas no tienen nada que ver con la realidad. O peor, todo se dirige a premiar a los golpistas de Cataluña con una disposición adicional para que su "singularidad" regional implique una superioridad política. El colmo. ¿Qué ideas son estas para reformar la Constitución que no hablan de la "recentralización" (sic) de competencias que exige el pueblo español y un sector minoritario de la casta política? Ninguna. No hay planteada ni una sola reforma concreta para mejorar el funcionamiento del Estado. Es, sobre todo, un documento contradictorio. Niega que la reforma "pueda hacerse pensando solo en Cataluña", pero le dedican la mayor parte del documento y es la única propuesta concreta que aparece en el texto: una nueva disposición adicional que establezca "un régimen singular" para esa comunidad y una "relación bilateral" con el Estado, siempre con el acuerdo del resto de comunidades y para aquellas cuestiones que no afecten al conjunto.
Un papel, pues, para olvidar, porque el rastro de su voluntad cívica ha sido arruinado por un afán de originalidad impropio de hombres de ciencia. De leyes.