Porque el estilo es expresión del asunto, digo que España es una país abierto en canal. Roto. Los socialistas y los comunistas han conseguido, en pocos meses, el triunfo final de ETA: la desaparición de España. Bildu, el partido de la ETA, que presta su apoyo al gobierno de Sánchez-Iglesias, es el símbolo de la desaparición de una nación. El terror, el socialismo y el comunismo ganan. Reconozcamos lo evidente: quienes desde el poder hablan de la unidad de España, saben que eso es solo una expresión para ocultar lo real al gentío, a las masas, que sólo buscan llenar el buche y a otra cosa, mariposa. Y, además, con la complicidad y excusa de la pandemia, nadie se mueve de su refugio. Aislados y muertos de miedo, solo nos queda la poesía, Bécquer, para lamernos las heridas: "¡Díos mío, qué solos/ se quedan los muertos!" Y si estos versos les parece poco, añadan, como me sugiere mi amigo Pedro de Tena, el verso de otra rima, que Cernuda utilizo para dar título a uno de sus libros, “Habitando en el olvido”.
Pues eso, "¡Díos mío, qué solos/ se quedan los muertos!/ Habitando en el olvido". Y, en ese contexto de ruina y desesperación, por si fuera poco, tenemos que oír los grititos de la chunga Oposición y los viejos socialistas con mala conciencia y peores hechos. Dios mío, por favor, libéranos de este coro cochambroso que ahora grita sin convicción alguna: ¡Dignidad! Por favor, Dios mío, quítame de encima a estos hipócritas. Son gentes de mala calaña. Están más cercano en su cinismo a Otegi que a la verdad. Unos y otros no vale ni como abono para el campo. ¡De qué dignidad hablan los del PP y los viejos socialistas! ¡Suena hueco que Rivera hable de dignidad! Borren de su vocabulario esa palabra. La dignidad no es una capacidad innata, sino una singular cualidad solo al alcance de seres humanos muy desarrollados. La dignidad se gana con sufrimiento. Es una conquista solo al alcance del hombre dispuesto a dar su vida por su país. O sea algo inalcanzable para ellos. En su boca el vocablo dignidad queda pervertido.
Es terrible oír los gemidos cobardes de esta gente. Cuando casi todo está perdido, salen estos majaderos a pedir dignidad. Nadie puede exigir a nadie, por cierto, lo que él no puede dar. Desconocen por completo el significado del vocablo dignidad, de hacerse dignos de un país, al que ellos han maltratado. ¿De qué dignidad hablan unos tipos infames incapaces de parar la llegada de la entente socialista-comunista-exterrorista al poder? ¿A qué dignidad se refiere un muchachote que no apoyó una moción de censura contra Sánchez-Iglesias? ¿Qué cosa será la dignidad para quienes acompañaron a Rajoy en su borrachera, mientras se desarrollaba la moción de censura de Sánchez-Iglesias y los exterroristas? ¿De qué dignidad habla un ex ministro de Cultura que le bailó las gracias a Zapatero? ¿A qué dignidad alude Guerra por firmar un papelucho que pide no eliminar el español de una parte de España, cuando eso ya quedó fijado por sentencia hace años? ¿De qué dignidad pueden hablar quienes han colaborado con perseverancia y fruición al destrozo de España? ¿A qué dignidad se refieren quienes no quisieron gobernar al margen de los nacionalistas e independentistas?
Sí, sí, hoy, el mal radical de España, no es otro que considerarse en posesión de la verdad y el bien sin asumir los costes de haber colaborado al destrozo de la nación. Aún hoy, los periodicuchos que defienden la “unidad” de España con la boca chica, prohíben hablar en sus páginas de cultura y política de libros que hablan de la cosa, es decir, de la agonía de España con sentido y significado. Esos periodicuchos ya no valen ni para dar estilo a la muerte de España; porque el estilo es algo grande, y ellos lo confunden con la “fermosura cobertura” (Marqués de Santillana), callen estos majaderos que se adornan con una palabra qué desconocen: “dignidad”. Mientras no den alguna prueba de dignidad esos periodicuchos, que prestan sus páginas a estos tratantes y comerciantes de “dignidad”, les deseo todo el mal que ellos quieren para mí: desaparezcan. En fin, querido lector, el mal, el mal radical, en España hoy es una izquierda reducida a un crédito indefinido de buenas intenciones y una derecha que envidia esa locura moral.