Andar en bici
Haría mejor en impulsar los trenes de Puente, que se les sale más la cadena que a mi BH del 76.
Mi querida Beatriz Manjón una vez fue bella, que así se titula su libro, y yo una vez fui joven, que es el único título que aún no he utilizado. Bea sigue siendo bella, pero a mi, en cambio, Dios no me bendijo con la genética de Peter Pan. Como todos los jóvenes, que dice el poema, la idea era llevarse la vida por delante, lo que por entonces se traducía en tratar de ser los mejores en todos los deportes. Está feo que lo diga, pero fui un extraordinario futbolista, nunca reconocido por los hijos de perra de mis amigos, y sin embargo, eso es todo lo que fui en el ámbito deportivo.
El tenis me deprimía por la melancolía de su silencio insolado, la pelota de vóley es increíblemente menos atractiva que las jugadoras de vóley-playa, y el baloncesto, como buen amante del fútbol, siempre me ha parecido un deporte que consiste en hacer mano a todas horas y que el árbitro haga la vista gorda; quizá lo inventó Negreira.
Probé un tiempo con el bádminton, pero eso no es un deporte, es un malabarismo; me interesé un año por el lanzamiento de bumerán logrando perder en una sola tarde más de los que podría fabricar China en un año; mi paso por el ping-pong no fue, digamos, valedor de los Juegos Olímpicos; y en cuanto a las carreras de vallas, considero que los juegos que están hechos para los caballos no deberían popularizarse entre los humanos, porque lo siguiente es empezar a mordisquear hierba a la hora del desayuno y comerse la libreta con los deberes de Matemáticas.
El béisbol es como reventar un escaparate y huir de la policía, la escalada no es apta para quienes sufrimos vértigos, la gimnasia rítmica la aparqué, porque es el típico deporte que empiezas a practicarlo y te acaban gustando los chicos, todo lo que tiene que ver con el golf me fascina excepto lo de ir a por la pelota, y en judo duré solo un mes, porque a mi ningún gilipollas me mete la zancadilla y se libra de que le sacuda un cabezazo; y no me vengas con que así no se juega.
He remado en las mejores plazas, es decir, en Sevilla, en el Retiro, en Pachá, y en la Ría de Ribadeo, donde obtuve mis mejores marcas hasta que descubrí los beneficios para la salud de la navegación a motor. El tiro con arco es un deporte maravilloso que perdió toda su emoción el día que el reglamento decidió cambiar el mamut por la diana; el rugby estaría mejor si los dentistas fueran más baratos; y nunca he podido nadar más de un par de metros sin quedarme sin oxígeno. No sé por qué se sigue practicando el salto, que es peligrosísimo, como si nadie se hubiera detenido a considerar que, en el reparto de miembros, a nosotros nos tocaron piernas, y a los caelíferos, patas capaces de almacenar energía en los tendones para liberarla de golpe en un colosal salto del que además salen ilesos.
Detesto la esgrima porque reúne todo aquello que haría vomitar a John Wayne, la halterofilia engorda, y duré poco con el cuento del monopatín, porque los de los 80 no rodaban como los de ahora, que tenías que estar todo el rato dándole a la zapatilla y te quedaba la pierna hecha un flan. El surf es de esos deportes que me fascina contemplar, pero sería incapaz de ejecutar, el taekwondo achina los ojos, y el triatlón es un timo, que todavía hoy no entiendo por qué se ha vuelto meritorio lo que es un castigo habitual en Guantánamo.
Así que, fracasado en todos ellos, y al margen del fútbol, solo tuve cierto anhelo de grandeza en el ciclismo, como la mayoría de los tipos de mi generación, que crecimos viendo a Perico y a Induráin devolviendo a España a 1592. Ahora el Gobierno quiere promocionar aún más el ciclismo urbano, que es una herramienta como otra cualquiera de control de población, y estoy tratando de despertar en mi las antiguas ganas de andar en bici, pero sin mucho éxito. Si ni siquiera los ciclistas profesionales españoles andan demasiado en bicicleta, y rara vez alcanzan la meta, por qué íbamos nosotros, con más de 40 primaveras, a entusiasmarnos con el asunto de los pedales.
Sánchez ha anunciado 40 millones para impulsar el ciclismo como medio de transporte público. Pero, bien pensado, haría mejor en impulsar los trenes de Puente, que se les sale más la cadena que a mi BH del 76. Presume el presidente del socialismo de las bicicletas, porque él tiene que llevarlo todo a la retórica Madrid-Barça, y yo no encuentro un medio de transporte más insolidario y facha.
En primer lugar, la bicicleta dispone de capacidad para transportar a una única persona, lo que significa que tiene cuatro plazas menos que un Lamborghini, 47 menos que un autobús, y 1007 menos que un tren de cercanías. En segundo lugar, es eléctrica, lo que hace que su huella de carbono ascienda como mínimo a los 18 gramos de CO2 por kilómetro, bastante más que un par de zapatillas de deporte. Y, en tercer lugar, incrementa el consumo de alimentos, otro recurso que está derritiendo cascotes glaciares a golpe de cachopos, porque nada abre más el apetito que pedalear 50 minutos antes de llegar al trabajo.
Quizá la única forma en que yo podría acceder a ir al trabajo haciendo deporte sería que alguien se pusiera de portero en la entrada de la oficina, y que el Gobierno me subvencionase una pelota de fútbol situada en el centro del portal de casa. Creo que podríamos lograrlo con uno solo de los 40 millones nuestros que Sánchez va a quemar en la pira ritual del capricho verde.
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