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Anna Grau

Lejía patriótica

La novedad y la anomalía del procés es que todo valía, y que la deslegitimación de nuestras instituciones se hacía desde las instituciones mismas.

Carles Puigdemont, con el mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero | EFE

¿Son los Mossos d’Esquadra una "policía patriótica"? ¿Existe una Deep Generalitat homologable al Deep State tantas veces denunciado por los "indepes", que han convertido a un elemento como el excomisario Villarejo a indubitable Garganta Profunda (Deep Troath) de las míticas "alcantarillas del Estado"? ¿Se fugó Puigdemont por las alcantarillas de lo mismo a la catalana?

La frontera entre lo que algunos entienden por patriotismo y lo que todos entendemos por delincuencia en democracia puede ser muy fina. Se vio con el caso GAL. Desde entonces, se ha puesto peligrosamente de moda frivolizar con los límites, la credibilidad y hasta aceptabilidad del Estado de derecho. Simplificando y generalizando, la policía es buena cuando hace lo que yo quiero, cuando no, "tortura y asesina"; se cumplen las leyes que me gustan, las que no, no; el CNI debe espiar a mis enemigos, pero nunca a mis amigos; los jueces sólo son libres de juzgar a quién a mí me da la gana; ojito con los periodistas, etc.

La verdad suele ser más delicada y más compleja. En todas las estructuras del Estado —Generalitat incluida— puede haber manzanas podridas. Acuérdense de Luis Roldán. Y de algunos hijos de Jordi Pujol. Etc. La tentación de pasarse de la raya siempre está ahí. La tentación de pensar que "los otros" siempre se pasan por principio, también. Pero meter a todo el mundo en el mismo saco es tan peligroso como no querer pasar el saco nunca por el detector de metales. O de mentiras.

Decía yo en un artículo reciente en esta casa que no todos los indepes eran unos trepas, pero que todos los trepas se hacían indepes. Permítaseme hoy ahondar un poco más en este asunto. Para empezar, no hay que confundir independentismo con procés. Ser independentista es legítimo (como lo es ser Sagitario) si respetas las reglas del juego. La novedad y la anomalía del procés es que todo valía, y que la deslegitimación de nuestras instituciones se hacía desde las instituciones mismas. Aquello nunca fue, como se dijo, una revolución de las sonrisas. Fue una revolución de la moqueta, la subvención y el coche oficial.

¿Estaba absolutamente todo el mundo de acuerdo, incluso dentro de esas estructuras institucionales? No. Había y hay policías serios, periodistas honrados, jueces justos. Simplemente lo pasaban mal, muy mal. Y a menudo tenían que mirar para otro lado cuando sus compañeros menos irreprochables hacían lo que hacían, si no querían tener muchos más problemas aún.

Algunos ejemplos prácticos: cuando yo, después de más de veinte años fuera de Cataluña, anuncié que volvía para presentarme a las elecciones al Parlament bajo las siglas de un partido constitucionalista, fui investigada por un periódico catalán, generosamente subvencionado, que llegó a llamar a antiguos empleadores míos para indagar los detalles más inverosímiles. No encontraron nada, pero buscaban de todo. Creo que no es paranoia por mi parte atribuirles una intencionalidad política.

Cuando en la primavera de 2021 me entraron a robar en casa y fui a poner una denuncia a la comisaría más cercana de los Mossos, tuve un altercado con una mossa que, al reconocerme, me trató tan mal que poco nos faltó para denunciarnos mutuamente. Evitó desgracias mayores la intervención del jefe de aquella comisaría que me llamó al despacho para pedirme perdón y explicarme los muchos dolores de cabeza que le daban agentes como ella. "Me tengo que aguantar porque no puedo hacer otra cosa y además nos faltan efectivos", llegó a confesarme.

En general mi experiencia con los Mossos ha sido buena a nivel personal. Otra cosa era ir a los cortes "indepes" de la Meridiana y ver que los agentes tenían órdenes de proteger a los revoltosos y de mantenerte a raya a ti, el mundo al revés. O pasarte meses y meses yendo a protestar por la situación del Kubo y la Ruina, dos inmuebles de Barcelona tomados por los pijokupas amigos de Colau, que los Mossos no podían desokupar ni con orden judicial porque, según el entonces conseller de Interior, era demasiado peligroso (sobre todo en vísperas de elecciones). Cuando finalmente se les permitió, realizaron un desalojo impecable. No son pocos los agentes que en casos así me han venido a saludar y, mientras en voz alta cumplían órdenes y me pedían que me retirara, por lo bajini me daban las gracias por estar ahí.

La vergüenza de que haya por lo menos tres agentes de la policía catalana, uno de ellos escolta de Quim Torra, involucrados en la tocata y fuga de Puigdemont no es nueva. Eso es así porque unos lo han permitido y tolerado, otros no lo han querido denunciar y finalmente están los que ya bastante tenían con aguantar el cotidiano bullyiing de sus compañeros "patriotas". Gracias a la ley de amnistía se va a librar el mosso que cobraba por hacer de escolta de Puigdemont. Pero que se libre no quita que aquello fuera lo que es.

Cuando Salvador Illa anunció su intención de reponer al mayor Trapero al frente de los Mossos, mucha gente en España se lo tomó a mal, porque tenían en la retina la imagen del 1 de Octubre, cuando los Mossos mandados por Trapero hicieron un ridículo comparable al del día de la fuga de Puigdemont. Y sin embargo, desde entonces ha llovido mucho. Trapero acabó purgado por los mismos que al principio le encumbraban como el Robocop catalán. Su caso es de película o de novela de Marsé: Pijoaparte de orígenes foráneos ansioso de integrarse en las élites catalanas, que al principio prospera y toca la guitarra en las paellas de Pilar Rahola en Cadaqués, hasta que un día se da un golpe en la cabeza, o comprende que le han utilizado y engañado, se paga su propia defensa en el juicio del procés, dice que estaba dispuesto a detener a Puigdemont (y probablemente no mentía cuando lo dijo, por lo mismo que no mentía cuando le tenían encandilado y subyugado), y acaba de juguete roto puesto de cara a la pared. Recuperándole, Illa abre la puerta a hacer limpieza. A abrir los bidones de lejía. Se habrán echado a temblar los mossos patrioteros y habrán respirado con alivio los normales. Los que sólo querían vivir en un país mejor o peor, pero donde todo, desde las manifestaciones y las multas a las citaciones judiciales, sean iguales para todo el mundo. Por algo se empieza. Pero no estaría de más que desde el resto de España se hiciera más casito a los sufridos catalanes no trepas de todos los gremios, estratégicos o no. Que ya vale de acordarse de Sant Jordi sólo cuanto truena o faltan votos.

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