¡Comed y despreocupaos!
Pocas veces reconoce el representante de un partido en el Congreso que una ley por la que ha batallado y que va a aprobar, les trae al fresco a los ciudadanos.
Cuando se empieza haciendo de la necesidad virtud, es fácil que se acabe haciendo de la necedad, virtuosismo. Oídos los argumentos del lado de la defensa de la amnistía, ese tránsito ya se ha hecho o está a punto de hacerse. Hay que hacer notar, a este respecto, una argumentación novedosa que apareció en el debate de investidura en boca del diputado Rufíán. El de Esquerra, al menos, no apeló a la virtud, sino a la indiferencia. Dijo que cuando se le pregunta a la mayoría de la gente si está por la amnistía, contesta: "me da igual, yo lo que quiero es comer y que no gobierne la derecha". No tiene importancia si Rufián ha leído un sondeo o ha sondeado a sus conocidos. Lo importante es que, frente a los que se oponen ruidosamente a la amnistía, introduce a unos que son indiferentes a todo lo que no sea comer —y que no gobierne la derecha—, e instala a los indiferentes como representantes del sentir general.
El diputado de Esquerra no pensó, seguramente, que esa indiferencia ante la amnistía de la que se hacía portavoz también deja mal a los defensores de la ley. Si hay tanta indiferencia, entonces, los partidos que exigían la amnistía y los partidos que la han concedido, han exigido y concedido algo que le importa un pimiento a la inmensa mayoría. Pocas veces reconoce el representante de un partido en el Congreso que una ley por la que ha batallado y que va a aprobar, les trae al fresco a los ciudadanos. Quizá haya que celebrarlo. Pero la gran cuestión que aparece ahí, y entre interrogantes, es la de la ciudadanía. Ahí y en otras ocasiones en que se ha estado apuntando a lo mismo. Incomodada por la oposición a la amnistía, la izquierda ha tomado partido por los indiferentes y los ha elevado a modélicos, bajo este razonamiento: la amnistía es el tipo de asunto del que no debe ocuparse la gente corriente, que ya tiene bastante con buscarse la vida.
De la contraposición entre los oponentes y los indiferentes pasamos a una contraposición entre dos clases de ciudadanos. Una clase, la privilegiada, es la que se enzarza en cuestiones políticas como la amnistía, básicamente para fastidiar al Gobierno de progreso. La otra, la que está en sintonía con la izquierda, se abstiene de meterse en política, ¡igual que en otros tiempos! y se ciñe a los aspectos materiales de la vida: sueldo, empleo, vivienda, sanidad, etcétera, que es lo suyo. Lejos queda este segundo tipo, que se está promoviendo ahora mismo, del ideal ciudadano clásico. Nada que esté por encima de las condiciones materiales de su vida le podría interesar. Estado de derecho, separación de poderes, independencia judicial, Constitución… todo eso quedaría a años luz de su interés e incluso de su entendimiento. ¡Y está bien, dicen desde la izquierda, que sea así! No hay duda de que, para ciertos políticos y cierta política, un ciudadano reducido a estómago resulta muy conveniente. Un ciudadano reducido a estómago siempre puede ser un estómago agradecido.
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