La democracia como estorbo
El presidente en funciones buscó al rubiales barbado para dar la réplica a un buen discurso de investidura del candidato popular: Óscar Puente.
Pedro Sánchez no soportó la humillante derrota que sufrió en el debate electoral contra Alberto Núñez Feijóo televisado por Atresmedia. No lo digerirá jamás. Empequeñeció, convertido en un amasijo de tics y monosílabos y fracasó después en unas elecciones que, sin embargo, todavía no permiten gobernar a la derecha. Erró el PP, otra vez, al dormirse literalmente en aquellos primeros laureles, siempre falsos. Pero Sánchez lo pasó fatal…
Quizá por eso el presidente en funciones buscó al rubiales barbado para dar la réplica a un buen discurso de investidura del candidato popular. Faltó el cubata, en vez del tradicional vaso de agua, para que la rajada del tronista resumiera en un horrendo cuadro la pasada legislatura. Óscar Puente, he ahí el sanchismo fuera de Sánchez.
¿La macarrada era un as en la manga, una jugada maestra, una venganza de diseño? ¿Enseñar lo peor de tu casa en vez de esconderlo, disimularlo o disculparlo es audaz? ¿Qué aplaudían los socialistas? La puesta de largo del nuevo PSOE, a juego con las bofetadas mafiosas del amigo de Pedro Sánchez Daniel Viondi al alcalde José Luis Martínez Almeida. Violencia, macarrismo, provocación…
Los periodistas críticos con el poder nunca se han librado de la presión, pero ahora también les está llegando el aviso a analistas menos expuestos al fragor diario de la prensa. Lo denuncia en Libertad Digital el economista José María Rotellar: "Si siguen así, vamos a por ellos". Amenazas, todavía veladas.
Vuelvo a reproducir aquí, porque vuelve a tener sentido, un episodio sucedido el 13 de febrero de 2008, durante una entrevista de Iñaki Gabilondo a José Luis Rodríguez Zapatero en la cadena Cuatro. Un micro indiscreto nos dejó escuchar esta conversación:
- Gabilondo: ¿Qué pinta tienen los sondeos que tenéis?
- Zapatero: Bien…
- Gabilondo: Sin problemas…
- Zapatero: Lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión
Siempre lo han necesitado. ¡Y cuántas veces lo que conviene, sencillamente, se provoca!
El discurso necesario, también para el PP
Hubo un momento en la intervención de Feijóo que acentuó hasta el colapso el bruxismo del presidente de la Liga Revolucionaria:
"Y les recuerdo que mi partido no solo es la primera fuerza en este Congreso. Tiene la mayoría absoluta en el Senado. Gobierna en 12 Comunidades y en las dos Ciudades Autónomas, es decir, en más de dos terceras partes de la población española. Cuenta con la Presidencia de la FEMP, y gobierna en más de 3.200 municipios, entre ellos 30 de las 50 capitales de provincia y 27 diputaciones provinciales. No menciono estas cifras para vanagloriarme de nada, sino para formular una simple pregunta: ¿Puede nadie aspirar a gobernar España desconociendo y dando la espalda al partido que sostiene toda esta presencia territorial?".
Demoledor, desde luego. Pero ni siquiera es eso lo más importante. Lo esencial es que un líder político conecte con su base social —como parece haber sucedido— y que detrás —y esto sigue pendiente— vaya el partido entero, sin ridículas notas marginales o minutos de gloria estéril (Extremadura, Murcia, Pons, Sémper). La legitimidad interna y ese vasto poder administrativo del que presumió Feijóo no lo tiene ni lo tendrá Sánchez Puente Viondi.
El discurso de Feijóo fue, pues, útil aunque no le valiera la proclamación. Sentó bases que estaban debilitadas en el partido, retrató con la crudeza necesaria a todos los socios de Sánchez pese a haber cumplido la ronda de contactos con ellos y mostró el tráiler de lo que nos espera con la autodeterminación y la amnistía, dos balazos mucho más sonoros que los de Tejero.
La sesión de investidura terminó invitándonos amablemente a un aperitivo de lo que puede ser el Congreso de los Diputados en la próxima legislatura: ¿Se confunde el diputado del PP Casero al votar? Se aprueba la reforma laboral del PSOE ¿Se equivoca ahora un diputado de Junts y vota a favor de Feijóo? Voto nulo. Hay que ir acostumbrándose. Violencia, amenazas, trampas…
Lo que el rey me ha pedido
Una de las frases más repetidas de la Transición junto al famoso y profanado "De la Ley a la Ley" es la pronunciada, también por Torcuato Fernández Miranda, cuando la prensa le preguntó por el resultado de la terna final de candidatos que optaría, tras varias eliminaciones por deliberación de los consejeros del Reino, a la presidencia del Gobierno después de la necesaria dimisión de Carlos Arias Navarro:
"Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido".
Descartada la obviedad de que simplemente obedecía la orden de obtener la citada terna, el mensaje de Torcuato significaba que la operación había sido un éxito y que Adolfo Suárez, el elegido, estaba dentro junto a Federico Silva Muñoz y Gregorio López Bravo. Ya sólo tenía que designarlo el Rey. El guion se cumplía. Lo cuentan muy bien Luis Herrero y Abel Hernández y hay un libro que lleva por título la frase de Torcuato —Lo que el Rey me ha pedido— y que está escrito por su hija Pilar y su sobrino Alfonso. No dejan demasiado bien a Adolfo Suárez —la lista de decepciones y abandonos en torno al rey Juan Carlos es extensa y cruzada— pero sí levanta acta autorizada de aquel momento trascendental de nuestra Historia.
Alberto Núñez Feijóo no necesitaba ni le correspondía ir tan lejos pero se empeñó, por celo institucional y patriótico, en cumplir con esmero lo que el Rey, en este caso Felipe VI, le había pedido: el imposible de su investidura. "Ha merecido la pena", dijo el candidato tras malograrse en el Congreso su proclamación como presidente del Gobierno. Y seguramente sea cierto y pronto podamos comprobarlo.
A cambio, el Rey tendrá que soportar lo que Sánchez le tiene preparado: la cancelación —tan de moda— de la democracia tal y como llegó después de cuarenta años de dictadura, el proceso inverso y perverso a esa voltereta magistral por la que el franquismo, en noviembre de 1976, pulsó el botón de su extinción política en la última de sus Leyes Fundamentales, la Octava, la Ley para la Reforma Política, la que voló su nave por los aires derogando todo lo anterior para que llegara la democracia sin revolución. Reforma en vez de ruptura.
Ese es el inconmensurable esfuerzo (casi) colectivo que se llevará por delante el guardaespaldas de sí mismo, Pedro Sánchez, con aires ya descaradamente frentepopulistas hasta en lo estético. Anotemos al margen, aunque fueran otros tiempos, que el PSOE de la Transición, el de Felipe González, rechazaba el reformismo de aquella Ley y lo hizo saber, cinco días después de su aprobación, en la Comisión política del Parlamento Europeo a través de una solicitud de apoyo al PSOE que, por supuesto, fue rechazada.
Los pecados de la Transición, que los hubo, debieron expiarlos los políticos que la heredaron. Del PSOE y del PP. Los más graves fueron esos que erigieron a los nacionalismos catalán y vasco en fuerzas políticas sobredimensionadas y, por tanto, capaces de condicionar al gobierno de la nación. Hoy no es que sean determinantes, es que son el gobierno revolucionario.
Si estos pirómanos vuelven a hacer presidente a Pedro Sánchez la legislatura debe ser corta o añadiremos demasiados daños a la lista de males irreversibles que ya hacen de España un país peor. En Barcelona, el 8 de octubre, hay que demostrar que la sociedad democrática no pasa por ahí. Y después de Barcelona donde sea necesario.
De momento, debería aplicarse con rigor esa Ley de Bienestar Animal para que no anden sueltos, a su suerte y nuestra desgracia, determinados ejemplares. Las leyes para las personas ya no les sirven. La democracia les estorba.
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