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José Manuel Puertas

Se rompió la goma

Más de dos décadas llevaba España sin perderse unos cuartos de final. Un balance descomunal que, acabado, requiere agradecimiento y reflexión.

Decepción española tras la eliminación ante Canadá | FEB

Es muy difícil digerir una derrota temprana, muy especialmente cuando no estás acostumbrado a ella. Realmente el dato es impresionante, pues si uno recuerda que España no faltaba a unos cuartos de final de cualquier competición internacional desde los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, solo puede sentir admiración por un nivel descollante sostenido de forma consistente durante casi un cuarto de siglo. Nadie en el mundo puede decir esto, Estados Unidos aparte. En los veinte torneos que siguieron a aquella infausta cita olímpica, España ha acumulado, entre Eurobasket, Copas del Mundo y Juegos, seis medallas de oro, cuatro de plata y otras cuatro de bronce, más un cuarto puesto y cinco eliminaciones en cuartos de final.

Esta vez ha tocado cruz, porque la cruda realidad nos ha llevado por delante. Que España ya no es superelite por talento era algo de lo que debíamos ser conscientes desde hace un tiempo. La mejor generación de nuestra historia se apagó y, esperando la madurez de lo que viene empujando desde atrás, que pinta realmente bien pero deberá confirmar su potencial cuando llegue el momento, este periodo de entreguerras difícilmente ha podido ser más satisfactorio. Si la Copa del Mundo de 2019 ya nos dejó boquiabiertos, el Eurobasket del verano pasado fue la constatación del carácter competitivo atroz del jugador español y la riqueza táctica inusual de los equipos nacionales. Dos títulos totalmente contranatura, a todas luces inesperados, alterando cualquier pronóstico y ‘power ranking’ que se preciase. España estiró la goma hasta el extremo, empeñada en negar lo evidente, alcanzando dos oros que ahora adquieren un poso aún mayor cuando los hechos te atropellan.

La derrota frente a Canadá en la Copa del Mundo deja a la selección fuera de los ocho mejores del torneo. Y lógicamente la sensación tiene que ser de desazón por lo que tiene que ser calificado como un fiasco por un equipo al que solo su autoexigencia le ha llevado a la excelencia durante más de dos décadas. Sin embargo, a este que suscribe no le sale eso del fracaso. Primero, por haber sido testigo de que los de Scariolo se entregaron hasta el final, derramaron hasta su última gota de esfuerzo para poner contra las cuerdas a la que, objetivamente, es la mejor selección canadiense de la historia. Los de la hoja de arce, entrenados por Jordi Fernández y liderados por ese fenómeno llamado Shai Gilgeous-Alexander (miembro del quinteto ideal de la última temporada NBA junto a Luka Doncic, Giannis Antetokounmpo, Jayson Tatum y Joel Embiid, echen ustedes cuentas de lo que eso supone), cuentan con hasta 7 jugadores de la mejor liga del mundo en su plantel. España, a estas horas del 3 de septiembre, solo tiene a uno: Santi Aldama. Que el nivel físico de los canadienses sea casi inalcanzable para España es algo con lo que podemos contar. Que su talento también sea notablemente superior es algo que nos duele más, pero que es tan cierto como el que el agua moja y la pelota naranja, bota.

Quizá por ello no debería sorprender la derrota ante Canadá, que ya había ganado a los de Scariolo en Granada en la preparación. Era un partido de máxima dificultad y en el que España, con los pies en la tierra, no podía ser favorita en ningún caso. Solo las trampas tácticas y la experiencia competitiva igualaban las fuerzas, pero si se iba al campo abierto y a la refriega por el talento, Canadá era muy superior. España estuvo a punto de volver a hacerlo: se plantó en el último cuarto doce arriba (73-61) tras unos minutos maravillosos en el tercer periodo, pero se volvió a producir un calco del partido ante Letonia (esa derrota sí debió evitarse) y el 12-27 de los canadienses se quedó a un paso del 11-27 que el entusiasta equipo báltico había endosado al español en el epílogo solo dos días antes. Fue con la derrota ante Letonia (y la posterior de Canadá ante Brasil) cuando España se quedó sin red, y ahora lo paga.

Hay cosas positivas con las que quedarse, claro. Es ilusionante ver crecer a Juan Núñez, Santi Aldama y Usman Garuba, que serán pilares indiscutibles de la selección durante una década al menos. Con sus más y sus menos durante el torneo (Garuba ha sido el más consistente de los tres) empiezan a enseñar el camino de la nueva generación. Y gusta ver que España siempre compite, que es casi una quimera pensar en que alguien pueda sacarla de la pista (se cuentan con los dedos de una mano los partidos en los que eso pasó en el siglo XXI), con el compromiso voraz de sus veteranos, con Rudy Fernández y Víctor Claver como los mejores exponentes en esta cita asiática. También hay algún pero: apenó ver que Sergio Scariolo no confió, ni ante Letonia ni frente a Canadá, en la capacidad ofensiva de la selección. Se jugó la fase decisiva de ambos partidos con dos quintetos claramente defensivos. Parecía que el de Brescia pensaba que la única forma de cerrar los encuentros de alta tensión y exigencia era colapsando el aro propio y no pensando en anotar en el contrario. Quizá no le faltaba razón, pero lo cierto es que el plan se volvió en contra y fue a España a quien se le apagaron las luces. Pudo ser un tirón de orejas para los Hernangómez, especialmente para un Juancho llamado a priori cosas importantes en esta Copa del Mundo y que no se debe ocultar que ha ido claramente de más a menos con el paso de los días, justamente al contrario que en el pasado Eurobasket.

El futuro parece ilusionante, como marcan las exitosas generaciones que este verano han vuelto a triunfar, y en las que vuelve a haber capacidades físicas y talento como para que, si evolucionan bien, España pueda ascender uno o dos escalones en su competitividad. Pero ahora toca el valle, con la incertidumbre de si se participará o no en los Juegos Olímpicos de París (suena muy fuerte escribirlo, pero es así) al estar obligados a pasar por el siempre complicado preolímpico, que hará que el próximo verano sea larguísimo y pondrá especialmente en cuestión la participación de los veteranos. Toca agradecer dos décadas irrepetibles, pero también reflexionar sobre la mejor tecla a tocar para el futuro. La goma de la mejor generación del baloncesto español se ha roto definitivamente (mucho más tarde de lo que muchos, yo el primero, auguramos). Llega el momento de la reconstrucción.

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