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Cristina Losada

Ahí no fue Sánchez el audaz

No fue audaz Sánchez en el episodio maldito de la ley del "sí es sí" y es raro que si es audaz, como se dice, aquí no lo fuera nada.

La ministra de Igualdad, Irene Montero (d) conversa con el diputado de Vox, Ignacio Gil (i) y el ministro de Presidencia, Félix Bolaños (c) durante el pleno del Congreso celebrado por la reforma de la ley del solo sí es sí | EFE

Si hay que elegir, y siempre hay que elegir, cuál de las actuaciones del Gobierno le ha resultado más perjudicial, yo escogería entre la ley de Vivienda, por su inefable efecto de inquietar a los propietarios de un país de propietarios, y la ley del "sólo sí es sí", porque reunió de un modo fatal todas modalidades del desastre que pueden concurrir en un acto político y legislativo. La que iba a ser maravilla de las maravillas feministas se reveló como funesto bodrio de una manera incontestable, y por ello me inclinaría por esta ley como la que ha asestado el mayor golpe a la credibilidad y al prestigio del Gobierno, y no ya entre aquellos que no le concedieron ni lo uno ni lo otro desde el principio, sino entre todos los demás.

Llevamos tiempo siendo testigos de las secuelas que ha tenido y que seguirá teniendo la ley aquella, porque no hay vuelta atrás en las rebajas de pena que trajo como consecuencia. Sobre estos efectos perversos ya no hay discusión y el Supremo acaba de ratificar que no existe otra interpretación conforme. Pero no estamos sólo ante un estropicio legislativo. La gestión política del estropicio fue tanto o más catastrófica. Lo que ha sentenciado al Gobierno, en este episodio, es todo lo que no hizo cuando empezó a emerger, como punta del iceberg, la enormidad de sus efectos y todo lo que dijo para eludir y negar aquella incómoda realidad.

Incompetencia, contumacia, indiferencia ante los efectos perniciosos, negativa a rectificar y, después, rectificación forzosa, todo esto lo fueron mostrando el Gobierno y su presidente, siempre con juego de artimañas, echando balones fuera y, ya al final, sin una petición de disculpas que pudiera tomarse como abierta y sincera. Las autoras del artefacto no pasaron siquiera a la fase de rectificar. Los culpables eran los jueces, machistas inveterados. De ninguna manera iban a asumir responsabilidad alguna por los daños causados ni por la incompetencia demostrada. Pero tampoco nadie, y menos que nadie quien podía hacerlo, se lo exigió.

No fue audaz Sánchez en este episodio maldito y es raro que si es audaz, como se dice, aquí no lo fuera nada. Tuvo entonces la ocasión y el pretexto para romper con Podemos y dar un vuelco a la situación y a los pronósticos. Pudo pedir la renuncia a las dos ministras que más han hecho, y eso que hay competencia, para desprestigiar a su Gobierno. O cesarlas, más audaz aún. Pero en lugar de audaz, estuvo medroso y no se atrevió. No hubo giro de guión, "genialidad", nada. Sólo temor. Cuando hacía falta arriesgar, no arriesgó. En realidad, no había que tener audacia. Únicamente había que hacer algo que en un gobernante democrático es norma y es normal, pero impensable, como se vio, en el pretendidamente audaz.

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