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Javier Arias Borque

Ataques de falsa bandera y refugiados fingidos: la trampa de Rusia para poder invadir Ucrania

Ha entrado en escena el Hollywood ruso. La maquinaria de propaganda diseñada por el Kremlin para crear la narrativa adecuada que le permita entrar militarmente, como mínimo, en el Donbás.

La escalada de tensión entre Rusia, Ucrania y la OTAN está llegando a su punto álgido. Una situación que viene propulsada no sólo por los seis últimos meses de roces diplomáticos y de movimientos de tropas a lo largo del perímetro fronterizo ruso-ucraniano, sino por el supuesto aumento vertiginoso de las hostilidades que en los últimos días está teniendo lugar en los dos oblast o regiones ucranianas que controlan los prorrusos: Donetsk y Lugansk.

Ataques salvajes a guarderías que quedan prácticamente destrozadas pero en las que gracias a Dios no hay ninguna víctima mortal; bombardeos con artillería contra infraestructuras como estaciones eléctricas o de bombeo de agua sin víctimas y con periodistas rusos situados en el sitio preciso en el momento adecuado para grabarlo todo con sus cámaras; o la explosión sin víctimas de un coche-bomba en las cercanías de la sede del Gobierno prorruso de Donetsk.

Millares de ucranianos de ascendencia rusa huyendo despavoridos en autobuses y coches a la frontera por los supuestos ataques indiscriminados del Ejército ucraniano, y que son recibidos con los brazos abiertos por los soldados fronterizos rusos ante un aluvión de cámaras de televisión y fotógrafos. Un éxodo que obedece a un llamamiento a la huida de la población civil por los líderes rebeldes prorrusos.

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Y, por su fuera poco, al menos tres explosiones provocadas supuestamente por artillería ucraniana caída en suelo ruso, exactamente, en la región fronteriza de Rostov. El Gobierno de Kiev niega rotundamente que esté detrás de todos estos hechos. El Kremlin no duda en apuntar al Ejecutivo ucraniano y le acusa de estar iniciando una masacre contra la población de ascendencia rusa de las dos provincias rebeldes.

Se trata, ni más ni menos, que de la entrada en escena del Hollywood ruso. La maquinaria de propaganda diseñada por el Kremlin para crear la narrativa adecuada que le permita entrar militarmente, como mínimo, en el Donbás, nombre con el que se conoce al territorio que conforman las dos provincias bajo control rebelde prorruso desde 2014 y que cuentan con el apoyo directo del Gobierno de Moscú. No es descartable que la invasión pueda ser mayor.

Son ataques de falsa bandera. Es decir, aquellos que son cometidos por gobiernos o grupos organizados con el objetivo de que la opinión pública crea que han sido cometidos por otros y así poder manipularla, hacerla cambiar de visión y crear un clima propicio para sus intereses. Sobre ellos avisó a principios de la pasada semana la inteligencia estadounidense y británica y poco han tardado en hacerse realidad.

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Eso sí, la maquinaria rusa ha dejado algunas pistas más que considerables de la operación. Un ejemplo claro son los vídeos realizados por los líderes prorrusos del Donbás llamando a los ciudadanos de sus territorios a cruzar la frontera fingiendo ser refugiados. Y es que los mismos fueron grabados dos días antes de que comenzasen las escaramuzas militares de falsa bandera en esos territorios ucranianos bajo control rebelde.

El engaño ha sido hecho público por Bellingcat, un organismo dedicado a la verificación de hechos a través de inteligencia con fuentes abiertas, y que ha trabajado en otros hechos como el derribo del vuelo 17 de Malaysia Airlines por los prorrusos en Ucrania, el envenenamiento del ex espía ruso Serguey Skripal con un agente nervioso en Reino Unido, el uso de armas químicas en Siria o la masacre de El Junquito en Venezuela. Los metadatos de los vídeos de los líderes prorrusos indican que fueron grabados el 16 de febrero, cuando los supuestos ataques ucranianos no se iniciaron hasta el 18 de febrero.

Toda una escenificación dispuesta para crear el caldo de cultivo necesario para que Rusia se vea legitimada para invadir militarmente zonas de Ucrania. Es más, no solo para influir a la sociedad rusa, que no necesita mucho para seguir a pies juntillas a Vladimir Putin, sino también a buena parte de la izquierda occidental, que sigue viendo en la actual Rusia su viejo amor por la Unión Soviética y que podría no tardar demasiado en exigir a gritos esa intervención rusa en Ucrania con fines humanitarios.

Los ataques de falsa bandera, un recurso histórico

Los ataques de falsa bandera no son algo nuevo. Es un recurso que se ha empleado en ocasiones anteriores. De hecho, el ex agente del KGB que manda ahora en el Klemlin utilizó este tipo de actos nada más llegar al poder en Rusia. Sus servicios de inteligencia diseñaron y ejecutaron varios atentados terroristas para cambiar la opinión pública rusa y hacerla favorable a una intervención militar en Chechenia.

Tampoco son una invención rusa, sino que se ha hecho en bastantes ocasiones a lo largo de la historia. Adolf Hitler y sus lugartenientes se diseñaron un falso atentado polaco contra una estación de radio alemana ubicada junto a la frontera, en el que fallecieron nueve alemanes, para justificar la invasión de Polonia en 1939, un hecho que terminaría desencadenando la Segunda Guerra Mundial.

Unos años antes, en 1931, los militares japoneses dinamitaron parte de una vía de ferrocarril propia en Manchuria, lo que se conoció como el incidente Mukden, para justificar la invasión japonesa de toda Manchuria. También los suecos prepararon un falso ataque en la localidad fronteriza de Puumala -en ese momento Finlandia estaba bajo control sueco-, vestidos con uniformes rusos falsos, para provocar la guerra sueco-rusa de 1788, por ejemplo.

Incluso España sufrió algo parecido a un ataque de falsa bandera. Estados Unidos hundió de forma intencionada en 1898 el Maine, un buque estadounidense que se encontraba en el puerto de La Habana. El Gobierno de Washington declaró entonces una guerra a España que terminaría dando como resultado la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, que pasaron a estar bajo tutela norteamericana.

La denominación de ‘falsa bandera’ viene heredada de la vieja táctica que utilizaban piratas y corsarios en la mar de cambiar la bandera de sus embarcaciones para confundir a otros barcos con los que se encontraban en sus rutas, de modo que pudieran acercarse a los mismos sin que el otro supiera que iba a ser atacado, facilitando el ataque por sorpresa e impidiendo que el barco atacado pudiese emprender la huida.

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