Resistir y que rueden dos cabezas
Genial, maestros. Nadie antes había alcanzado tan altas cotas de estupidez. Nadie antes había provocado una crisis similar en un partido político.
Como era de prever, tras el abuso y, con la incompetencia de los chiquilicuatres convertida ya en mafia, llegó el acuso. Ella, Isabel Díaz Ayuso, sobrepasó a todos los mediocres pidiendo a los ciudadanos que les confiaran su voto en las últimas elecciones, las de Castilla y León. Abrazos, elogios, agendas apretadas, fotos de grupo, la presidenta talismán, a tope con el PP. ¿Una corrupta haciendo el último favor antes de ser señalada?
Los inútiles que estorban a cualquier candidato llevaban el puñal en la mano que no sujeta el móvil del selfi. Hace tiempo que habían previsto matar si la heroína no se sometía dejando el partido en manos ajenas. Y llegó el día porque, al final, ni con ella consiguieron votos suficientes como para sacar la lengua a Vox, que aprieta y aprieta. Teodoro García Egea y Pablo Casado ponen entonces en marcha la máquina de picar carne y deciden llevarse por delante a una mujer que, tras muchos años de vagancia, corrupción y estulticia genovesa, ha conquistado al más amplio espectro del centro derecha, desde la izquierda de Ciudadanos a la derecha de Vox. Genial, maestros. Nadie antes había alcanzado tan altas cotas de estupidez. Nadie antes había provocado una crisis similar en un partido político. No hay precedentes.
El presidente y el secretario general —les gusta llamarse así, por el cargo, como si no se lo creyeran del todo—, asistidos por lo peor de la clase, los más inservibles, han perpetrado el golpe fatal, no contra Ayuso sino contra el Partido Popular. ¿Para esto quería ser alternativa Pablo Casado? ¿Por estos se apartó de la carrera Dolores de Cospedal? ¿Es este ramillete de nardos lo que quedaba cuando huyó Mariano Rajoy?
El común de los mortales, sea de izquierdas o de derechas, madrileño o gallego, español o filipino, no alcanza a comprender las razones que llevan a la actual cúpula del PP a suicidarse, hecho que empieza a precipitarse con la defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo y acaba en la persecución a Isabel Díaz Ayuso. La mediocridad, la limitación intelectual… explican buena parte de lo que sabemos que pasa y todo lo que desconocemos.
Partiendo de esa sencilla premisa, las pocas cosas que están claras, desde luego, lo están sin matices:
No existían pruebas contra Isabel Díaz Ayuso pero sí la voluntad de encontrarlas, de indagar en su vida y su entorno hasta dar con un talón de Aquiles o hacerlo creer. Es evidente que desde dentro del partido se han dedicado recursos económicos, técnicos y humanos a ese menester. Falta por conocer cuán próximos eran los círculos amenazantes, si se limitaban a la calle Génova 13 o saltaron hasta la sede de Sol y desde cuándo llevaban operando contra ella.
En política suele existir una despensa de trapos sucios, naturales y de diseño, que se guardan para las grandes ocasiones. Muchas veces, la promiscuidad entre poderes ha surtido abundante material sensible en forma de grabaciones aleatorias, desechos de sumarios que tocan a terceros no investigados, antiguas consultas autorizadas a bases de datos, etc. Al aflorarlas la pestilencia puede delatar más al que ataca que al atacado como parece que está sucediendo ahora.
Tal y como informa Beatriz García en Libre Mercado, la bisoñez mafiosilla deja además, muchos ridículos al descubierto como lo es presumir de disponer de datos fiscales personales, o sea, de estar tan desesperado por encontrar algo contra alguien que no se duda en emplear métodos, en el mejor de los casos, irregulares.
Las pruebas que han aparecido —después del escándalo porque antes sólo eran titulares de prensa— dejan a Pablo Casado en el peor lugar posible: como un mentiroso o como un pelele manejado por su secretario general, cerebro espongiforme de toda esta chapuza. En todo caso, hemos pasado de una comisión de 286.000 euros a un pago de 55.850 por la realización de un servicio. Dos cantidades y por dos conceptos que no tienen nada que ver. Pero sobre todo, es que estas no eran las pruebas que esgrimía Casado.
Otro aspecto que a estas alturas debería estar fuera de toda duda es que Teodoro García Egea no puede seguir siendo secretario general del PP ni un minuto más. El "doctor ingeniero" quizá crea que puede ser como aquel otro ingeniero que era "general secretario", pero en el partido, en la prensa y entre los políticos, la fama del murciano dista mucho de acercarse a la del asturiano. La operación contra Díaz Ayuso, el máximo valor electoral del partido contra la que no pesa procedimiento judicial alguno, es inexplicable y debe costarle el puesto al peor secretario general que haya tenido el PP. Es un mensaje que necesitan los castigados votantes de PP.
Una de las últimas conclusiones es que Alberto Núñez Feijóo es, hoy por hoy, el único político con la capacidad de aunar tendencias, si es que quedan y no son sólo jirones. No, no creo que el barón gallego sea una solución sencilla, pero sí parece que sería el más indicado para pilotar el destino inmediato del partido hasta que recupere el equilibrio.
No es lo mismo la refundación de Aznar tras Fraga que recomponer esa unión saltada ahora en mil pedazos. No es, de ninguna manera, un simple proceso inverso porque lo que sucedía antaño en el centro derecha fue el fruto lógico de la Transición, del Big Bang que supuso la UCD, un partido creado para gobernar y que fue el inequívoco origen. La crisis del partido de Suárez fue más bien una fecha de caducidad casi programada que no estuvo exenta, eso sí, de egos, ambiciones y profundas puñaladas. Pero su agonía y muerte parecían parte de un guion en el que la UCD debía verter su magma en la vasija de Fraga, originando una Alianza Popular de azules, liberales, conservadores, democristianos y socialdemócratas. Fue una concentración con muchísimos matices y formas: federación de partidos, coalición, unión… tantas veces imposible. Hasta la llegada de Aznar.
Lo que esta semana han volado por los aires los dos aprendices y sus cuates no volverá a cobrar ninguna de sus formas conocidas. Quizá por eso, un gallego como Núñez Feijóo podría ser el punto de inflexión, una parada y fonda desde donde decidir qué forma ha de tener el partido de los 11 millones de votantes que yace en un vertedero de ambiciones y juventud sin cualificar.
Isabel debe resistir. Han salido a la luz muchas pruebas, pero se han vuelto contra los instigadores de la operación. De los dos no debería quedar nadie aunque el proceso lógico sería la destitución del secretario general, Teodoro García Egea, y, acto seguido, que Pablo Casado presentara la dimisión y facilitara que los mecanismos administrativos del partido se pongan en funcionamiento para afrontar una reconstrucción total. Así aprovechan y se van limpios a la nueva sede.
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