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Pedro de Tena

El acojono, fase necesaria del totalitarismo

El totalitarismo es perfecto cuando ni siquiera se comprende que ya está entre nosotros porque se ha convertido en espectáculo cotidiano.

Nos están acojonando. Esto está fuera de duda. Desde el pasmo ante la ignorancia del origen de la pandemia y su infame gestión al reconocimiento inquietante de que no hay nadie a los mandos de la civilización nacida en Europa, el miedo se adueña de nosotros. Si a ello le suman otros elementos que ahora veremos, coincidirán en que hay razones para estar acojonados, no ya por la covid, la factura de la luz o la inflación, sino porque nos estamos dando cuenta de que los que dirigen formalmente el cotarro o no saben lo que hacen o lo saben muy bien y nos están construyendo un ambiente intratotalitario. Ya sentimos el miedo a la libertad pero todavía no hay vacunas ni antígenos.

El inquieto libertario no anticapitalista Michel Onfray ha distinguido hasta siete fases en el camino hacia la nueva dictadura totalitaria. Parte de Georges Orwell, pero podría haberse inspirado en Hannah Arendt y su doctrina del populacho. Alterando lógicamente el orden de su exposición, digamos que el filósofo francés detecta que está ocurriendo lo siguiente en el mundo occidental:

- Se está empobreciendo el lenguaje imponiendo qué es o no correcto, subrayando palabras mágicas que deben repetirse o palabras prohibidas indecibles, alterando su sentido común y convirtiendo los conceptos en eslóganes.

- Se está liquidando la verdad, que es algo real en los hechos, sumiéndola en la sucesión de perspectivas relativas donde la esencia no se distingue de los accidentes y donde se tapa lo ocurrido con la manta de lo que interesa que sucediera.

- Por ello, la Historia debe ser suprimida como investigación de la verdad y ser reemplazada por una leyenda oficial que se hace obligatoria bajo amenazas legales variadas.

- Es más, es la Naturaleza de las cosas la que debe ser negada, uno no es lo que es, hombre, mujer, español, europeo, sino que puede destruirse lo que se ha sido para ser otra cosa sin más. Todas, todos y todes. La vida en sí puede y debe manipularse.

- Como no todo el mundo concuerda en lo anterior, es preciso propagar el odio para hacer ver el peligro de la amenaza latente o manifiesta que se dirige al disidente, al oponente, al adversario. Sólo hay enemigos y deben ser detectados y perseguidos.

- No se limita a un solo país o nación, sino que se trata de dar paso a un imperio universal en el que el Occidente democrático y tolerante haya desaparecido. Sólo Occidente y la libertad, autores de todos los males, deben ser disueltos en una "nueva" humanidad que sólo algunos divisan en sus mentes privilegiadas.

- Ese es el fin, la extinción de la libertad individual nacida en la cultura clásica y cristiana bajo miríadas de leyes, normas, impuestos, controles sociales, mediáticos y la nueva Inquisición ideológica. De ciudadanos libres a paganinis de impuestos, esto es, siervos, chusma, populacho.

Para lograr todo esto, es preciso un catalizador y éste es el acojonamiento general, la fase necesaria del temor que promueven la desinformación, la desvalorización de la propia persona atomizada, la anestesia moral, el sentirse continuamente en crisis, la abjuración del mérito, de la ejemplaridad y del honor como brújulas de la excelencia social y política y de la verdad como elemento esencial de convivencia. El totalitarismo es perfecto cuando ni siquiera se comprende que ya está entre nosotros porque se ha convertido en espectáculo cotidiano.

Lo tragamos todo, lo aceptamos todo, lo consentimos todo, lo pagamos todo. En estas Navidades sucedáneas, me he sentido, por fin, acojonado. Me parece que se muere todo, incluso el universo. Debo estar en el buen camino.

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