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Federico Jiménez Losantos

La Agenda 2030, en las elecciones francesas de 2022

En 2022 Francia va a votar el más ambicioso de los puntos de la Agenda 2030: el de la felicidad de acabar con la propiedad.

Recorte de https://s.libertaddigital.com/2020/12/17/macron-sanchez151220.jpg | EFE

"En 2030 no tendrás nada y serás feliz" decía la recomendación más apabullante del Foro de Davos y su criatura totalitaria, la Agenda 2030, que en España está en manos de Enrique Santiago, secretario general del PCE y representante en La Habana de las FARC. Sí, esa banda narcoterrorista que ha perpetrado, entre otras fechorías, el secuestro, violación, aborto forzado y asesinato de miles de niñas colombianas. No pregunten por ellas en el Ministerio de Igualdad, el Instituto de la Mujer, ni en las concejalías de género. Ni siquiera a Cristina Pedroche, que, en su anual desnudo, esta vez vestido de libélula -que no deja de ser un gusano con ínfulas- nos atizó la habitual monserga victimista y LGTBI+ de todas las millonarias rojas.

En rigor, a las que viven de exhibir el sexo como ideología o como mercancía, que los comunistas violen niñas por millares les importa tanto como que los islamistas prohíban la enseñanza a las mujeres afganas, o sea, nada. El velo que, como un saco de arpillera, las oculta del mundo es como el que se ponían durante el franquismo las españolas en misa, dirán Irene Montero y Begoña Pérez, dos cursis que estas Pascuas habrán tenido que despedir criadas y contratar criados para servir la mesa en rigurosa paridad. Pero la cursilería ternurista del moderno totalitarismo no debe ocultarnos el fondo de estos movimientos ideológicos que en 2022 irán a las urnas en el país político por excelencia, Francia, y con la herencia como tema central.

Contra la propiedad a través de la herencia

Olivier Babeau acaba de denunciar en un gran artículo en Le Figaro un informe del CAE -Consejo de Análisis Económico-, que, hasta mayo, está en manos de Macron. En síntesis, se trata de gravar la herencia hasta hacerla desaparecer en una generación. Babeu lo achaca al "bourdieuisme", es decir, a las ideas de Pierre Bourdieu, defensor del marxismo-leninismo más salvaje con la típica facundia del academicismo en Francia, donde el comunismo es "La Révolution", tanto la de Robespierre como la de Lenin.

Este ataque a la propiedad pretende luchar contra las desigualdades, y hacerlo dejando en manos del Estado todas las propiedades de todos los franceses para que Él las administre. Y en vez de combatir esta idea, se la apropia el centro de reflexión de Macron, el hombre de la Banca Rohstchild en el Partido Socialista de Hollande y Mitterrand, que salió del Gobierno por la izquierda para volver a entrar en el Elíseo por el centro de la derecha.

El artículo de Babeau termina resumiendo cómo afrontan el impuesto sobre la herencia las tendencias políticas en estas vísperas electorales: "la izquierda quiere subirlo; la derecha, bajarlo, y el centro… no dice nada." Esto último, sin duda, es lo más grave de todo, porque demuestra hasta qué punto se ha inclinado a la izquierda la balanza del debate político francés. Sólo eso explica que, en 2022, Francia vaya a votar el más ambicioso de los puntos de la Agenda 2030: el de la felicidad de acabar con la propiedad.

El debate que se ganó en España

En España, por suerte, este debate se dio hace años y lo ganaron los liberales, empezando por el Madrid de Esperanza Aguirre, que suprimió los impuestos de herencias y donaciones con el subterfugio de bonificarlos al 99%. Su sucesor, Ignacio González, resistió heroicamente la campaña de Cristóbal Montoro, el vampiro de Rajoy, para devolver a la Comunidad al redil de los confiscadores de herencias. Contó con el apoyo de Ciudadanos, entonces socialdemócrata, inventores del "dumping fiscal" de los egoístas madrileños, empeñados en pagar menos impuestos. Pero no contaba con la rebelión popular que en Andalucía salió a la calle a protestar por el llamado "impuesto a los muertos", que desheredaba a un tercio de los andaluces, incapaces de asumir los impuestos a la herencia del modesto piso familiar.

Aquellas manifestaciones se reprodujeron en toda España, y todas las regiones del PP acabaron aceptando la tesis madrileña de anular la gravosa infamia. De modo parcial, incluso en Andalucía, pero ideológicamente, con Vox pidiendo la anulación total de ese tipo de impuestos "post mortem", no parece posible que, en las elecciones de Castilla y León, de Andalucía o las generales se produzca en España un debate como el de Francia. A cambio, allí no padecen la Ley de Violencia de Género o la de Memoria Histórica. O sea, que tampoco es que España sea el paraíso de las libertades. Sucede que esa batalla, genuinamente ideológica, en España la Derecha la dio. Y la ganó. La de la Viogen y la Memoria Historia no las quiso dar. Y las perdió.

De Bakunin a Macron

Aunque Bourdieu sea un marxista de catón, o de cartón-piedra, la idea de llegar al comunismo, estadio de felicidad definitiva del ser humano, mediante la prohibición de la herencia no es de Marx sino de Bakunin. En Memoria del Comunismo explico el porqué de esa vía en vez de la simple expropiación que defendían Marx y Engels. Como buen ruso, Bakunin pensaba en los campesinos, el 90% de los que trabajaban en el imperio de los zares, y era consciente, como lo comprobó Lenin medio siglo después, de que nadie defendería más la propiedad de la tierra que los campesinos. Su idea, como la de su amigo Herzen, era subsumir la propiedad privada campesina en las formas de propiedad comunal tradicionales en Rusia, el mir y la obschina. El gran problema de la agricultura rusa, que entendió muy bien Stolypin, era el de su escasa productividad, ya que las parcelas se sorteaban anualmente y no había incentivos para mejorar lo que, al año siguiente, beneficiaría a otro. Al privatizarse, subía la productividad. Como siempre, eran las instituciones las que frenaban o aceleraban el desarrollo.

Bakunin no pensaba en formas comunales de propiedad definitivas, como Herzen, sino en la forma más suave de que los campesinos aceptaran el comunismo o, al menos, no se opusieran frontalmente a él, porque en ese caso la lucha sería a vida y muerte y seguramente perdería la Revolución. En cambio, garantizar la propiedad presente y dejar para otra generación su apropiación por el Estado, aunque lo llamaran colectividades, era factible. Digamos que era una forma más benigna y también más astuta de plantear la misma cuestión que Marx: aceptar la propiedad privada o combatirla. Lo que nadie, ni Bakunin, ni Kropotkin, ni anarquista alguno supo explicar es el milagro de que lo que era de todos podía ser para disfrute de cada uno. La historia del comunismo real, incluidas las famosas comunas aragonesas en la Guerra Civil española, es la del robo y el asesinato para conseguirlo. Nadie renuncia a su propiedad voluntariamente. Para eso hay que matarlo.

Lo políticamente correcto, aplastante

Lo políticamente correcto, resumido en la Agenda 2030, ha llegado, sin embargo, tan lejos, que una idea teóricamente tan antipopular como la de destruir la herencia de los franceses se plantea a cuatro meses de las elecciones generales y la valora un instituto de estudios asociado a la Presidencia de la República. Ni De Gaulle, Pompidou, Giscard, Chirac o Sarkozy, ni siquiera Mitterrand y Hollande, se habrían atrevido nunca a plantear esta agresión a todo lo que un país que, aunque con un Estado elefantiásico, presumía del matrimonio por interés y de la hipocresía conyugal para no poner en peligro la herencia, había defendido siempre. El reto es de civilización, porque no hay propiedad sin libertad, y viceversa. Y los comunistas, colectivistas, buenistas o igualitaristas lo saben muy bien. Los que no se enteran o no se quieren enterar de nada son los centristas.

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