Almeida, maestro de 'gallardoneo'
Al gallardoneo le ha salido un adepto que, sin alcanzar todavía la excelencia de sus profesores, promete sofisticar la táctica
Alberto Ruiz-Gallardón solía ganar elecciones con los votos de la derecha y luego hacía política de izquierdas. Lo hacía para que los medios socialistas respaldaran sus ambiciones en el partido conservador. Quería ser un líder de la derecha que la izquierda pudiera tolerar para que, llegado el caso, le dejaran gobernar a la nación. Daba por sentado que a nadie que fuera genuinamente de derechas, como él efectivamente era, le dejaría la izquierda ser presidente del Gobierno. Cuando en 1996, Aznar ganó las elecciones de la manera tan rácana que lo hizo, un editorial de El País se apresuró a proponer que el candidato a la presidencia del Gobierno fuera Gallardón en vez del candidato vencedor. Para cortocircuitar la propuesta, Aznar tuvo que asumir la vergüenza de firmar el pacto del Majestic.
Pero, como tantas veces pasa, no fue el inventor del estilo su más sofisticado práctico. Si Gallardón inventó el gallardoneo, Rajoy hizo de él un arte. Lo que en Alberto era consecuencia de un censurable pragmatismo dirigido a un fin, una traición necesaria para, dando por hechos los respaldos de la derecha, acumular apoyos desde la izquierda, en Rajoy la táctica se convirtió en un fin en sí mismo, para paladear el dulce sabor de la traición impune. Para Gallardón, gallardonear era el modo de llegar a ser presidente. Para Rajoy fue la manera de saciarse de poder. Gallardón gallardoneó por ambición. Rajoy lo hizo por gusto.
Alcanzada la cumbre del gallardoneo en aquel Consejo de Ministros de hace ahora exactamente diez años en que Rajoy subió los impuestos más de lo que había propuesto Izquierda Unida, al gallardoneo le ha salido un adepto que, sin alcanzar todavía la excelencia de sus profesores, promete sofisticar la táctica. Para empezar todo empezó de manera innecesaria, con lo de Madrid Central, cuya derogación fue la promesa nuclear del programa del candidato José Luis Martínez-Almeida. Gallardoneó enseguida el edil, que no sólo no derogó la medida estrella de la comunista Manuela Carmena, sino que la hizo suya puliéndola jurídicamente para que su aplicación no sufriera obstáculo. Y, para sacarla adelante, contó con los votos de los herederos de Carmena en el Ayuntamiento, una escisión de los comunistas de Más Madrid. Ahora con los presupuestos ha hecho lo mismo, aceptar el voto de los tres o cuatro marxistas de Recupera Madrid a cambio de suprimir la subvención a una fundación con fines acordes a la ideología del PP, incrementarlas a las que defienden los ideales de la izquierda y bajar los impuestos sólo a los votantes que preocupan a la izquierda. Lo de Almudena Grandes como hija predilecta es además especialmente humillante al haber ya votado Almeida en contra de la propuesta y estar el empeño de los concejales fundado, no en la calidad literaria de la escritora, sino en su condición de comunista. Con Madrid Central, Almeida se mostró como un aventajado aprendiz de gallardoneo. Ahora ya ha alcanzado la calidad de maestro en el sutil arte de gallardonear. En nada, sustituirá a Rajoy en lo más alto del podio.
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